Un héroe de nuestro tiempo
Como el protagonista de su Viaje a Delfos, Carlos Trías vivió siempre en un espacio y un tiempo fronterizos que le dieron desde muy joven la sabiduría de lo aprendido y acumulado al vislumbrar desde lejos una orilla o la otra, un paisaje o el otro, un horizonte o el contrario, siendo siempre ambos, como sabía él y sabemos todos nosotros, ámbitos poderosos que, de abducirnos o someternos, habrían de hechizarnos, subyugarnos, vencernos y esclavizarnos. Nunca fue así con Carlos, que buscaba y trabajaba por su libertad igual que por un pensamiento que nos redimiera de tanta opresión y tanto servilismo. Así fue en su vida de cada día, y así fue en sus ensayos y novelas (El círculo de la luz, 1985; Viaje a Delfos, 1994; El ausente, 2001), y en la adaptación de la Orestíada, de Esquilo, para Mario Gas, donde dio prueba de la fidelidad y lealtad a un texto, como una prolongación de la fidelidad y lealtad que fueron con la inteligencia y la curiosidad, las cualidades sobresalientes de su deliciosa y envidiable forma de ser.
De ahí tal vez que hubiera convertido su vida en un infinito viaje a dos, con su mujer Cristina Fernández Cubas, para saciar la indómita curiosidad que le provocaban todas las cosas: viajes a las tierras míticas de la historia; viajes literarios al corazón de la fantasía; viajes políticos en derredor de las ideologías; viajes a la profundidad del pensamiento, de la interpretación, de la duda, viajes al temblor de la fiesta, siempre viajes, como si no quisiera renunciar a nada aunque estuviera convencido de que sólo en Delfos, hablando consigo mismo, encontraría respuesta a tanta curiosidad y a tanto pavor e incongruencia como iba descubriendo. Tal vez por esto sabía que no hay más viaje que al interior de nosotros mismos.
Con esa invencible curiosidad y la mirada sorprendida de sus grandes ojos, acumulaba experiencia que utilizaba para comprender y desvelar, incrementaba inspiración e inteligencia de las que jamás hizo alarde como nunca lo hizo de la profundidad de su pensamiento y de sus convicciones, y repartía coraje y audacia para no quedarse embarrado en el revoltijo de lamentos y protestas convencionales que le habrían convertido en un personaje irritante e irritable.
Le veo aún caminar por la ciudad, con la mano izquierda en el bolsillo y el paso lento y deslavazado de los que por su altura, tal vez, se han acostumbrado a ver la vida desde una distancia media donde gritan su desamparo sin asustar, cantan su canción sin sorprender y lanzan sus ironías y sarcasmos sin escandalizar ni ofender, ausentes ya de la dirección que hubieran tomado y del objetivo que se hubieran propuesto.
Tantos años de amistad y complicidad con alguien de tan gozosa inteligencia y libertad nos hace sentirnos privilegiados. Porque aunque, como dijo el protagonista de su sorprendente Viaje a Delfos, como repitió Eugenio Trías -su hermano y su amigo- en la emocionante carta que le dirigió ayer en la ceremonia de despedida, y como sabemos todos, Carlos no volverá de este último viaje para contarnos una vez más su historia. Aun así, estamos convencidos de que para los que le conocimos y amamos, ni el tiempo y ni el olvido podrán desprendernos de la mágica emoción de su compañía, y así todo lo que le dio la vida y él supo multiplicar y embellecer permanecerá entre nosotros, al menos el insondable tiempo que se nos conceda en esta tierra. Querido Carlos.
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