Grândola, faro del 25 de Abril
Una canción fue la contraseña que puso en marcha la revolución encabezada por los militares portugueses que acabó con la dictadura salazarista. Eran las 0.20 del 25 de abril de 1974 y por una emisora sonó Grândola, vila morena, que ha quedado inmortalizada como un símbolo del restablecimiento de la democracia en el país vecino.
Grândola, vila morena
Terra da fraternidade,
O povo é quem mais ordena
Dentro de ti, ó cidade
Em cada esquina um amigo
Em cada rosto igualdade,
Grândola, vila morena
Terra da fraternidade
Zeca estrenó la canción durante un recital en Santiago de Compostela en mayo de 1972
La fraternidad pervive en la amabilidad sencilla de los trabajadores del corcho
Zeca compró un pedazo de tierra en Grándola y pasó temporadas en su modesta casa
La noche del 17 de mayo de 1964, José Afonso actuó en la Sociedade Musical Fraternidade Operária Grandolense, más conocida en la villa alentejana como la Música Velha. Zeca Afonso era un modesto profesor "indisciplinador de alumnos", pero llevaba unos años recorriendo las colectividades del sur del Tajo en Portugal como cantante y agitador. Poeta y músico, treintañero ya (nació en Aveiro en 1929), se había licenciado en Letras un año antes por la Universidad de Coimbra con una tesis sobre Sartre, se había casado con una costurera llamada Amália, había tenido dos hijos y había vivido y bebido la bohemia de los fados tradicionales (sólo para hombres) de Coimbra. Aquella noche, en Grândola, su vida cambió para siempre.
El auditorio estaba formado por gente pobre y sencilla con hambre de cultura. Campesinos, trabajadores del corcho, obreros, mujeres, músicos aficionados, líderes clandestinos del Partido Comunista. Estaba el fabuloso guitarrista de Coimbra Carlos Paredes, al que Zeca no conocía. Se quedó impresionado con "¡lo que ese bicho le hace a la guitarra!", según escribió luego en una carta a sus padres.
Tanto como el genio, a Zeca le impactó la gente y el lugar: "Me quedé impresionado con ese local oscuro, casi sin estructuras, con una biblioteca con claros objetivos revolucionarios, una disciplina generalizada y aceptada por todos los miembros, lo que revelaba ya una gran consciencia y madurez políticas". Diez años después de aquello, Portugal hizo la revolución antifascista y la fraternidad de Grândola se instaló sin hacer ruido en la memoria colectiva de medio mundo.
José Saramago (Azinhaga, 1922) era entonces un comunista más, y por eso asistió al concierto de Grândola. "No era famoso ni nada, escribía en los periódicos y sólo había publicado un libro", explica. Como Zeca, Saramago recorrió las colectividades del sur. Pero hablando y escuchando. "En los años sesenta y setenta no se llamaban conferencias; se llamaban, muy presuntuosamente, sesiones de esclarecimiento. Eran diálogos con la gente. Si había muchos comunistas, se hablaba con total franqueza; cuando había gente que no era del partido, entrábamos en las medias tintas. No arriesgábamos mucho, aunque a veces llegaba la policía y nos dispersaba. Tengo un recuerdo entrañable de aquellos lugares. Las madres iban con los niños y les daban de mamar allí mismo... Esa gente sin cultura nos enseñaba mucho a los que teníamos algo de cultura. A ellos les faltaba todo además de la cultura, pero todo les interesaba. Era un intercambio justo. En aquella época todos éramos muy buenos. La calidad humana de aquella gente era extraordinaria. Ese país no prometía el país que tenemos ahora".
Hijo de un juez que hizo toda su carrera en las colonias de África y Asia (Timor), Afonso había editado su primer EP (Fados de Coimbra), en 1956, y enseguida empezó a actuar para los que no tenían nada. Grândola, vila morena todavía tardó en ver la luz. Se editó con el álbum Cantigas de maio (1971), que Zeca grabó en Francia, y el estreno en directo fue en Santiago de Compostela, el 10 de mayo de 1972.
Dos años después, la canción sería escogida como pistoletazo de salida para el 25 de abril por los líderes del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA), aquellos capitanes pacifistas que conocían de cerca la sangría de la guerra colonial.
El 29 de marzo de 1974, la canción cerró un gran espectáculo musical en Lisboa. Bajo la mirada del MFA y la torpe censura de la PIDE -la policía política prohibió cinco canciones de Zeca, pero no Grândola-, actuaron todos los jefes del canto de intervenção: Adriano Correia de Oliveira, José Barata Moura, Fernando Tordo, Ary dos Santos, Fausto... "En realidad, el MFA utilizó dos señales distintas", recuerda Zé, ferretero y memoria viva de Grândola a sus 79 años. La primera fue emitida a las 11 de la noche del día 24 en Radio Clube Portu-gués, y era la canción que aquel 1974 representó al país en Eurovisión, E depois do adeus, de Paulo de Carvalho. Grândola, la segunda llamada, se pasó en el programa Límites de Rádio Renascença, la radio católica, a las 0.20 del día 25.
