Espías del siglo XXI

En un tiempo en el que la mayoría del cine de acción parece una eterna partida con la playstation, en el que el cine de espías no es más que pura pasarela de modelos, y en el que el cine político, éste sí, parece haber resucitado con el mejor espíritu de los años setenta, la saga protagonizada por Jason Bourne aglutina lo mejor de los tres géneros.

Bourne, asesino profesional aquejado de amnesia, lleva tres películas haciéndose preguntas y buscando respuestas. Tres magníficas películas. La última, El ultimátum de Bourne, dirigida de nuevo por el británico Paul Greengrass, es un prodigio de ritmo, efectividad y espectacularidad. Un chute de adrenalina cargado de persecuciones con sentido, golpes de efecto y guiños a recientes acontecimientos relacionados con la delación en política internacional y la ilegalidad (¿se puede ser legal en la CIA?) de ciertas acciones del servicio secreto americano. "Si vas por ese camino, ¿cuándo vas a poder salir?", pregunta una firme demócrata, una acérrima de las normas. "Cuando ganemos", responde con laconismo el lado oscuro, parafraseando las restrictivas sentencias de George Bush sobre "buenos" y "malos". Tras la notable primera entrega dirigida por Doug Liman, la saga basada en las novelas de Robert Ludlum pasó a estar comandada por Greengrass. Bregado en el documental, el británico se dio a conocer con la agilísima Bloody Sunday, reconstrucción del domingo sangriento de Derry, Irlanda del Norte, en 1972. Su mezcla de cine verista y espectáculo sin respiro le llevó más tarde a elucubrar con impactante suspense (a pesar de que el final era más que conocido) sobre lo acontecido a bordo del United 93, el cuarto avión del 11-S. Con semejantes planteamientos (y a pesar de tratarse de cine para el gran público) se ha adentrado en la saga de Bourne. Especialista en secuencias con múltiples puntos de vista, compuestas a base de un enérgico montaje, Greengrass da una lección de suspense con su cámara siempre móvil y sus ligeros zooms de acercamiento y alejamiento.