35 puñaladas después de una boda
La policía no ha encontrado, cinco años después, ni un solo rastro del asesino
Natividad salió sola del banquete de bodas de su primo. Eran casi las tres de la madrugada. Félix, el portero del club de tenis santanderino en el que todavía bailaban y bebían los invitados más entusiastas, siguió a la mujer con la mirada mientras abandonaba el local y se marchaba caminando por la avenida de la Reina Victoria. Una calle amplia, iluminada, con un paseo que corre paralelo a la playa. Era sábado, y la noche era cálida y tranquila. Menos de 10 minutos después de perderla de vista, Félix escuchó las sirenas de los coches de policía. Un joven había encontrado el cuerpo sin vida de Natividad. Arrodillada, con la cabeza en el suelo y el cabello sobre la frente. Le habían asestado 35 puñaladas.
Estuvo a punto de quedarse en Madrid y no ir a la ceremonia. Su marido no pudo acompañarla
Un joven la encontró muerta en la calle. Acababa de salir de la fiesta. Conservaba todas sus joyas
De madrugada decidió no coger un taxi, sino caminar hasta la casa en la que estaba alojada
El agente que dirigió la investigación en Santander sigue obsesionado con el caso
El asesinato ocurrió en la madrugada del 7 de julio de 2002. Cinco años después, la policía sigue perdida. No hay huellas, ni testigos, ni pruebas de ningún tipo. Ni móvil, aparentemente. Homicidio por encargo, macabro juego de rol, venganza, un amante despechado... todas las hipótesis han sido descartadas.
María Natividad Garayo tenía 44 años cuando murió. Vivía en Madrid y trabajaba de profesora de lengua y literatura en el Colegio Británico, en Somosaguas. Estaba casada con un abogado del Estado con el que tenía tres hijos. Llevaban una vida tranquila y, según todos los indicios, feliz. Eran guapos, simpáticos y con dinero. Sus alumnas del colegio la recuerdan como una maestra "de las que marcan", con una gran vocación, dulce y amable. "Cuando nos enteramos de lo que había pasado, no lo podíamos creer", recuerda una maestra compañera suya del colegio. "Si hay alguna persona en el mundo a la que nadie podría desearle nada malo, jamás, era ella".
Un conjunto de casualidades fatales llevó a Natividad a la avenida de la Reina Victoria en la madrugada del 7 de julio. Estuvo a punto de no asistir a la boda. Su marido no podía acompañarla porque los hijos viajaban a Irlanda en esos días. Finalmente, decidió ir a pesar de todo y puso rumbo a Santander en coche, con su hermano y su sobrina, el viernes 5 de julio. Estuvieron a punto de dar marcha atrás porque encontraron un gran atasco en la carretera, pero aguantaron la infernal salida de Madrid y continuaron. Una vez en Santander, Natividad se quedó en casa de un tío, magistrado, que vivía cerca del Ayuntamiento. Su hermano y su sobrina siguieron hacia Quijas, a unos 35 kilómetros de la capital.
La mañana del sábado pasó sin sobresaltos. Natividad fue a comprar el regalo de bodas y atravesó después a pie la ciudad, del centro al final de la playa del Sardinero. Ida y vuelta. Estaba en una forma física extraordinaria y le gustaba andar. Por la tarde se arregló para la ceremonia. Se enfundó un elegante traje beis con lentejuelas, se calzó unos zapatos de tacón bajo, metió el móvil y algo de maquillaje en un pequeño bolso dorado y se dirigió a la iglesia. El banquete de bodas se celebró en la Real Sociedad de Tenis, junto al palacio de la Magdalena, un exclusivo club para socios con amplias terrazas, restaurante y canchas de tenis.
Los vídeos de la boda muestran, según fuentes policiales, cómo los invitados fueron abandonando la celebración. El hermano de Natividad se marchó antes que ella. Pero le prestó 20 euros por si nadie la podía acercar después en coche a casa de su tío. Entre copas y bailoteo, la fiesta se fue vaciando, y Natividad, poco antes de las tres, decidió marcharse.
"Me pareció raro que no pidiera un taxi y verla salir sola caminando", recuerda Félix, el portero del club. "Pero la verdad es que la zona no es peligrosa". Santander es una ciudad muy tranquila. Apenas uno o dos homicidios al año, y una tasa de delitos de las más bajas del país (28 por cada 1.000 habitantes, frente a los 52 de media nacional).
El club de tenis no quedaba cerca de la casa en la que se alojaba Natividad. Estaba a unos 40 minutos caminando a buen paso. Era tarde, pero quizá pensó que sería agradable dar un largo paseo después de la comilona, y se echó a andar.
El lugar en el que fue sorprendida por el asesino es una calle noble de la ciudad. A lo largo de la avenida se suceden los palacetes señoriales de la alta burguesía santanderina. Dos de los vecinos son los ilustres hermanos Botín, Emilio y Jaime, y la mayor parte de las casas tienen un amplio dispositivo de seguridad, con guardas, cámaras y alarmas funcionando día y noche.
A esas horas no suele haber mucha gente por la zona, según los vecinos, pero sí coches circulando. Para ir de la playa del Sardinero al centro de la ciudad se pasa por allí, y, además, en el palacio de la Magdalena, justo al lado, se imparten los concurridos cursos de verano de la Universidad Menéndez Pelayo.
Pero, sorprendentemente, nadie vio ni oyó nada. Ni conductores, ni vecinos, ni guardas de seguridad. Ni los camareros de los bares de la playa. Uno de ellos, del restaurante El Balneario de la Magdalena, pasó muy cerca del lugar del crimen precisamente a esa hora. No notó nada.
