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Columna
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Rectángulo

SIEMPRE ME ha gustado esa afirmación de Fernando Pessoa de que "ver es haber visto", no sólo por lo que significa de elogio de la experiencia, sino por su crucial importancia para las artes en general y, no digamos, para las que hoy enfáticamente se denominan "visuales", y, entre éstas, las "mudas".

Nada hay ciertamente más espontáneo y fácil que ver a través de esas terminaciones cerebrales exteriores que son nuestros ojos, que lo registran todo, pero la formidable información acopiada sólo parece disponible cuando se ha mirado algo con atención. Esto explica la distinción que hacemos entre el simple ver y el mirar, o entre el mirar y el contemplar, que aluden sucesivamente a la visión pasiva y distraída, la activa y concentrada y la persistente. Aunque nuestro cerebro conserva los incalculables miles de millones de imprevisiones visuales captadas por nuestros ojos, sólo procesa una mínima parte, la que, por el motivo que sea, ha suscitado nuestra atención.

De manera que, si a alguien le interesa el arte y quiere progresar en su conocimiento, lo único que tiene que hacer es contemplarlo con la mayor asiduidad e intensidad posible.

Se acaba de publicar la traducción castellana de Los misterios del rectángulo. Ensayos sobre pintura (Circe), de la escritora estadounidense Siri Hustvedt, que, aun no siendo historiadora del arte, ni propiamente tampoco una crítica profesional, tiene el don de mirar cuadros con amor, que es el estado de máxima atención. Como buena amateur, las pasiones pictóricas de Hustvedt son muy variadas, como lo demuestra el libro que comentamos, donde nos relata sus vivencias ante cuadros de Giorgione, Vermeer, Chardin, Sánchez Cotán, Cézanne, Goya o el pintor actual Gerhard Richter. Esta fascinación por el mundo del arte la ha llevado también a la novela, el género literario que la ha hecho internacionalmente famosa. De todas formas, lo para mí verdaderamente sobresaliente de Hustvedt en relación con el mundo de las artes visuales, hoy tan de moda, no es que escriba con brillantez sobre ellas, sino que sólo escribe sobre lo que ha mirado con máxima atención, que es lo que casi nadie hace, ni siquiera los que se autoproclaman como especialistas en la materia.

Paseando esta primavera por el carrusel artístico europeo de Venecia-Basilea-Kassel-Munster, ya transformado en un espectáculo turístico de masas, se me ocurrió el siguiente aforismo: "Sabía tan poco, que no tenía más remedio que estar a la última". Fue una ocurrencia dictada no sólo por el hartazgo ante la trivialización del arte, sino por la definitiva sustitución de la contemplación por el consumo visual, que retiene marcas sin contenido. Justo lo contrario de lo que rezuman los ensayos sobre pintura de Hustvedt, tan cargados de pasión y de paciencia contemplativos, tan, por tanto, reveladores. Cualquier obra de arte no es materialmente en sí más que un cachivache, un simple rectángulo, si se trata de un cuadro. El significado de esta obviedad visual es, no obstante, recóndito, misterioso. Para acceder a él hace falta, sin duda, la mayor fijeza visual, pero no sin antes haber visto mucho.

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