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Reportaje:ESCAPADAS | Artikutza | Fin de semana

Paraíso del agua

Es cierto que nunca llueve a gusto de todos: los turistas y veraneantes que estos días pasean cabizbajos por Euskadi en busca de un refugio donde cobijarse no entenderán que haya quien se alegre de tanta agua en pleno agosto. Sin embargo en el campo, entre quienes se dedican a la ganadería, estas lluvias se han recibido con satisfacción y los prados y bosques del país lo han agradecido. Por eso, es buen momento para acercarse hasta Artikutza, una gran finca del Ayuntamiento de San Sebastián en territorio navarro que mantiene un paisaje único en lo que fue desde hace milenios asentamiento pastoril.

Artikutza, es cierto, renace con el agua. Quizá por ello, el consistorio donostiarra adquirió estos 3.700 kilómetros cuadrados en 1919 para construir un embalse que abasteciese a la ciudad. Esa circunstancia favoreció su preservación como reserva natural cuando faltaban decenios para que se acuñase este concepto. El aislamiento ha conseguido que Artikutza se conserve como un territorio extraño, casi iniciático, al que sólo se accede tras pedir permiso a la autoridad. El interesado tiene que acudir a la página web www.donostia-artikutza.com para completar el formulario que permite la visita.

El aislamiento ha conseguido que se conserve como un lugar extraño, casi iniciático

Con la correspondiente solicitud en la mano, sólo queda iniciar el ascenso por la carretera interminable hasta la puerta que franquea el acceso a estas 3.700 hectáreas. Después, comienza un recorrido por un lugar casi increíble en el que el automóvil es una excepción, las ovejas no pastan en rebaños, sino que brincan por las laderas, y el agua y el bosque son los protagonistas.

El óvalo de Artikutza, con un perímetro de 30 kilómetros, perteneció a la colegiata de Roncesvalles desde el siglo XIII al XIX, hasta que llegó la desamortización de Mendizábal que puso las tierras de la Iglesia en manos de terratenientes y aristócratas. Aunque ahora parezca territorio virgen, en estos terrenos del pueblo navarro de Goizueta está documentada la presencia humana desde el Neolítico.

Las costumbres y formas de vida son similares a las que se pueden encontrar en otras comarcas cercanas. En Artikutza se han descubierto dólmenes y cromlechs (esas distribuciones circulares de piedras tan caras a los etnógrafos vascos) y hay vestigios de población pastoril en la zona, que ahora parece increíble.

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Pero lo que sí se mantiene todavía en el recuerdo, con ruinas más que explícitas, es la explotación de ferrerías. La finca tiene esos dos componentes citados -agua y bosques- que la hicieron más que atractiva para aquellos que comenzaron a trabajar en la industria del hierro. Se reconocen, documentadas, hasta cuatro ferrerías hidráulicas, sitas en los parajes de Urdallue, Elama, Gizarin y el propio Artikutza, núcleo poblacional del lugar. A estas industrias les acompañaban otras habituales en el entorno, como hornos caleros, alfarería y carboneras.

Esta intensa actividad, que en el siglo XIX estuvo acompañada de la estrictamente maderera, se muestra hasta fantástica para el visitante actual. Para circular por las pistas que surcan la propiedad resulta imprescindible conducir con cuidado y eso que las pistas han mejorado en los últimos tiempos. De ahí que sólo imaginar cómo sacaban el hierro los ferreros haga sudar al visitante. Más incluso que los que producen pasear por estos bosques de hayas, robles, pinos y alisos.

Hay que tener en cuenta que la concepción del tiempo ha cambiado radicalmente. El testimonio de Pello Zabaleta, leñador que vivió a principios del siglo XX en Artikutza, resulta más que significativo: para ir a trabajar hasta una serrería en Olazuita tenían una hora de camino. Trabajaban de sol a sol y los domingos acudían a misa a Goizueta, a hora y media andando.

Zabaleta, quien tenía dotes de bertsolari, cuando dejó ese trabajo y marchó a Rentería dejó dichos unos bertsos que muestran a las claras cómo era aquella vida: "Gure bizi-modua Artikutz mendiyan lana galanki egiñ ale miseriyan... lasaiago bizi nauk gaur Errenteriyan!" ("Ésta fue nuestra vida en los montes de Artikutza: trabajar como bestias y no salir de la miseria... ¡Cuánto más descansadamente vivo hoy en Rentería!").

Tras conocer esto es fácil, paseando camino de Urdallue, o ascendiendo a las cimas de Izu o Bentzuntze, imaginarse el trajín de aquellos ferrones y leñadores que hoy son la sombra de los excursionistas que llegan allí.

Las minas de Arditurri

Cómo llegar: La finca de Artikutza se encuentra al final de una carretera de montaña que parte de Oiartzun. Para llegar, el camino más fácil discurre por la A-8 hasta Oiartzun, y desde aquí, por la GI-3633, hasta Artikutza.

Alojamiento: En Oiartzun hay dos hoteles: Lintzirin (943 492000) y Gurutze berri (943 490625). Además, cuenta con varias casas de agroturismo: Aitzarri (943 491710) Aroxkene (943 494642), Erretegi-haundi (645710525) o Iragorri (652 735956).

Comer: Es inevitable citar el Zuberoa (943 491228), uno de los mejores restaurantes de España. Otros locales destacables son el Matteo (943 491194), el Nuevo Atamitx (943 491196), el Albistur (943 490711), el Andoni Gaztelumendi (943 493226) o el Fortaleza (943 491029).

Actividades: En la carretera que lleva de Oiartzun a Lesaka se encuentran las minas de Arditurri, explotación sobresaliente del Imperio Romano en tierras vascas de galena argentífera, de la que se obtenía plata de excelente calidad. El período de máximo esplendor de la explotación romana propiamente dicha puede datarse en el siglo I, eclipsándose, al parecer, hacia mediados del II. Escritos de principios del XIX describen la zona contando hasta 42 galerías y 82 pozos, como vienen a confirmar los últimos estudios. Las galerías tienen un doble origen dependiendo de si el filón era visible o no desde el exterior. En la actualidad, se está recuperando toda esta red subterránea que permite constatar que la presencia de Roma en el País Vasco tuvo una relevancia muy superior a la que se consideraba hasta hace unos lustros.

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