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EL VIAJERO ERRANTE
Columna
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¿Hay alguien ahí?

Ningún humano habita en Escartín, un pueblo en lo más abrupto del Pirineo oscense. Después de autovías, carreteras nacionales, comarcales, caminos forestales y senderos, el coche no va más allá; pero donde no llega la Michelin ni la Campsa, llega Enrique Satué, hijo de Escartín.

Entramos en el Sobrepuerto, nueve meses de invierno y tres de infierno, quizás la única zona española donde el árbol le gana metros al ladrillo. Lo digo por dar ideas constructivas. La ascensión comienza con bastante cháchara por parte del viajero, que se siente en la obligación de dar palique.

-Si a los de Aragón se llama aragoneses, ¿a los de Escartín?

-Comequesos.

-¿De eso vivían?

-Vivían de no tirar: "De san Martín a mitad de enero, la mitad de paja y la mitad granero, y la buena ama de casa, el cochino entero", resume el sherpa aragonés.

Llevamos dos horas por un camino de cabras. Escartín se ve desde hace rato, pero no se llega nunca, siempre cortado por robles, saúcos y el boj. "Las cucharas y los cuencos eran de boj, y los tejados de las casas, y sus ramas contienen buxina, un estimulante, la coca de los Pirineos".

La penúltima maestra del pueblo, la sevillana Rosario, tardó un mes en llegar aquí desde la estación por una nevada. Me quedo sin resuello y chupo una ramita de boj. Surte efecto:

aparezco en Escartín. El agua corre libremente por la fuente de la plaza. A su lado un tubo de pasta dental y un sujetador.

-¿Hay alguien? ¡Amigos! ¿Hay alguien ahí?

-Muuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu.

La vaca 7775 asoma en el zaguán de casa Ollo, el pelirrojo; la 7734, en casa Satué. El ganado se ha enseñoreado de Escartín. Sólo se libra la iglesia. Una vez al año, el cura Ricardo celebra el reencuentro de las familias.

A Satué se le aguan los ojillos en la escuela. Descubre las tablas de dividir y en una pared, el alma manuscrita de la maestra sevillana. "¡Dios mío, cuando saldré. 5-1-56. Viaje que no olvidaré mientras viva". Sus frases a lápiz van cayendo por la pared, hasta mayo de 1961. "¡Qué pena, un día dejaré el lugar éste! ¡Mi escuela, mis niños y todos los vecinos, Dios mío, que tan buenos han sido!". Venga Satué, no nos pongamos lánguidos, saca la bota y a empinar. Comemos, en un silencio sepulcral, estirando como mantel nuestros sacos de dormir la noche. Al maestro se le comen los recuerdos, al viajero ni eso, cada ruido es un sobresalto. "Son las chicharras, cuanto más cantan, más calor", me calma.

Vale, tranquilos, las chicharras no matan, las vacas no muerden, y sus ensaimadas se secan en segundos, luego viene el trabajo de las moscas, que reparten su tiempo entre el fruto del rumiante y nuestras migajas; lo del ciclo de la vida. ¿Y eso, serpientes?

-Una lagartija sobre hojas secas de roble.

Aun en mediodía brota el miedo del urbanita enrollao. Si algo nos pasara, nadie nos oiría; el móvil no da señal, horror. ¿Y eso?

-Un tejado que se ha caído. Tranquilo, no hay nadie.

-¿Ni lobos?

-El último, en 1914. Me parece que lo de dormir al raso te está estresando. Te voy a devolver a la ciudad.

Tras el intento de alcanzar el relax a través de la congestión en Benidorm, salto a la desconexión por aislamiento. Huyo a Escartín, una mínima aldea abandonada en el Pirineo de Huesca, donde las vacas campan a sus anchas y queda el testimonio en forma de 'graffiti' de una antigua maestra en los años sesenta. Para llegar, una larga ascensión por caminos de cabras. Veremos qué ocurre.

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