Esclavos de lujo
No nos equivoquemos. Ser futbolista tiene sus compensaciones. Uno trabaja pocas horas haciendo lo que más le gusta, gana más en una semana que el presidente del Gobierno español en un año, se hace famoso y tiene a su alcance mujeres por un tubo...
El problema es que a cambio de la felicidad material, se entrega la libertad; de los placeres de la carne, el alma. El pacto con el diablo lo vemos en estado puro en estos meses de verano, época en la que entra en ebullición el tráfico de esclavos futbolístico, también conocido como el mercado de fichajes.
Como las cifras de ventas de los diarios deportivos demuestran, el espectáculo provoca tanto interés como el fútbol mismo. Hoy, por ejemplo, el Manchester United y el Chelsea dan el pistoletazo de salida de la temporada inglesa en el absurdamente llamado Charity Shield (Escudo de la Caridad), el partido anual entre los ganadores de la Liga y la F.A. Cup. Pero el interés principal no reside en cómo acabará la inevitable batalla campal entre los dos titanes del fútbol inglés sino en el destino de algunos de los jugadores que los rodean, empezando por dos argentinos, Carlos Tévez y Gabriel Heinze.
Tévez es el jugador esclavo en su máxima expresión. Lo compró un dudoso hombre de negocios iraní llamado Kia Joorabchian, se lo llevó a Inglaterra y hace un año se lo alquiló (o medio revendió, no está muy claro) al West Ham United. Hoy Tévez se desvive por jugar en el Manchester y el entrenador escocés del Manchester, Alex Ferguson, se desvive por ficharle. El problema es que los dueños islandeses del West Ham han estado insistiendo en que Tévez (o parte de él) les pertenece, mientras que Joorabchian mantiene que el argentino es cien por cien suyo. La saga parece estar a punto de concluir tras un acuerdo verbal el viernes según el cual el iraní pagara tres millos de euros a los islandeses para que el argentino pueda jugar a las órdenes del escocés.
En cuanto a Heinze, que pertenece en su totalidad al Manchester, él se quiere ir, y Ferguson lo quiere vender. El problema es que el club más interesado en adquirirlo es el Liverpool, dirigido por el español Rafa Benítez y, aunque Heinze se quiere ir al Liverpool tanto como Tévez al United, Ferguson se ha empeñado en que Heinze no vista la camiseta de su antiguo enemigo. Lo absurdo del caso es que el defensa internacional argentino podría verse condenado a pasar la temporada en el equipo B del Manchester, porque la historia demuestra (Beckham, Van Nistelrooy, Stam) que una vez que un jugador se enfrenta al testarudo y desagradable Ferguson, queda fumigado.
Por el lado del Chelsea quedan por resolverse la incógnita sobre el futuro de Andrei Shevchenko, que quiere regresar al Milán pero no le dejan, y las dudas que rodean al extremo izquierdo holandés, Arjen Robben. Según dice su padre, Robben quiere irse al Real Madrid. Nunca se ha entendido muy bien con su entrenador en el Chelsea, José Mourinho, que además no ha contado con él como titular indiscutible. Pero como a los jugadores no les queda otra que someterse a los caprichos tiránicos de sus dueños, es posible que el holandés se tenga que tragar un año más (eso sí, ganando 100.000 euros a la semana) con el despótico Mourinho. Lo más probable, en cambio, es que el Chelsea esté jugueteando con el Madrid, utilizando la creciente desesperación del club español por fichar a alguien que medio ilusione a la afición para poder exprimir de las arcas del Bernabéu más dinero de lo que vale.
Pase lo que pase, Robben estará a merced de poderes fuera de su control. Si tiene suerte, jugará donde él desea. Si no, acabará siendo otra víctima más del gran mercado contemporáneo de esclavos de superlujo.
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