Con su blanca palidez
"Entre mis sueños te veo a mi lado otra vez y tu rostro tan sereno con su blanca palidez". Los promotores del Partido Democrático italiano (los ex PCI, ahora DS, "democráticos de izquierda") eligieron esta canción para acompañar el lanzamiento de su candidato a líder, Veltroni, el alcalde de Roma. Unos días después, de vuelta a Barcelona, es la canción lo que más recuerdo, lo primero que cito cuando me piden una opinión sobre Italia.
Veltroni es la gran esperanza blanca. El líder destinado a impedir el retorno al poder del poco presentable Berlusconi. Procedente del PCI por "opción moral", pero ajeno a la cultura comunista, va a presidir un proyecto unificador del centro izquierda que integra a los poscomunistas, colectivos socialistas y verdes, y una parte significativa de la vieja Democracia Cristiana. Con su blanca palidez o A whiter shade of pale nos recibió y nos despidió en el masivo acto celebrado en Torino a finales de junio en el cual el candidato presentó su proyecto. Es una hermosa balada que fue un hit a finales de los sesenta, creada por la banda británica de los Procol Harum, y que fue luego objeto de innumerables versiones. La letra original termina así: "That her face at firstjust ghostly, turned a whiter shade of pale", lo cual puede significar que esta cara añorada como la de un fantasma -¿o una muerta?- en el recuerdo se torna de blanca palidez.
Veltroni, el alcalde de Roma, es 'la gran esperanza blanca'. Pero ejercer el liderazgo en el Partido Demócrata italiano, un partido en construcción con muchos grupos en competencia y demasiados aspirantes a protagonistas, no va a ser fácil
Es casi inevitable hacer una interpretación de psicoanálisis elemental. La blanca palidez puede ser la expresión involuntaria de la debilidad de un proyecto, o la pretensión de mostrar una imagen dulce y delicada. O quizá la declaración de renuncia a las ideas y los símbolos asociados a Bandiera rossa, Bella ciao o al viejo himno del movimiento obrero, Il canto del lavoro. Puede ser que el inconsciente haya llevado a los organizadores a ofrecernos una metáfora fácilmente entendible en el original inglés: el fantasma marxista que recorría Europa murió; es ahora sólo un pálido recuerdo. Veltroni exaltó la democracia europea, se refirió levemente a los ideales históricos socialistas, defendió el ambientalismo, valoró positivamente el trascendentalismo religioso y evitó cuidadosamente referirse al comunismo italiano, de tradición democrática, y aunque citó al veterano socialista de izquierda Foa y a Olaf Palme, en la ciudad de Gramsci éste no fue nombrado.
El estilo y el contenido del discurso de Veltroni, como ya se dijo anteriormente de Ségolène Royal, ha sido considerado blairismo: se refirió a la guerra de Irak como una locura, pero evitó cualquier crítica a Bush. Es, sin duda, una renovación de la cultura y de la estética de la izquierda europea. El discurso de más de hora y media fue monótono, perfectamente articulado y leído sin que se notara. No hubo concesiones a la épica, dominó el talante positivo, sin ataques a los adversarios, pidió diálogo y rechazó el enfrentamiento ("no al odio de clase"). Y enfáticamente proclamó seriamente que la política debe practicarse con alegría. Un discurso repleto de buenos sentimientos. La lectura al final de una carta de una joven de 15 años que, poco antes de morir, escribe a sus padres que siente no poder vivir para ayudar a los pobres de África fue la culminación emotiva del buenismo. Un efectismo tan excesivo como innecesario. Veltroni ya había triunfado.