Fue la señal para que arrancaran las tropas más alejadas de Lisboa, la confirmación de que la revolución era imparable.
"Viví el 25 de abril en una especie de deslumbramiento", escribiría Zeca. "Fui para el Carmo [una plaza del Chiado lisboeta], anduve por ahí... Estaba tan entusiasmado con el fenómeno político que ni me apercibí bien, o no di importancia a eso de Grândola. Sólo más tarde [...], cuando recomenzaron los ataques fascistas y Grândola se cantaba en los momentos de mayor peligro o entusiasmo, me di cuenta de todo lo que significaba y, naturalmente, tuve una cierta satisfacción".
Han pasado 33 años y unos meses de aquellos días de claveles rojos. Zeca murió el 23 de febrero de 1987 en Setúbal, su querida ciudad proletaria. La esclerosis lateral que lo martirizó ganó por fin la batalla, pero no la guerra. Lo enterraron miles de obreros y campesinos entre un mar de banderas rojas.
Hoy, en pleno centro de Grândola, la Sociedad Musical Fraternidad Obrera Grandolense sigue en pie, sobria y austera. Resiste, aunque está cerrada y vallada para una reconstrucción. El ladrillo, la construcción civil, ha ido sustituyendo poco a poco al corcho y al arroz como fuente de riqueza en el concejo, explica Pedro Martins. "Y el futuro parece ir cada vez más en esa dirección".
Pedro Martins da Costa, comunista, concejal y presidente de la Junta Municipal de Grândola durante más de 25 años, también estuvo aquella noche en el concierto. "Cuando llegó Zeca, le gustó mucho nuestra igualdad. Escribió que éramos tan igualitarios que no se sabía quién era el presidente".
El PCP mandó en la alcaldía de Grândola (15.000 habitantes) desde 1974 hasta 2001. "Hicimos las calles, el saneamiento básico, las escuelas, la luz, el polideportivo, la recogida de basura, y cuando estaba el pueblo acabado ganaron las elecciones los socialistas. Tiene gracia", explica sin explicárselo Martins.
Cae la tarde y basta un breve paseo para ver que la modernidad llegó para quedarse. Hay viviendas sociales de aspecto muy digno, todo está limpísimo, los ancianos se reúnen a hablar en grupos a la sombra en el Largo Zeca Afonso, los inmigrantes brasileños atienden a los clientes en los bares, un actor de teatro infantil juega con los niños en el parque. En la terraza de al lado, cuatro recogedores de corcho beben una cerveza después de la jornada de ocho horas. "¿Sueldo? Ocho euros la hora", dice uno de ellos enseñando sus manos inmensas y ennegrecidas por el tajo.
Bueno, quizá la revolución no acabó de cuajar, pero el fantasma de Zeca se siente por todas partes. Ahí está el monolito de mármol roto por la mitad que preside el barrio José Afonso; el nombre del polideportivo donde aprenden natación los niños; el monumento horizontal con la partitura y la letra de la canción que hizo famosa a la entonces miserable villa alentejana. En los laterales del moderno autocar de línea, unas letras de diseño actual dicen: "Grândola, vila morena".
La fraternidad pervive también en la amabilidad sencilla de estos corticeiros cuyos rostros ajados son el retrato de la honestidad y que probablemente ni recuerdan ya que el sueño rojo de abril trajo una incipiente reforma agraria, que durante unos años cambió la faz del pueblo, de la región, del país entero. "En el concejo había muchas tierras de grandes propietarios, como el Banco Spirito Santo", recuerda Martins. "Tras la Revolución, fueron repartidas en cooperativas. Los trabajadores las ocuparon pacíficamente, las trabajaron y las hicieron fértiles".
"Muchos terratenientes se fueron del país", continúa, "aunque aquí nadie pegó un tiro. Incluso al alcalde, que era hacendado, se le respetó. Por eso pudo quemar documentos comprometedores antes de marcharse". El caso es que los campesinos trabajaron las tierras unos años, y a la vuelta de los propietarios al país "fue cuando hubo violencia de verdad. La GNR amenazó, sacó los caballos, dio palizas, mató".
Para entonces, hacía mucho tiempo que la Revolución había fracasado. Saramago lamenta que no fuera posible una alianza política entre comunistas y socialistas. "Podríamos haber hecho un gran frente de izquierdas con el PS, serio y sólido, pero Soares nunca quiso saber nada del PC. Y con António Barretto, su ministro de Agricultura, impidió que la reforma agraria saliera adelante. Los agricultores trabajaban bien pero necesitaban inversiones para modernizarse. Nadie hizo nada, y casi todos asumieron la derrota. ¿Qué otra cosa iban a hacer? ¿Volver a luchar?".
