Orlando en Cataluña
Cataluña no es Inglaterra, lo sé. A pesar de que nuestro santo patrón sea el mismo: san Jorge. Unas afirmaciones para explicarme a mí misma por qué elijo como personaje de ficción a la elegante Mrs. Dalloway, de Virginia Woolf (1882-1941). ¿Por qué fue la primera novela que leí de esta autora, a la que tanto tiempo he dedicado (y dedicaré)? ¿Por qué además la leí en catalán, casi sin saber que la lengua catalana sería mi lengua literaria? Posiblemente, y con toda certeza, esta última pregunta merece una explicación, que intentaré sumaria.
Resulta que la penetración de Virginia Woolf en la península Ibérica empezó en 1930 con la versión catalana de esta novela, a cargo de C. A. Jordana (1893-1958), un autor que merecería ser recordado en la Península ídem. Un autor/traductor en un tiempo ilustre exiliado y, también, en un tiempo, suegro del ilustre escritor Juan Benet. Un autor, Jordana, que murió en Buenos Aires, después de vivir en Chile. Por alguna razón, la revista The Times Literary Supplement (TLS), al reseñar el muscular volumen The Reception of Virginia Woolf in Europe (2002), titulaba la pieza Orlando in Catalonia.
A mis 'parties' nunca invito a primeros ministros. Quizá porque Cataluña no es Inglaterra ni yo Clarissa Dalloway
Por otra parte, mis lecturas catalanas, por los años sesenta del siglo pasado, cuando leí la novela por vez primera, eran más que escasas. Pertenezco a la generación que cursó primeros, segundos, terceros, ad infinitum estudios en lengua castellana. La catalana, que hoy intento honrar, era la de mis padres. Pero leí Mrs. Dalloway en catalán, en versión de Jordana.
Yendo al grano, me gustó el personaje, al principio, porque seguramente ya me gustó la autora.
Con el tiempo, y mediando la lengua inglesa, la original, que me ha enseñado mi profesora póstuma V. W., me gusta el personaje porque demuestra que la creatividad no se circunscribe a la actividad de la gente supuestamente artística, como los escritores, por ejemplo. Me gusta porque es elegante, cualidad que desearía poseer. Me gusta porque no se me parece en nada. (Se supone que escogemos modelos literarios como espejos que desearíamos que nos devolvieran nuestra imagen, pero, en ocasiones, el negativo de la fotografía también sirve). Me gusta porque su vida transcurre en mi ciudad preferida, Londres.
Más concretamente en Mayfair, donde, a pesar de mi modestia financiera, resido siempre, gracias a la casa de la abuela de Bertrand Russell, donde la joven Virginia sufrió todas las humillaciones de la vida de sociedad (alta), a la que su hermanastro deseaba introducirla, a finales del siglo XIX. Aquella casa es, desde hace años, la sede del University Women's Club, mi querido club desde hace treinta años, mi domicilio londinense. Entrando y saliendo del club, me tropiezo de vez en cuando con alguna Mrs. Dalloway puesta al día. Me gusta el personaje porque la novela en la que aparece nos dice cómo es la vida desde un microcosmos, a diferencia del Leopold Bloom joyciano en otra novela, Ulises, donde el punto de partida es un macrocosmos. Ambas transcurren en un día de junio, de años distintos, no obstante. Ambas novelas son maravillosas, me acompañan siempre.
Como suele suceder, al paso de los años, tengo anecdotario variado al respecto. En 1974, Vanessa Redgrave había apostado su dinero en una producción teatral londinense. Se trataba de Private Lives, de Noel Coward, una historia de triangulo amoroso. Ella interpretaba la chica del triángulo y pretendía recoger una fortuna para pagar su campaña electoral trotskista (no salió elegida para el Parlamento, por cierto). Cuando la escena exigía sofá, ella leía un ejemplar de Mrs. Dalloway de la standard edition, caracterizada por las sobrecubiertas diseñadas por Vanessa Bell, hermana de Virginia Woolf. No me resultó raro, por tanto, que Redgrave volviera a apostar su dinero (no sé si con fines trotskistas) a finales de los años noventa produciendo la versión fílmica de la novela, con la brillante dirección de Marleen Gorris. Redgrave es Clarissa Dalloway en el filme, y yo misma quisiera ser tan creativa escribiendo como ella comprando flores para su party.
Nota final: para bien o para mal, a mis parties nunca invito a primeros ministros. Quizás porque Cataluña no es Inglaterra ni yo Clarissa Dalloway.
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