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FÓRMULAS QUE MUEVEN EL MUNDO
Columna
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La otra sintaxis

Javier Sampedro

El musicólogo y neurocientífico Stefan Koelsch, del Instituto Max Planck de Ciencias Cognitivas en Leipzig, publicó este experimento hace dos años. Koelsch y su equipo registraron el potencial eléctrico cerebral mientras sometían a sus voluntarios -y pocas veces se habrá usado con tanta propiedad el verbo someter- a una interminable sucesión de secuencias de ocho acordes. Una secuencia, o "progresión de acordes", no es cualquier serie sin ton ni son, sino algo como mi, la menor, fa menor séptima y si séptima, que incluso el lector horrorizado por esos nombres reconocería de inmediato como un "orden lógico" de los acontecimientos: una historia bien contada con planteamiento y nudo.

Koelsch pidió a sus voluntarios, que ni eran músicos profesionales ni tenían un oído musical fuera de lo común, que intentaran distinguir si las sucesiones de acordes estaban "en modo mayor o menor", o cualquier otro cuento coreano, pues es costumbre de los neurocientíficos tener a sus voluntarios engañados durante los experimentos, como es lógico. Lo que buscaba Koelsch era otra cosa.

El anterior ejemplo de secuencia de acordes no tiene desenlace -no vuelve a mi, por ejemplo-, pero lo deja a huevo con ese si séptima: es la dominante, que en esa posicional final cumple un papel gramatical reconocible por cualquier oído: "Te lo voy a repetir", o "por lo tanto yo digo así", con sus dos puntos y todo. Después de oír un acorde de si séptima hacia el final de una frase musical ocurre igual que si has oído "por lo tanto yo digo así dos puntos": que o suena mi o te llevas un corte de re bemol mayor. Ahí es donde Koelsch puso a veces mi, pero otras veces la. La actividad cerebral de todos los voluntarios distinguió ambos tipos de frases con nitidez, sin que ellos supieran qué estaba mal en esa secuencia de acordes (Current Opinion in Neurobiology, 15:1). El experimento lleva incorporado un control "musicológico" que elimina la necesidad de hacer muchos de los controles neurológicos habituales. Koelsch no cambia si séptima por un ruido atroz, ni por notas desafinadas, el sustituto de mi es la, que no sólo es perfectamente coherente con mi, sino casi obligatorio, puesto que es su "subdominante". Lo único raro es la posición que ocupa: se trata de una transgresión puramente sintáctica (se pueden oír ejemplos en www.stefan-koelsch.de/TC_DD). Por este y otros experimentos, Koelsch cree que el común de la gente, y no sólo quienes han recibido una educación musical, está en posesión de un "conocimiento tonal" adquirido, literalmente, de oído. No es poco, tras haber visto el embrollo matemático que subyace a la tonalidad.

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