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Reportaje:OCIO

El arte de vivir en las nubes

La VII Copa de Globos Aerostáticos reúne en Haro a las principales familias de pilotos

A las siete de la mañana suena el teléfono en la torre de control del aeropuerto de Vitoria. "Hola, buenos días, ¿hablo con el aeropuerto? Aquí, Óscar Ayala. Sí, el de los globos. Era para deciros que vamos a salir a volar, pero no os preocupéis, que no pasaremos de los 5.000 pies, ¿eh?". El controlador suspira y autoriza el vuelo, con la esperanza de que los 31 locos que van a despegar en cestas de mimbre cumplan los límites de altitud.

Así comienza una jornada en el mundo de la aerostación, sólo apto para madrugadores, que desayunan al amanecer con un café y un mapa de coordenadas sobre la mesa. El pasado fin de semana, el cielo de la localidad riojana de Haro reunió a la élite de este deporte en la VII Copa Internacional de Globos Aerostáticos, cuyas pruebas son la antesala del próximo Campeonato Europeo.

Josep Maria Lladó: "Mientras caíamos e intentábamos encender los quemadores, iba despidiéndome"
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El primer briefing de la mañana recuerda a un despliegue militar: hablan un idioma propio, en términos de grados y velocidades del viento, introducen los datos en el GPS y anotan las estrictas normas a seguir. No superar los 5.000 pies sólo es una de ellas, para evitar posibles encuentros con otras aeronaves. A partir de ahí, los equipos estudian los mejores lugares para el despegue y deciden las rutas para los coches de rescate, porque nadie sabe dónde aterrizará. Eso se deja a la improvisación.

En España hay 150 tipos capaces de llevarse de vacaciones a la mujer y los niños a 8.000 pies sobre el resto de los mortales. "¿Vacaciones sin el globo? No existen", bromea el alemán Uwe Schneider, que ocupa el primer puesto de la clasificación mundial y entre cuyas hazañas está haber "contagiado" el virus del vuelo a su padre. "Era duro, porque él siempre me enseñaba todo y en esto del globo el profesor fui yo. Antes estaba en mi equipo de rescate, pero en una competición perdí la posibilidad de clasificarme porque no se está quieto y encendió los ventiladores antes de tiempo. Ahora volamos por separado", dice con un guiño.

Otro alemán, el subcampeón europeo Markus Pieper, viaja con su mujer, a punto de dar a luz, y con su hijo, Josh Mattieu, de cuatro años, que se desenvuelve entre velas y quemadores como otros niños lo harían entre balones de fútbol. También Josep Maria Lladó, cuatro veces campeón de España, suele volar con su familia. De hecho, dos de sus hijas compiten solas después de aprender de él.

Pero ¿qué le pasa por la cabeza a un hombre para invertir entre 18.000 y 72.000 euros en un globo?

"En mi caso empecé en la aerostación cruzando África, desde Zanzíbar hasta Dakar para seguir el libro de Julio Verne, Cinco semanas en globo... aunque me llevó 11 meses", explica Lladó. El peor recuerdo de sus viajes se sitúa en la caída libre tras sobrevolar el Aconcagua y el aterrizaje con un saldo de varias costillas rotas. "Mientras caíamos e intentábamos encender los quemadores que se habían apagado, iba despidiéndome de mi compañero. Lo vimos mal, pero por suerte no fue grave", recuerda.

A Óscar Ayala, presidente del Club Riojano de Aerostación y organizador de la VII Copa disputada en Haro, le tomaron por loco cuando decidió sacarse el título de piloto. "A mi mujer y mi hijo no les interesaba. Pero cuando aparecí con el aparato en casa y les pedí que me ayudaran a sacarlo les picó la curiosidad".

Poco después, el hobby pasó a su hijo Iván, que ya volaba solo con 14 años, para disgusto de su madre. "Bueno, no es muy legal porque la licencia se saca con 16 años, pero yo había aprendido con mi padre y volaba desde antes", relata. A sus 23 años se ha convertido en el piloto español más joven clasificado para los campeonatos europeos y a partir del próximo día 16 se batirá en Magdeburg con la élite del aire.

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