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Fiestas en los barrios de Barcelona | Gràcia

La permisividad del Ayuntamiento alarga la fiesta de Gràcia hasta el amanecer

La plaza del Sol 'cierra' a las 6.00 horas .- El olor a orina inunda el barrio de noche .- Los alborotadores provocan a los 'mossos'

Durante su fiesta mayor, Gràcia no cierra hasta el amanecer. Para desesperación de los vecinos, el barrio estuvo de nuevo abarrotado en la noche del viernes. En las plazas más céntricas -como Rius i Taulet y Sol-, la juerga discurrió sin pausa. Resultado: las calles no tardaron en convertirse en un vertedero y era imposible pegar ojo en las cercanías de la juerga.

Aunque la jornada transcurrió sin altercados graves, a partir de las 3.00 horas el incivismo y la basura campaban sin barreras: lavabos portátiles y contenedores de basura volcados por vándalos beodos, botellas hechas añicos por el suelo, vomitonas y regueros de meados que desprendían un olor nauseabundo... Los Mossos d'Esquadra volvieron a repetir la estrategia marcada por el Ayuntamiento para evitar males mayores. Es decir, manga ancha y mucha paciencia para soportar las provocaciones de los parranderos. Y eso que el alcalde de Barcelona, Jordi Hereu, aseguró al inicio de la fiesta mayor que la ordenanza del civismo se cumpliría con rigor. No obstante, la policía reconoce que no hay más alternativas: o emplean la fuerza y la noche acaba en batalla campal, como ocurría hace dos años, o se deja consumir el jaleo por el simple cansancio de sus insistentes animadores.

Los vecinos tratan de echar a los ruidosos con cubos de agua, pero ellos piden más
Crece el número de visitantes extranjeros por el reclamo del 'botellón' consentido

En cualquier caso, el margen para que se vayan vaciando las plazas más concurridas no cesa de aumentar cada día. Oficialmente, el límite no debió superar anteanoche las 3.30 horas, pero por entonces la juerga callejera estaba en su apogeo. Así, a las cinco de la madrugada todavía quedaban unas 3.000 personas en la plaza del Sol, gente que no paró de hacer ruido con lo que se encontraba a mano, ya fueran persianas de comercios o papeleras arrancadas del suelo con saña. Los operarios de limpieza esperaban con los brazos cruzados a que terminara el jolgorio. La policía actuó al principio de forma indirecta: los agentes tomaron posiciones alrededor de la plaza y acallaron a los que aporreaban guitarras y yembés. En torno a ellos, un gentío bailongo. Gràcia cumplía otra vez el papel de after hours del ocio nocturno barcelonés.

Finalmente, los mossos intervinieron a partir de las seis de la mañana para disolver lo que quedaba de fiesta. Se produjo algún empujón y pequeños rifirrafes, pero nada más. "Llama a los demás, que se va a liar", conminó un joven red skin a su amigo. Afortunadamente, pese a la tensión del momento, no se lió: la Guardia Urbana y los mossos cerraron los accesos a la plaza del Sol y no dejaron entrar a nadie en el último enclave festivo. Así, poco a poco, la gente se fue marchando y la policía y los equipos de limpieza se adueñaron al fin de la plaza.

Lo de la plaza del Sol era un epílogo, porque espacios de fiesta no faltan: cada madrugada se añaden calles transformadas de golpe en discotecas al aire libre. Anteanoche ocurrió así en la confluencia de las calles de Verdi y La Perla. Los elementos necesarios para la farra son: un par de músicos con instrumentos de percusión y que corra la voz. El alcohol pone el resto. A pesar de la lucha contra la venta ambulante de cerveza, no faltan oportunidades para emborracharse. Durante las madrugadas, Gràcia sería capaz de explotar cualquier intento de control de alcoholemia. A las 3.30 horas, en ese tramo de Verdi cualquier asomo de descanso era una utopía. Varios vecinos bajaron a quejarse a los mossos que vigilaban la plaza de Rius i Taulet. Como respuesta, los agentes les dijeron que no se podía hacer nada más que esperar.

Y la espera en Verdi fue larga, porque aparte de los músicos callejeros, un pinchadiscos pachanguero se encargó también de amenizar la velada hasta las 4.30. En ese momento sonó por los altavoces el estribillo de una popular canción infantil, la que dice: "Vamos a la cama, que hay que descansar...". Parecía una broma de mal gusto, sobre todo porque los asistentes a la farra no querían irse a dormir, lo que querían era más fiesta. Así, entre idas y venidas, la calle de Verdi siguió concentrando a centenares de personas hasta bien avanzadas las cinco de la madrugada. Por momentos, estos conciertos derivan en pasacalles que extienden el insoportable ruido a ritmo de palmas y cánticos báquicos.

El malestar de muchos vecinos se manifiesta echando cubos de agua a los juerguistas, pero éstos piden más para aliviar el calor. En el barrio cunde la sensación de que la fiesta mayor se les ha escapado de las manos. Los más veteranos admiten que nunca se podían imaginar un estilo de divertirse como el que puebla sus calles de madrugada, basado en el consumo de alcohol y en el no parar mientras el cuerpo aguante. Por su parte, los jóvenes juerguistas no ven nada anormal en este comportamiento, porque para ellos la fiesta es sinónimo de botellón. Lo de las calles engalanadas es, como mucho, un atractivo añadido. Entre los parroquianos de las noches de Gràcia abundan los extranjeros, especialmente italianos, que acuden allí por el reclamo de la cerveza barata y la música callejera.

Para no desentonar, alborotan y ensucian como el que más. Entre ellos lo de orinar en la calle y en las porterías también es un hábito recurrente. Los mossos han tenido numerosos encontronazos verbales con este tipo de turistas parranderos. Además, el emplazamiento de las fiestas alternativas en la calle de Còrsega supone que el perímetro festivo sea este año más amplio: decenas de asistentes reciben el día durmiendo en el estrecho césped de uno de los laterales de la Diagonal. Una estampa inédita.

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