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Columna
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Vino y toros

Las fiestas de agosto de Lobanillos del Nuncio son célebres en todos los pueblos de la comarca que suelen celebrar las suyas casi por las mismas fechas pero sin tanto boato y presupuesto, lo que genera seculares envidias, reavivadas cada año con más inquina, como esos incendios forestales que asolaban los pinares próximos hasta que fueron sustituidos, los pinares no los incendios, por acogedoras colonias de chalés adosados, cada parcela con su pino superviviente y su amplio garaje. Lobanillos es el núcleo más importante y próspero de la zona, y los otros pueblos del entorno giran a su alrededor como átomos rabiosos que colisionan entre sí y sólo se unen ocasionalmente para colisionar con el núcleo central, sobre todo cuando lo ven debilitado por algún problema, como ocurrió hace unos meses, cuando le pararon al Ayuntamiento la construcción de 25 chalés pareados en Los Sotos de la Princesa, que es como rebautizaron los promotores después de la recalificación a la Era del tío Pereje.

Los de Fomento debieron sospechar algo por lo del número impar; se pueden hacer 24 o 26 pareados, pero si hacen 25, o falta o sobra uno. En este caso sobraba uno, aislado y más grande que los otros, que por lo visto era el que la inmobiliaria pensaba regalar al alcalde por sus buenos oficios en la operación. El alcalde de Lobanillos es del Pilón, Partido Independiente de Lobanillos del Nuncio, con acento en la o como el monumento más característico del pueblo, una fuente de piedra del siglo XIX en la que desde entonces se bautiza, de buen grado o por la fuerza, a los forasteros que acuden a las fiestas, incluidos los músicos de la orquesta.

"En Lobanillos, ni la hora, ni el pitillo", dicen en Estropajera que es el pueblo más próximo para referirse a la secular tacañería de sus vecinos, pero hasta ellos mismos reconocen que son muy generosos con sus fiestas, lo reconocen y les duele porque las suyas se celebran una semana antes, y aunque durante todo el año funcionen los servicios de espionaje estropajeros para hacerse con el programa de festejos de sus rivales, a éstos siempre les queda tiempo para contratar a una orquesta más, montar una becerrada suplementaria, o invitar a más kilos de chorizo picante. Pero este año los lobanillenses se han superado y han organizando tres encierros diarios, con el invento de un encierro infantil con becerros auténticos, que se une a los tradicionales encierros con suelta de vaquillas que se celebran a las ocho y media y a las diez de la noche.

Por lo demás, las fiestas de Estropajera y Lobanillos son prácticamente idénticas: hay pregones y desfiles de peñas encierros taurinos, procesión y romería, degustaciones de limonada y aguardiente, reparto de rosquillas y tajadas, campeonatos de tute, mus y deportes autóctonos, torneos de fútbol y de frontón, fuegos artificiales, verbenas populares y discoteca móvil hasta el amanecer. Pero hay algo que los de Lobanillos tienen y los de Estropajera nunca podrán tener: una ceremonia, un rito ancestral, aunque provenga de la segunda mitad del siglo XX. En Lobanillos del Nuncio queman todos los años al Guirigao, apócope de "guiri colgao", un pelele con pipa, gafas, sombrero y barba de chivo que representa al antropólogo británico James Farewell, que veraneó aquí entre 1965 y 1968, año en el que tuvo la mala idea de publicar en Londres su trabajo de campo Horns and wine (Cuernos y vino), subtitulado "Ritos tribales y fiestas patronales en un pueblo de la provincia de Madrid". Los lobanillenses aún no han digerido todavía el primer párrafo de la edición española de 1970, que comienza así:

"Con los ojos enrojecidos y desorbitados, la mirada perdida y regueros de vino rojo chorreando por las comisuras de sus fauces insaciables, los miembros varones de los clanes (peñas) de la tribu abandonan sus guaridas al caer la noche y bailan patosamente al son de los tambores, se arrojan petardos enormes entre sí o se enzarzan en sangrientas e inmotivadas peleas y brutales juegos de competición, y en sus aguardentosas voces se mezclan coplas de obscenidad inaudita y loores a la Virgen patrona de la localidad. Luego, al amanecer, armados de palos y piedras, salen a perseguir y a mortificar a las vaquillas y a los toros que corren despavoridos delante de ellos, camino de la plaza, donde aguardarán en vano una muerte más digna".

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