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MIRADOR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La herencia Fortuyn

El partido creado por Pim Fortuyn, el llamativo líder populista holandés asesinado en 2002, ha decidido disolverse. Si en las elecciones inmediatamente posteriores al asesinato de Fortuyn se convirtió en la segunda fuerza política del país, debido a sus chocantes mensajes y a la conmoción por la muerte de su líder, las últimas convocatorias se han ido saldando con reiterados fracasos. Ha perdido la totalidad de los diputados y no ha obtenido más de cinco concejales repartidos en otros tantos municipios.

El partido de Fortuyn ha seguido, así, la trayectoria característica de los movimientos populistas. Los inicios suelen ser espectaculares, cuando las recetas más simples son elevadas a promesas electorales. Luego, el contacto con la realidad del poder y sus dificultades suele desgastar los apoyos del principio, hasta convertirse en indiferencia o, incluso, hostilidad. En este caso, ha bastado apenas una legislatura para completar el ciclo.

Pero la disolución del partido de Fortuyn no significa que su paso por el Parlamento holandés no haya dejado profundas huellas en la política de los Países Bajos. Fortuyn consiguió conciliar en un único programa político el pensamiento xenófobo, propio de la extrema derecha, con posiciones avanzadas en materia de costumbres, algo que no encaja con esa etiqueta política. Y el resultado ha sido familiarizar a la sociedad y a la clase política neerlandesa con un discurso que, hasta hace poco, despertaba rechazo. Las aproximaciones xenófobas que antes fueron materia de escándalo son hoy objeto de debate, hasta el punto de que una de las sociedades más tolerantes del pasado alberga hoy algunas de las ideas más radicales sobre la presencia de trabajadores extranjeros en su suelo.

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