Su candidatura, sus propuestas y su estilo han sido bien recibidos por gran parte de los medios de comunicación y de importantes sectores económicos y profesionales (incluido el presidente de la patronal, Montezemolo). Pero también la gran mayoría de los electores del centro izquierda y más allá de éstos: ha gustado al 72% de los italianos y al 64% de los electores de centro derecha. Este apoyo tiene probablemente dos aspectos. Uno es la mezcla de voluntad de cambio y de realismo del discurso y la imagen de determinación y honestidad del candidato. El otro aspecto es que aparece como la mejor alternativa para enfrentarse a Berlusconi. Y ya sabemos que en una democracia requiere tanto suscitar adhesión popular como no provocar mucho rechazo, como le ocurre al Cavaliere milanés (uno de los pocos líderes políticos que ha reaccionado despreciativamente al discurso de Veltroni).
No creo que Veltroni vaya a tener fácil ejercer el liderazgo del PD, un partido en construcción con muchos grupos en competencia y demasiados aspirantes a protagonistas. Y derrotar a la derecha "berlusconiana, demagógica, agresiva, inculta y mentirosa", pero capaz de movilizar la base "qualunquista" (el populismo reaccionario) tan presente en la cultura política italiana tampoco está hecho. Sin embargo, Veltroni es seguramente el más capaz de liderar el PD y vencer a la derecha con su propuesta liberal y suavemente progresista.
Elijo el término liberal muy conscientemente. Hace bastantes años, el fundador del diario La Republica y director de L'expresso, Eugenio Scalfari, publicó en la portada del semanario un gran titular: "El PCI, última esperanza del liberalismo". Unos años después, el secretario general del PDS (ex PCI), Piero Fassino, me dijo en una reunión internacional cuando debíamos revisar la declaración final del encuentro: "para nosotros es inaceptable la crítica al liberalismo que expresa el proyecto". El mismo Fassino, procedente de la cultura obrerista piamontesa, al finalizar el acto manifestaba un acuerdo entusiasta con el discurso de Veltroni, intelectual romano y cosmopolita, ajeno a la tradición comunista. Scalfari completa el cuadro: en el Expresso del 5 de julio, citando un bello texto de Thomas Mann, constata la decadencia y desaparición de la burguesía liberal y la amenaza para la democracia del integralismo religioso del obispado italiano. Conclusión: la esperanza democrática es Veltroni. Una esperanza deseable, pero cuya blanca palidez plantea dudas razonables sobre su futuro.
La propuesta de Veltroni contiene concreciones positivas, aunque más paliativas que transformadoras. La exigencia de que todos paguen impuestos en vez de aumentarlos; la reforma de las administraciones públicas, hoy costosas e ineficientes; la reducción de la desigualdad propiciando el acceso a la formación superior de los sectores populares (actualmente un joven de origen burgués o profesional tiene siete veces mas posibilidades que uno procedente de la clase trabajadora); la inclusión de la dimensión ambiental en el desarrollo económico; el compromiso de los actores empresariales y sindicales en la generación de empleo, y un interesante discurso productivista que integraba economía industrial y del conocimiento sin la retórica habitual en estos casos. Obviamos otras propuestas o fórmulas más discutibles, o rechazables, como vincular la seguridad a la inmigración o poner en el mismo plano el integrismo religioso y el laicismo "exasperado".
Sin embargo, uno puede dudar de que su hipotético Gobierno vaya a disponer de la fuerza política suficiente para enfrentarse a los poderosos intereses corporativos que caracterizan a la sociedad y al sistema político italianos. Un ejemplo: Veltroni denuncia, con razón, el absurdo de un Parlamento compuesto por más de 1.000 diputados y senadores, el doble de países europeos comparables. A los que hay que añadir los miembros de las asambleas regionales, provinciales, locales, etcétera. ¿Dónde encontrará una mayoría parlamentaria para imponer una reforma que solamente sería el primer paso para recuperar la credibilidad de las instituciones representativas? Ha ocupado el espacio del centro; sólo puede dirigirse a la otra izquierda, la que mantiene el discurso anticapitalista, que exige una estrategia que debilite a los poderes económicos dominantes, que promueve reivindicaciones sociales poco estabilizadoras y que se estructura como partido de militantes y no de electores. La alianza entre las dos izquierdas aparece tan necesaria como difícil. El futuro político italiano está abierto.
Jordi Borja es profesor de la UOC.
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