¡Qué noche la del coche!
¡Cambioooooo! Y una multitud de niños de aquí para allá. María controla un ejército de infantes. Unos juegan a los bolos, otros buscan las joyas de la princesa secuestrada y otros hacen carrera de sacos.
Fin de semana en la Mariña, la costa de Lugo, holganza en la arena y jolgorio en las verbenas. De Rinlo a Burela, lo que no es playa es marisco. El arenal de Os Castros... la impresionante Catedrales... Arealonga, donde María dirige un campamento de 75 niños.
-Los pecurexos se portan: ninguno ha llorado y eso que es la primera vez que salen de casa y que duermen en tiendas.
Siguen las playas por un paseo marítimo ejemplar, de rocas y vegetación salvaje: Reinante, As Pasadas, Lóngara, Fontela, Coto. Ahí gozan las familias González-Cuesta y Luelmo-Rodríguez. Se escapan de su Asturias porque aquí hay espacio para sus autocaravanas.
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-Lo tienen bien montado, con prados en los que se aparca junto a la playa. Y gratis.
Forman parte del club de autocaravanas, que celebra su equiparación legal a un turismo.
-Podemos circular a 120 y aparcar en cualquier lugar, aunque muchos guardias aún no se han enterado.
Remior, San Bartolo, Altar, Rapadoira, Llas, Peizás, Pampillosa, Arealonga, Areoura, ya en Foz. Fiesta grande en Foz, con Milladoiro, los auténticos, los incombustibles. Gaitas, arpas, flautas y panderos. Su actuación es perfecta, pero la juventud huye. El Chu Chu Tren y el Canguro Saltarín aún tienen menos atractivo que la almendra garrapiñada y el algodón dulce. El éxito es para los peruanos, con sus flechas indias y sus bolsos de Fondi, Carol Herrera y Luis Vitón. También triunfa un autóctono con extensa gama de enanitos, ocas y caracoles de piedra. Por fin sé que lo gnomos no nacen de los jardines de los chalés.
Milladoiro sigue en sus trece, rescatando folclore gallego. Treinta años de trabajo de calidad, aunque quizás no sea suficiente. La jarana de los jóvenes se concentra en Disco Iris. Merendero de día, botellón de noche. Un grupo posa para el fotero. Ellos, trabajadores del mar; ellas, de incógnito. Me ofrecen vodka, whisky, ginebra y algo de Kas de limón.
Entre ribeiros y gaitas el mareo es total. Es imposible apuntar el coche entre dos rayas. La solución es el vecino cámping de La Rapadoira. Toca noche en el coche; suerte. Ruido atronador del vecino de enfrente, está inflando el colchón, cinco minutitos, dice. Cuando van para quince, me meto tapones para los oídos.
Ahora huele a humo, y mi ordenador no va ni a pilas. No es el pecé, es el holandés de mi derecha, nuevo con la parrilla, empeñado en dejar los chorizos del color de la morcilla. Algodones en la nariz. Un sentido menos. Me quedan tres para toda la noche. Yo sí voy a llorar. La toalla me tapa los pies o me tapa el cuello. Elijo el alterne. Dan las tres. Empieza a llover. Cada gota en el techo es un agujero en la cabeza. Las cuatro. Ahora el ruido procede de mi interior. Serán los percebes de Rinlo, quizás el pulpo de Barreiros, o, ahora que lo pienso, los berberechos de Foz; no descartemos las zamburiñas de Cervo ni el bonito de Burela. Me acuerdo de la Padilla, póntelo, pónselo. De la pesadilla me sacan las primeras luces. Las 6.50. De perdidos a la ría: veré un amanecer inolvidable en Catedrales.
Tengo una duda, o dos. En España o se reza, o se come o se baila. Las tres actividades son imposibles a un tiempo. Procesiones y romerías no se acaban en una hora, como las de san Ignacio; no hay comida que no dure un día (jornada del percebe en Rinlo y del bonito en Burela), y de las verbenas mejor ni les cuento, bueno, sí se las voy a contar. He llegado a Galicia y dan ganas de no salir de aquí, aun sin dormir.
>EL VIAJERO ERRANTE
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