El joven que descubrió el cadáver se encontró a la mujer arrodillada, a unos tres metros de unas escaleras que bajan a la playa de los Peligros. Iba a recoger a su novia cuando vio a la víctima en posición fetal. Estaba en un charco de sangre. Pero la policía no encontró huellas, ni manchas, ni ningún pelo o resto que pudiera contener ADN. Ni en la calle, ni en la playa, ni en el cuerpo o ropa de la víctima. Nada. Como si el asesino no hubiera estado allí.
Junto a ella estaba su pequeño bolso, todavía con los 20 euros que le habían dejado para coger un taxi. Tampoco le habían quitado las joyas que llevaba encima y que la policía valora en 18.000 euros. La ropa no estaba desgarrada y no había rastros de intento de agresión sexual. Así que ni robo ni violación. Sólo 35 puñaladas a sangre fría. ¿Quién y por qué había cometido el crimen?
"Parecía un asesinato de violencia de género de libro", señala el policía que dirigió la investigación en Santander. "Ensañamiento, puñaladas y sangre por todos lados; así que lo primero que hicimos fue investigar a su marido". El esposo estaba en Madrid, pero podría haberse tratado de un crimen por encargo. "El hermano de Natividad me dijo entonces: 'Yo no creo en el matrimonio perfecto, pero, de existir, sería el de mi hermana y mi cuñado", relata el policía. "No hice mucho caso, pero, después de investigar, llegué a la conclusión de que efectivamente eran una pareja ejemplar".
La policía comprobó todas las llamadas y mensajes recibidos y enviados desde el teléfono móvil de Natividad durante los seis meses previos a su muerte, por si pudiera haber mantenido alguna relación desconocida para la familia. Buscaban los secretos que todo el mundo tiene. ¿Había quedado con alguien esa noche, alguien que la acabó matando? ¿Por eso había salido caminando sola del banquete a esas horas de la noche? Parece que no. Una vez más, los agentes no encontraron ningún hilo del que tirar. No dieron con ningún recodo oscuro en la biografía de la profesora.
Barajaron también la posibilidad de la venganza. Diseccionaron la vida de Natividad, el colegio, todo su entorno. Investigaron a decenas de personas y buscaron odios hacia ella o hacia algún miembro de su familia. Sin resultado. No había nada. O, al menos, la policía no lo encontró. Tampoco parecía probable que, si alguien quería matar a la mujer, hubiera elegido ese momento y esa ciudad. Natividad había decidido ir a la boda a última hora, y sólo una coincidencia fatal hizo que saliera ella sola a las tres de la madrugada y que decidiera volver andando a casa.
Descartado que el asesino fuera alguien que conocía a la mujer, la investigación se complicaba. No iba a ser fácil encontrar a un asesino que no pretendía robar ni violar y que no había dejado rastro alguno. ¿La mató porque sí, sin más? Los investigadores probaron con la hipótesis del juego de rol. Tres años antes, un conductor de autobús había sido asesinado en Madrid por dos jóvenes que lo habían metido en su macabro divertimento. Pero tampoco el rol encajó en el caso. La policía se topaba, una y otra vez, contra un muro.
La autopsia desveló un dato extraño: 34 puñaladas habían sido asestadas con una navaja pequeña, de un solo filo; pero había otra herida que no podía haberla causado ese cuchillo. Una lesión redonda en la parte interior del muslo, producida por un estilete de doble corte. ¿Hubo dos asesinos o uno solo que sacó una segunda arma?
"La lógica nos lleva a intuir que fueron dos personas, porque la hipótesis de alguien que asesta 34 puñaladas y luego saca un estilete para hacer una última lesión no parece muy plausible", opina un mando policial de Santander. "Podría ser que la hubieran atacado por detrás", aventura. "Porque tenía cortes en la barbilla. Y parece que opuso resistencia hasta el final. Tenía muchas heridas en los brazos, manos y muñecas, y el hecho de que quedara arrodillada indica que luchó hasta el final, que cayó justo cuando perdía la vida".
Un santanderino encontró una camisa ensangrentada en una papelera. Después de registrar todos los contenedores de los alrededores, segar los bosques y parques y peinar la playa entera, finalmente, parecía una buena pista. Pero no lo fue. Dos hombres se habían peleado a puñetazos y uno de ellos se había quitado la camiseta y la había tirado. De nuevo estaban sin rastro que seguir.
El cadáver de Natividad se encontró junto a unas escaleras que bajan a la playa. En el descenso, a ambos lados, hay una zona de matorrales en la que se refugian los botelloneros por la noche. Ahora hay sobre todo chicos jóvenes reunidos para beber, pero, cinco años atrás, la policía asegura que había vagabundos y alcohólicos pululando por los alrededores. Quizá un par de borrachos subieron por las escaleras y, al ver a Natividad, sola, empezaron a molestarla. Y quizá ella contestó y se lanzaron sobre ella. Quizá huyeron en coche y por eso no dejaron ni un solo rastro. Pero éstas son sólo las hipótesis que maneja la policía. No hay ninguna certeza.
La Policía Judicial de Santander y la Comisaría General de Policía Judicial de Madrid siguen investigando minuciosamente cada pista. Pero siguen sin encontrar nada. "A veces, un borracho en un bar dice que él mató a la profesora, o nos llaman mujeres cuyos maridos les han dicho: 'Cuidadito, que te voy a hacer lo mismo que ya le hice a la profesora esa'. Pero todo han sido pistas falsas", señala uno de los policías.
El agente que dirigió la investigación en Santander sigue obsesionado con el caso. Muestra el expediente del caso a los alumnos en los cursos sobre homicidios, por si a algún joven policía se le ocurre una brillante idea por la que puedan seguir adelante. Pero hasta el momento no ha habido suerte. El asesino o los asesinos de Natividad se evaporaron después de cometer su crimen.
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