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Reportaje:

'El pacificador' asalta Líbano

Moratinos se entrevista con los líderes libaneses en un intento de evitar una guerra civil

"El esfuerzo personal, hasta el último momento, siempre acerca posiciones y puede iniciar una nueva dinámica que puede aportar una situación favorable". Quien habla es un optimista (suele decir que los pesimistas no actúan nunca: no hay que seguirles) pero es, sobre todo, un gran experto en Oriente Medio. Miguel Ángel Moratinos, ministro español de Asuntos Exteriores, se expresaba así para EL PAÍS durante uno de los pocos ratitos de descanso de que disfrutó (aunque con lo otro, con el trabajo, parece gozar más) durante su más que sofocada agenda de día y medio en tierras libanesas. Objetivo de su viaje, enmarcado en una gira "por las periferias del conflicto" (expresión de medios diplomáticos españoles), por El Cairo (conversaciones con el Gobierno egipcio y con el secretario general de la Liga Árabe, Abu Musa) y por Arabia Saudí, con parada especial en Líbano y final en Siria, la "mala mujer" de la historia libanesa, al menos para la coalición en el poder liderada por el gran huérfano Saad Hariri. Por el camino rindió homenaje en Marjayún a los seis militares españoles de la FINUL muertos en atentado hace más de un mes.

"Todas las partes deben participar en la solución. Ésta es una madeja muy difícil de desmadejar"
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Como buen hedonista práctico, Moratinos adora el contradictorio Líbano y quiere poner a todo el mundo de acuerdo. Puede que no sea posible, pero él tiene que intentarlo. "Tengo la impresión, ministro, de que tanto usted como el [ministro de Exteriores francés] señor Kouchner intentan que la bicicleta siga en marcha y que nadie mire hacia abajo, en donde se encuentra el abismo". Se echa a reír, más o menos de acuerdo pero con, inevitablemente, optimismo.

No es un secreto que estas visitas de ministros de la Unión Europea tienen como meta impedir que los líderes libaneses, tanto en el Gobierno como en la oposición, tanto cristianos como musulmanes, lleguen a las manos (en sus diferentes variantes) antes de las elecciones presidenciales que, supuestamente, se producirán a finales de septiembre, y repecto a cuyo desarrollo hasta Arabia Saudí parece sentir desánimo.

Pero así como el ministro francés ex médico del Mundo Mundial vino para almorzar con los políticos y hacerse la foto (lo cual es su forma de contribuir a que la bicicleta ande), nuestro representante le echó muchas horas intensas y, seguido por su eficaz grupo de apoyo, que incluye asesores y la muy entregada embajada de España en este país, se personó en las diferentes mansiones de los distintos señores de la guerra, a quienes encanta ejercer de pro pacíficos para, después, continuar atrincherados en sus enconadas posiciones. Así, los periodistas que seguíamos al pacificador y a sus asesores tuvimos oportunidad de meternos en el palacio de Gobierno (el Gran Serrallo: vacío, porque nadie gobierna; pero nos dieron unos refresquitos), para hablar con el primer ministro Siniora y el ministro de Asuntos Exteriores en funciones, Tarek Mitri; seguir con la mansión-sarcófago de los Hariri, en donde el heredero y jefe del partido en el poder, Saad Hariri, departió con Moratinos en el despacho que había sido de su difunto padre. Entre su sillón y el de nuestro ministro se hallaba uno que tenía el retrato de papá en el asiento. Edipo era un debutante, comparado con esto. Lo más entretenido es que todos nos fuimos con recuerdos del Hariri anterior tipo libro de oraciones y retratos con bandera.

A la mañana siguiente -tras una cena a la que asistieron notorios intelectuales libaneses, ofrecida por el ministro en la residencia del embajador, Miguel Benzo-, tocó encuentro con el general Michel Aoun, el hombre que en 1987 declaró la guerra a Siria y que hoy está con Siria y la oposición comandada por Hasan Nasralá, de Hezbolá, el Partido de Dios. Un entorno sobrio, el de Aoun (que una vez se equiparó a Napoleón), comparado con el pedazo de fortín que se ha construido Samir Geagea, líder de las Fuerzas Libanesas; también habló con el ex presidente y jefe de la Falange (eso) Amil Gemayel, cuyos partidarios andan a la greña física (palos, puños y puntapiés) con los de Aoun a cuenta de unas elecciones parciales que deberían celebrarse ya para sustituir a los dos diputados cristianos asesinados en los últimos tiempos, Pierre Gemayel y Walid Eido.

Nahib Berry, presidente del Parlamento y, antes, Walid Jumblad recibieron también a Moratinos con cara de no haber roto nunca un plato. Más interesante fue el tanto que don Miguel Ángel se apuntó al hablar con un alto representante de Hezbolá, Naim Kasem, lo cual confirma su tesis de que "todas las partes deben participar en la solución de la crisis libanesa". Lo llama crisis porque no quiere entrar en llamar posible guerra civil a esto que se aproxima.

"Es un madeja muy difícil de desmadejar", comentaba el ministro. "Pero cuántas veces, en mi trabajo como mediador entre Israel y la Autoridad Palestina, me fui a la cama sintiéndome como aplastado por una losa. Y de repente se levanta el sol y se abre una nueva perspectiva".

El pacificador. Un optimista necesario.

Miguel Ángel Moratinos, a su llegada a la base militar española en Marjayún.
Miguel Ángel Moratinos, a su llegada a la base militar española en Marjayún.EFE

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