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Reportaje:

Sin cura ni Superpiñeiro

Quintana reivindica los encuentros con mayores ante 9.000 jubilados en Vilalba

Lloviznaba, a ratos mucho, y aún encima no hubo misa ni amenizó la fiesta Xosé Manuel Piñeiro. La leyenda chairega dice que en la Xira dos vellos que inaugura las fiestas de San Ramón el cielo puede amanecer encapotado, pero por la tarde abre siempre. Esta vez no fue así, y los asistentes achacaron la falta de un cura que santificase el asunto a la presencia de un vicepresidente de la Xunta que es del Bloque y que sustituye por segundo año consecutivo a Manuel Fraga. Sin embargo, tan comentada como la extinción del oficio religioso fue la ausencia de Superpiñeiro, que el año pasado fue contratado por Vicepresidencia para amenizar todas las citas del recién estrenado programa Lecer para os nosos maiores.

"El nacionalismo es identidad, y estas fiestas forman parte de nuestra tradición"

Ésa fue una de las conversaciones más recurrentes en el bus que cubrió todo el día los dos kilómetros que separan el centro de Vilalba y la playa fluvial de A Magdalena. "Disque Piñeiro non veu". "Parece que no puede: anda con el programa de la tele", respondía el chófer. "Bueno. Pero después de que que salga en la tele aún podrá venir Aquí estamos hasta las ocho", replicaba una señora aún conmovida por el achuchón que le pegó el verano pasado el presentador, que fue por las mesas saludando a los presentes.

Esta vez, los 9.000 jubilados (1.000 menos que en 2006) que invadieron durante un día el merendero, las calles y las tascas de Vilalba, llegados en coches particulares y en 130 autocares de Galicia, Asturias y León, tuvieron que conformarse con otros jóvenes y "guapos" famosos como el vicepresidente, Anxo Quintana, y el conselleiro de Industria, Fernando Blanco, que se sumó después de que el primero atendiese a la prensa con el puesto de Chourizos Vifer a sus espaldas como marco incomparable para las cámaras.

Quintana recordó que desde Madrid "nada nos van a regalar" y que Vicepresidencia proyecta "seis nuevas residencias" para mayores, "50 centros de día" que estarán "en esta legislatura", y medidas de atención domiciliaria como el Servizo Galego de Transporte Avanzado, y el xantar y la lavandería a domicilio. Concluyó con una loa a las fiestas enxebres, de las que, dijo, "no nos sentimos acomplejados sino orgullosos" porque "forman parte de nuestra tradición" y "el nacionalismo es identidad"; y cuando iba a comenzar el turno de preguntas, un veterano con sombrero cowboy que había permanecido todo el rato cosido a la chaqueta azul del político, quitó la palabra a un reportero para presentarse: "Vicepresidente, soy un gallego más gallego que la raíz del toxo verde. Estuve emigrado en Argentina y quiero rendirle mi admiración".

No fue esta la única muestra de afecto que recibió Quintana. A lo largo del recorrido por los puestos de la romería y durante el almuerzo típicamente gallego, regado con Valdepeñas, hubo aplausos, mensajes al oído, múltiples besos femeninos en la barba y palmadas masculinas en el lomo vicepresidencial. Incluso le regalaron una torta de Guitiriz que él inmediatamente entregó a un guardaespaldas. Aunque no todos los que avanzaban a codazos para saludarlo tenían muy claro de quién se trataba: "¡Hombre, señor alcalde!, ¡viva el socialismo!".

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Tampoco el lucense Fernando Blanco -al que más tarde la delegada provincial, Branca Rodríguez Pazos, galleguizó el apellido (Branco) aupada al escenario- se libró de los equívocos. Muchos le decían José Blanco, confundiéndolo con otro paisano que trabaja en el mismo gremio.

Pero eso sí, entre las mujeres cosechó todavía más piropos que el vicepresidente. "Es que tiene un aquel con George Clooney". La única que le tiró de las orejas fue Cecilia Carballo, la tecedeira de Triacastela. La mujer protestó por el parque eólico que van a levantar en la Serra de Oribio, dentro de la Red Natura, y mientras Quintana sonreía y hacía mutis, Blanco sacaba pecho: "¿Prefiere una central nuclear? ¿No? Pues entonces nos quedamos con los molinos".

El vicepresidente dio una vedadera lección del decir sin decir nada, de quedar bien: "¿Y para cuándo una romería así en Santiago?", le dijo un señor. "Será pronto", contestó Quintana. "Yo soy de Cee", presumió una señora. "¡Ah, carallo!, soltó él. "Y yo de Pedrafita", terció otra. "¡Buena tierra!", zanjó el político antes de ser abordado por la siguiente. Algunas personas se frustraban con las respuestas. Pero la mayoría, quedaban plenamente satisfechas: "¡Ay!, qué alto está. Este hombre creció desde el año pasado". Quizás se trate de la erótica del poder. O quizás se deba al desgaste cervical de las votantes de un año a esta parte.

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