La dificultad de caminar en la marcha
La marcha humana ha sido desde tiempo estudiada en sus distintas facetas, incluida su mecánica. Todos tenemos una velocidad de marcha preferida o cómoda que adaptamos según caminamos en espacios cerrados o abiertos. Esta velocidad varía según el sexo y la edad y se modifica en procesos que nos llevan a ganar o perder fuerza en la musculatura. Se han hecho incluso estudios que apuntan a que en distintas ciudades sus habitantes caminan a diferentes velocidades medias. Por otro lado, se ha llegado a calcular cómo la marcha cambiaría en distintos planetas y se ha explicado por qué los astronautas caminaban en la Luna a saltitos. Incluso se han realizado experimentos en vuelos parabólicos analizando las adaptaciones que sufre la marcha con diferentes gravedades.
Pero la marcha atlética, a pesar de su nombre y de realizarse sobre la tierra, bajo la normativa de la IAAF, se encuentra a años luz y parece de otro planeta. En la prueba de los 20 kilómetros se camina a velocidades de vértigo: iguales o superiores a los 15 a la hora. Dicho de otra forma, en una media maratón realizada ligeramente por debajo de una hora y media, el ritmo de carrera será menor del que suele imprimir Paquillo. Si viajáramos en un coche, para conseguir velocidad tendríamos el gas y las marchas mientras que si nos desplazáramos en una bicicleta podríamos jugar con cambiar la frecuencia del pedaleo, así como los platos y los piñones. En la marcha es más rudimentario: simplemente, disponemos de la amplitud y la frecuencia de los pasos que marcan nuestras extremidades inferiores. No obstante, al ser un desplazamiento cíclico, como sucede también en la carrera, se cumple que multiplicando estas dos variables se obtiene la velocidad. En los marchadores de nivel internacional, estudiados durante la propia competición, se ha visto que sus longitudes de paso guardan buena relación con la velocidad a la que se desplazan, lo que no sucede con sus frecuencias de pasos. A la velocidad de 15 kilómetros a la hora, se ha medido que la longitud del paso se sitúa a cerca de 0,73 veces la talla del atleta. Para la estatura de Paquillo, le corresponderían casi 1,3 metros en cada paso mientras que el accitano completaría más de tres pasos enteros (3,2) en cada segundo durante la prueba. A nadie se le escapará que, para conseguir estos registros, algunas articulaciones, y no sólo de las extremidades inferiores, van a ser forzadas de forma importante.
La mayoría de los mortales, cuando incrementamos nuestra velocidad de marcha, llega un momento en que espontáneamente empezamos a desplazarnos corriendo, con una fase aérea en la que no tenemos ningún pie apoyado en el suelo. Esto sucede porque a altas velocidades es más cómodo y eficaz correr que caminar. Pero a la estirpe de los marchadores se lo impide el reglamento, que, encima, les obliga a no doblar la rodilla durante una buena parte de la fase del apoyo. De ahí, la dureza, no sólo física, de esta prueba en la que el margen para mantener una elevada velocidad sin ser descalificado es muy estrecho. Y de ahí, el valor de las gestas a las que nos ha acostumbrado la sorprendente regularidad y seguridad de Paquillo, que tan bien se adapta a estas especialmente duras condiciones de competición.
Xavier Aguado Jódar es biomecánico de la Facultad de Ciencias del Deporte, Universidad de Castilla-La Mancha (xavier.aguado@uclm.es)
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