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Columna
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El genio de Durero

En el Museo Guggenheim de Bilbao pueden verse 165 grabados del artista del Renacimiento alemán Alberto Durero (Núremberg, 1471-1528). Las piezas proceden del Städel Museum, de Francfort. La exposición permanecerá abierta al público hasta el 9 de septiembre.

Ante este gran número de obras, todas ellas de pequeño formato, el visitante se siente poco menos que impelido a verlas en un recorrido rápido. Si así lo hiciera, estaría perdiéndose algo tan sustancial como que en la mayor parte de las obras expuestas destacan dos especialidades de grabados: entalladuras de madera y grabados a buril. Los resultados artísticos son harto diferentes. No es difícil percibir las diferencias. Basta con fijarse bien en la ejecutoria de las líneas. En comparación con las obras a buril, las líneas de las entalladuras muestran una cierta holgura entre ellas. Hay muchos espacios en blanco, menos sombras y, por consiguiente, todo lo representado aparece más plano. Por el contrario, en las obras a buril el artista trata de emular la riqueza y texturas de la pintura. Para ello las líneas se han trazado más cerradas, muy juntas, con pocas zonas blancas, creando de ese modo formas volumétricas. Es preciso decir que las entalladuras resultan más sencillas, porque la madera no permite una precisión en el dibujo tan acuciosa y pormenorizada como la que proporciona el buril. Es verdad que en las entalladuras esa desventaja se pretende suplir con riqueza imaginativa en los temas, además de imprimir una cierta agitación y movimiento en las escenas.

Llegó a grandes efectos lumínicos con la sutil variación del espesor lineal de los contornos y el trazado interno

La calidad de los mejores grabados a buril de Durero hace olvidar en ocasiones que era un pintor que grababa, para trasformarse en un grabador que pintaba. En sus grabados llegó a grandes efectos lumínicos -con el juego participativo del claroscuro-, obtenidos mediante la sutil variación del espesor lineal de los contornos y el trazado interno; al tiempo, fue capaz de demostrar su excepcional pericia en el dibujo. A su indudable conocimiento técnico se añade un gran poder imaginativo. Con el paso del tiempo, Durero demostró que sabía quién era. Se consideró a sí mismo como un innovador del arte de su país. Reflexionó sobre cuanto realizaba y sus motivaciones. Tomó notas de viajes y escribió libros para adoctrinar a su propia generación.

Hijo de un orfebre venido de Hungría y establecido en la floreciente ciudad de Núremberg, Durero viajó a Italia en varias ocasiones. Allí pudo aprender con el estudio de las pinturas de Giovanni Bellini, los dibujos de Leonardo da Vinci y los grabados de Andrea Mantegna, sin olvidar el aporte insuflado por su compatriota y antecesor, el reputado grabador Martin Schongauer.

Como la mayoría de los temas son de carácter religioso, es de fuerza mayor relacionar el nombre de Durero con tres figuras teológicas, humanistas y filosóficas de su época: Martín Lutero (propulsor de la Reforma en Alemania), a quien el artista admiraba profusamente, tal como era ferviente seguidor de la Reforma; a Felipe Melanchthon (tras la muerte de Lutero se convirtió en el principal representante de sus ideas), a la sazón amigo y admirador de Durero, le hizo un retrato a buril, presente en la exposición. Y también está presente en la muestra el retrato a buril que hizo al sabio humanista Erasmo de Rotterdam, que demostró especial interés en ser retratado por el artista, a quien llegó a calificar de "el Apeles de las líneas negras".

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Consideraciones de carácter reformador aparte, queda en la retina el talentoso brío civil que el artista alemán puso en el infinito universo de sus mejores líneas.

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