_
_
_
_
Reportaje:Grandes infraestructuras de la región

La T-4, usted y 100.000 más

La premiada nueva terminal de Barajas provoca división entre los viajeros: hito del diseño o pesadilla

Pilar Álvarez

La mujer del uniforme azul se para en mitad del pasillo. Escurre la fregona y la gira. Saca un cartón, con parsimonia, y comienza a secar el suelo, moviéndolo como un abanico. Ajena a todo. En apenas dos minutos, una treintena de viajeros la sortean. Veloces, sin mirar el rodal recién seco. Lo pisan. Ella no se inmuta. Sobre su cabeza un cartel indica por dónde moverse para alcanzar una de las siete zonas de embarque.

"A veces tardas más en coger la maleta que en viajar", protesta una asidua de Barajas

Mes álgido de vacaciones en la terminal 4 del aeropuerto de Madrid-Barajas, con más de 800 vuelos diarios. Entre la nave principal y su satélite, comunicadas por un tren, suman 770.000 metros cuadrados. Como 77 campos de fútbol, uno junto a otro. Para algunos viajeros se convierte en una pesadilla a la que temen volver. Un laberinto de pasillos, cintas y ascensores que engulle sus maletas, les hace perder los nervios y desgasta sus piernas. De un extremo al otro del edificio principal hay más de un kilómetro de recorrido, que a veces toca hacer a la carrera. Otros se deleitan con sus techos ondulantes y las enormes lámparas que parecen huevos fritos.

La facturación en el mostrador va rápida el viernes a primera hora de la mañana, poco antes de las siete. No hay colas. La fila, de unas 50 personas, se forma en el control de seguridad para acceder a la zona de salidas, donde la mitad de los puestos están cerrados. Un caballero trajeado de Emidio Tucci se quita la chaqueta y el cinturón mientras tararea, como el que entra en la ducha. Le sigue una joven con tirabuzones de gomina y pestañas perfiladas. En el control la obligan a quitarse sus tacones y pasarlos por el escáner. La seguridad, el súmmum de cualquier aeropuerto, se convierte en una rutina "angustiosa" cuando Barajas es también el lugar de trabajo.

"Exaspera empezar el día así", asegura el piloto y portavoz del Sindicato Español de Pilotos de Líneas Aéreas (SEPLA), Juan Carlos Lozano. Cada día le toca despojarse de parte del uniforme, los zapatos... incluso más de una vez. "Lo más incómodo es pasar el control en los vuelos de larga distancia, cuando coincide la tripulación de varios aviones en un solo arco y se te van más de 15 minutos... no es que en otros aeropuertos sea mejor, pero en la T-4 esperábamos algo más amplio y rápido".

Lozano se queja de las pistas. "La zona de rodaje de aviones es extensa y compleja. A veces tardamos 20 minutos desde que se cierran las puertas hasta que despegamos, con más tiempo y más posibilidades de equivocarte y con más tardanza para el viajero".

Entrada a la zona de embarque, donde las cintas transportadoras son intermitentes, como las marcas de la carretera. Ahora sí, ahora no. Los pasillos diáfanos coinciden con la superficie comercial. Cada vez que una tienda flanquea un lateral, la cinta desaparece. Toca andar frente a los escaparates. El camino mecánico vuelve junto a los baños, de donde sale cojeando sobre unas muletas David Jiménez, un joven de 32 años que vuela a Santiago de Compostela en menos de media hora. "Esta vez estaba prevenido y he llegado con mucho tiempo. Pero en Semana Santa viajaba con mi padre a Londres y casi perdemos el avión, corriendo por los pasillos, él lo pasó muy mal, es mayor y se agobia con estas cosas".

Como Juan Pérez, sevillano de unos 60 años. Viaja con su mujer y su cuñada. Mientras hace el zigzagueo de la cinta de seguridad para pasar el control y coger su vuelo a Vigo, comenta que ha sufrido "una desilusión" después de 20 años sin volar. "Esto está fatal. La terminal es muy fría y faltan señales que te indiquen dónde ir". Su próximo vuelo sale de la terminal satélite, un barrio aparte dentro de la gran ciudad de la T-4. "A la vuelta cojo el coche", protesta Pérez. Un tren sin conductor comunica las dos naves, separadas casi por tres kilómetros. Y las distancias se alargan. Lo marcan los carteles: de 13 a 25 minutos de camino por delante para llegar a las zonas M, R, S y U. El tren corre por las curvas. Una voz femenina recomienda por el altavoz agarrarse a las barras.

El tren para en una sala vacía enorme, donde Dionisio Llamazares, con maleta de ruedas, mira las pantallas de letreros cambiantes para localizar su vuelo a Tenerife. Le gusta la terminal. "Arquitectónicamente es una maravilla". La T-4 ha recibido varios premios por su diseño. Además,

Institut of Transport Management distinguió a Barajas como Aeropuerto Europeo del Año en 2006 por su esfuerzo "para proporcionar los mayores niveles de calidad", según Aeropuertos Españoles y Navegación Aérea (AENA, el ente que gestiona el aeródromo.

