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Análisis:GREC'07
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

¡Ah, el amor!

El dramaturgo Juan Mayorga, responsable de la versión de Fedra que dirige José Carlos Plaza -último montaje del festival de verano de Barcelona, Grec, y que consiguió llenar el anfiteatro de Montjuïc en su estreno anteanoche, donde se respresentará hasta el domingo- va directo al meollo de la trama y la primera escena que se nos ofrece es la de Fedra (Ana Belén) retorciéndose de dolor en su lecho mientras Enone (Alicia Hermida), su nodriza y confidente, intenta averiguar el origen del mal que aquélla, a quien vio nacer y ha dedicado su vida, sufre. Y es que Fedra se ha enamorado perdidamente de su hijastro Hipólito (Fran Perea) en ausencia de su marido Teseo (Chema Muñoz), que está librando alguna guerra en alguna parte. Enone enseguida se da cuenta de que los retortijones de su señora tienen que ver con algún secreto de mujer nada fisiológico, pues ella, aunque vieja, también lo es. ¡Ah, el amor!

No necesitamos más heroínas despeñándose en las simas de su propio abismo

Puede que el primer mal que acusa el montaje de José Carlos Plaza -aunque consiguió poner en pie, entre muchos espectadores, al alcalde de Barcelona, Jordi Hereu, a pesar de la muleta que le acompañaba- sea la versión misma: basada en las anteriores de Eurípides, Séneca y diría que, sobre todo, Racine, pues es en la del francés en la que la nodriza y confidente Enone propone acusar a Hipólito de haber ultrajado a su madrastra para salvarla a ella de la ira de Teseo y librarla de unos sentimientos indignos de una princesa tan virtuosa. La Fedra de Juan Mayorga, estrenada en Mérida el pasado 12 de julio en la inauguración del 53º Festival de Teatro Clásico, se permite algunos atajos, algunos cambios, algunas ausencias, pero sigue siendo una versión clásica del clásico que Plaza lleva a escena con un vestuario híbrido y un decorado de un simbolismo tremendamente obvio: un muro rojizo abierto en canal por una grieta luminosa que no es sino la herida sangrante de Fedra.

En el programa de mano, tanto Mayorga como Plaza dejan claro que no han querido actualizar la fábula por aquello de que el mito siempre es actual. Y pienso: ¡Qué pena! Con la de familias desestructuradas y reconstruidas que hay actualmente, puestos a releer Fedra, ¿no sería más interesante que nos acercaran el mito en vez de tener que volver a él para no hallar nada nuevo?

No hace falta caer en los pantalones tejanos, como dice José Carlos Plaza, ni en el rock, aunque, como bien insinuó alguien al finalizar la respresentación anteanoche, el tema de Tina Turner We don't need another hero es, visto el montaje, el que más le pega. Y así es: no necesitamos más heroínas despeñándose en las simas de su propio abismo, recreándose constantemente en su tambaleo sin más. Porque en esta Fedra mixta ni siquiera encontramos el grito de libertad que lanza Racine en defensa del hombre (y de la mujer) modernos como responsables de sus actos y libres de las ataduras de la moral tradicional.

En esta Fedra de Mayorga-Plaza tenemos a una Ana Belén permanentemente instalada en su mala conciencia mientras cambia tres veces de vestuario y de peinado; a un Fran Perea que se esfuerza pero no da la talla; a un Chema Muñoz que, en lugar de llegar de la guerra, parece que venga directamente de La Rambla de Barcelona, ataviado como va de escultura humana tono dorado añejo, y a una Alicia Hermida que, afortunadamente, consigue con sus intervenciones dar un cierto sentido al conjunto. A eso se reduce el mito eterno del amor.

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