Zé, el ferretero, luchó toda la vida, ganó un día y luego decidió resistir a la desilusión. Rodeado de cachivaches y papeles, sólo habla de música, trompetas, mandolinas (sus dos instrumentos) y otras cosas alegres. A sus años, se acuerda de todo y lo cuenta sin respirar. Y aquel día de 1964 que vino Zeca...
"Venía desde el Algarve y le encantó. Teníamos una banda estupenda, ocho banjos, tres violas, una batería, cuerdas, trompeta, trompa... Aquí de siempre se tocaba mientras se trabajaba la cortiça [el corcho]. Además, prestábamos libros a un tostão [10 céntimos de escudo], hacíamos teatro, charlas, festejos... Todo eso estaba prohibido por Salazar, la cultura era un peligro, pero lo hacíamos desde siempre y nunca paramos. Era una tradición republicana. Teníamos amor a la cultura y a la comunidad".
Eran tiempos chatos, muy duros. Grândola, Portugal, como España, olían a aislamiento, silencio, trauma. Mucha gente, cientos de miles, millones, emigraron (cinco millones siguen fuera a día de hoy). Otros como Zeca, José, Pedro, Zé y tantos más ("las mujeres fueron fundamentales, siempre estuvieron en primera línea", dice Saramago), se rebelaron contra ese destino.
"No me arrepiento de nada de lo que hice", escribió el cantante. "Más: soy aquello que hice. Aunque con reservas, creía lo suficiente en lo que estaba haciendo, y eso es lo que queda. Cuando la gente para, hay una especie de pacto implícito con el enemigo, tanto en el campo político como en el campo estético y cultural. Y, a veces, el enemigo somos nosotros mismos, nuestra propia consciencia y las coartadas de las que nos servimos para justificar la modorra y el abandono de los campos de lucha".
Hoy, Afonso y su vila morena son, probablemente, poco más que un símbolo y un recuerdo de otro tiempo. Pero el encuentro entre el hombre que buscaba y el pueblo que soñaba fue un pequeño big-bang. Zeca añoraba sus mañanas africanas de niño y sus noches golfas de estudiante. Armado con un puñado de canciones y poemas arañó como un jaguar la tristeza seca del salazarismo. La fraternidad prendió. Aquella letra simple dio en la médula de aquel fascismo paleto, ignorante y bien educado.
Zeca compró un pedazo de tierra en Grândola y pasó temporadas en su modesta casa. Le gustaba el mar, el campo, visitar la Música Velha... Y andar por las maravillosas playas del enorme concejo: Carvalhal, Pego, Melides, Galé, Comporta, quizá Troia... Hoy, una casa con jardín en Pego o Carvalhal cuesta 600.000 euros. "Ha comprado una el procurador general de París", cuenta Mafalda, una vecina del lugar.
¿Qué pensaría Zeca si viviera hoy? "Yo creo que estaría, por lo menos, tan desanimado como yo", dice Saramago.
La muerte de Catarina
Afonso solía decir que su música fue compuesta "en condiciones precarias" porque estuvo supeditada a la urgencia política. A cambio, dejó canciones tan bellas como A morte saiu à rua, el tema dedicado a José Días Coelho, pintor y escultor comunista asesinado por la tenebrosa PIDE en plena calle. A ese mismo registro pertenece el Cantar alentejano, escrito en recuerdo de la campesina Catarina Eufémia, que estaba embarazada cuando un policía la mató de tres disparos a bocajarro.
El compositor y camarada José Mario Branco le contó a Alfredo Disfeito cómo se grabó el tema, del disco Cantigas de maio, en un estudio cercano a París: "¿Vamos a ello, Zeca?", le dije. "¿No tienes nada para ir metiendo?", contestó. Todavía no estaba listo; el alma de Zeca, me di cuenta después, estaba toda en el Alentejo, en los ojos de Catarina Eufémia. Como tantas veces le sucedía, andaba por el estudio de aquí para allá, como un joven león en su jaula. Hasta que, ya al final de la tarde, dijo: "Salgo fuera para ver a las vacas" (el estudio estaba en una finca). Desapareció una o dos horas. Cuando volvió ya era casi de noche: "Vamos a grabar a Catarina". Zeca, en mitad del estudio, solo y a oscuras, cantó. Una sola vez. Y ésa es la que está en el disco. Nosotros, privilegiados espectadores, estábamos en la central técnica, todos llorando, incluido el técnico francés. "¿Consideráis que es mejor que cante esto otra vez?". "No, Zeca, no. Está muy bien así".
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