No todos ven claro ese esfuerzo. Un ejecutivo que prefiere no dar su nombre define la T-4 como "un laberinto". Coge un par de aviones al mes. Viaja mucho a América. "Ésta es la terminal más incómoda que conozco, con diferencia", asegura. "Sólo es comparable al aeropuerto de Miami, pero por problemas de seguridad".

A unos metros del tren, plantado frente a otras pantallas, el chileno Héctor Salgado (de 40 años) desafía las normas con un cigarro encendido. Cazadora y botas de motero. Pelo al uno. Ha volado toda la noche desde Santiago de Chile. Su avión a París sale de alguna de las puertas de la zona M. Pero las pantallas aún no desvelan el número. "Nadie me informa". Calada larga. "Esto no pasa en París ni Chile, sólo en España". Cuando se le advierte de que está prohibido fumar, gira el rostro y masculla: "Si no hay nadie para avisarme, tampoco lo habrá para protestar". El mostrador de información está vacío. Los cambios de puerta no se avisan por megafonía.

"La gente se queja de vicio". Un chaqueta verde -el nombre con el que se conoce a los informadores de AENA- y un vigilante de seguridad discuten a la salida del tren. El de verde asegura que reciben quejas "continuamente". Incluso él plantea la suya. "No nos dieron un cursillo al principio para enseñarnos a indicar bien a la gente". Asegura que la mayoría de las reclamaciones se deben a las distancias, la tardanza de las maletas y la falta de señales. "Es que no miran", replica el vigilante. Han hecho hasta una clasificación de "protestones": españoles, argentinos e italianos del sur, por este orden. AENA no facilita la cifra de quejas. Pero sí las consultas diarias: 5.000 en todo el aeropuerto.

"Claro que han aumentado las reclamaciones con la T-4", asegura un portavoz de CC OO en Iberia, el principal operador del Gran Barajas. "La gente pierde vuelos porque no llegan a tiempo para cogerlos".

"Todo es estupendo, menos lo de las maletas", opina Catalina Palau, una colombiana residente en Madrid que en el último mes ha cogido cuatro vuelos nacionales en la T-4. "A veces se demora más la espera de maleta que el trayecto", añade. Y compara: "El aeropuerto de Francfort (Alemania) es más grande y allí no tardan tanto". En un día pueden circular más de 40.000 maletas por los 90 kilómetros de cinta que penetran en las entrañas de la T-4.

A Raúl, demasiado enfadado para dar más datos, la cifra de maletas le da igual. Sólo sabe que Iberia le ha perdido las suyas después de pasar una noche en vuelo desde Nueva York. "Después de esperar dos horas me dicen que no están. Ahora tengo que ir a comprar ropa". Sale a la carrera con su mujer y su hija, maldiciendo a la compañía.

Se cruza con Inés Arriete, una ecuatoriana de 42 años. Después de 11 horas de vuelo desde Guayaquil (Ecuador), espera en la cinta número tres "desde hace casi una hora". Lleva a su hijo de cuatro meses en brazos. Está agotada pero agradecida. "Aquí tratan mejor a la gente que en mi país". Le han dejado pasar antes en las colas "por ser madre". Arriete custodia su carro y vigila a su otro hijo, que persigue los bolsos que giran. La gente pasa por delante. Otros la sortean. Y ella sonríe, sin inmutarse. Otra mañana más de trasiego en la T-4.

Interior del tren que comunica la T-4 con la terminal satélite, que hace el recorrido en unos tres minutos.
Interior del tren que comunica la T-4 con la terminal satélite, que hace el recorrido en unos tres minutos.CLAUDIO ÁLVAREZ
Pantallas anunciadoras de las zonas y las puertas de embarque de los vuelos de la T-4.
Pantallas anunciadoras de las zonas y las puertas de embarque de los vuelos de la T-4.C. Á.

El aeropuerto, en cifras

El aeropuerto de Madrid-Barajas ocupa el puesto 13º de tráfico de pasajeros del mundo, con más de 45 millones de viajeros al año.

En la clasificación de vuelos, se encuentra en el puesto 18º, con 435.000 viajes anuales.

La cinta de equipajes de la nueva terminal, con 90 kilómetros de recorrido, transporta casi 12 millones de maletas al año.

Cada día, 5.000 personas plantean alguna consulta a AENA sobre el funcionamiento de Barajas.

A la T-4 se puede llegar en metro, pagando un billete de 2 euros. El acceso por la carretera de peaje M-12 cuesta 1,60.

Un tren une la T-4 con su terminal satélite en algo más de tres minutos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Pilar Álvarez
Es jefa de Última Hora de EL PAÍS. Ha sido la primera corresponsal de género del periódico. Está especializada en temas sociales y ha desarrollado la mayor parte de su carrera en este diario. Antes trabajó en Efe, Cadena Ser, Onda Cero y el diario La Opinión. Licenciada en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de periodismo de EL PAÍS.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_