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CONDENADA EN LA CIUDAD
Columna
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Misión posible: no sudar

Patricia Gosálvez

El Condenado en la ciudad, atrapado en el limbo que es agosto en la gran urbe, se pregunta ¿dónde huir? ¿dónde estar fresquito cuando no se tienen vacaciones, ni piscina, ni chalé en la sierra?

1. Instrumento medidor: las dependientas del centro comercial no se ponen de acuerdo. Según la más mayor, "los termómetros del ambiente" los "venden" en Relojería. Según la más joven, que llegó después del departamento de marketing, se llaman "barómetros" y "están disponibles" en Decoración y Menaje. El Condenado las deja discutiendo y se pasea por el centro comercial -¡Mmm, el aire tan potente!-. Da con lo que busca en la sección de Fotografía, donde el dependiente llama al aparato "estación meteorológica digital", como para justificar los 36 euros que cobra por el cacharro (un reloj despertador que marca la temperatura, la humedad del aire, la hora, la fecha y la fase de la Luna). El Condenado le explica que se va a pasear con el cacharro por la calle, "en plan Meteosat urbano". El dependiente no cambia el gesto: "Éste es el más sensible del mercado en la gama... manejable". Cosas más raras habrá oído.

2. Metodología: poner pilas, dar al ON. En la tienda hace 23 grados Celsius, 73,4 grados Fahrenheit (un botón pasa de un sistema a otro). La cifra es la capicúa de los 32 grados centígrados que hace en la calle. Debajo del chorro de aire que cae de las puertas del centro comercial, la cosa baja a 19,7 grados centígrados. El termómetro tarda en calcularlo, y el guardia de seguridad mira con sospecha al Condenado, que se baja a Alimentación. En el cajón de los helados, un cofre abierto de esplendor invernal: 6,1 grados centígrados. Se echa de menos una rebequita.

3. Misión: no sudar, pero tampoco congelarse. En la calle hace 37,4 grados centígrados. En el sofá Kipplan del piso sin aire acondicionado, 28,4 grados centígrados. Frente a la puerta abierta de la nevera, 9,1 grados, pero es un gasto. Hay que huir. Medio desnudo, el Condenado se mete en el cine. La "estación meteorológica digital" cae hasta los 20,6 grados centígrados. Después de un rato, es el Polo. Según los expertos, una diferencia entre la temperatura exterior e interior de más de 8 grados no es sana. Por eso, los expertos siempre llevan rebeca. Buscando un fresco más natural, el Condenado baja una silla al portal de su casa, con unos cómodos 26,2 grados. Es un fresco antiguo, como de pueblo, pero su presencia asusta a una vecina porque esto es la ciudad. El condenado se refugia en la religión. Dentro de una iglesia del XVIII, feúcha, de barrio, el cacharro marca 25,7 grados. Parece que hace más frío, debe de ser el silencio.

4. Reflexión: a principios de julio, los mandamases del Ministerio de Medio Ambiente comparecieron en mangas de camisa ante la prensa. Daban ejemplo. Para ahorrar energía, los edificios públicos pondrán el aire acondicionado como mucho a 24 grados centígrados. Subir un grado la temperatura baja el consumo energético un 7%. El ministerio abre sólo hasta las tres (¿también para ahorrar?), así que el Condenado, que trabaja, no puede ir a comprobar a cuántos grados están, pero se imagina un fresco sucio, como de ácaro y de conducto metálico. Además, prefiere imaginar un país donde los ministerios tuviesen las paredes refrigerantes y húmedas de las iglesias. Total, sermones ya dan.

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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