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Columna
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Movilización

Enrique Gil Calvo

Finaliza el curso con el acatamiento socialista al veto del PP, al abortar un pactado tripartito navarro, y con la dimisión de Piqué, que aún debilita más el liderazgo de Rajoy. Entramos así en un verano quizá sobresaltado por emergencias catastróficas o terroristas, pronto explotadas por el PP en su vengativo ajuste de cuentas, que proseguirá en septiembre reanudando la carrera electoral. ¿Qué expectativas se abren ante los contendientes? Ahora mismo, por efecto aparente del último debate sobre el estado de la nación, se diría que Zapatero lleva todas las de ganar, sin que pueda descartarse la mayoría absoluta. Así podría deducirse de la buena marcha de la economía (variable determinante del voto indeciso) y del grave desprestigio del líder de la oposición, en quien ya no confían ni siquiera sus bases sociales.

Pero las cosas no son tan simples como parecen a simple vista demoscópica, pues todo dependerá finalmente de las tasas respectivas de abstención electoral. Es casi seguro que ninguna de ambas partes logrará mantener las cuantiosas cifras de participación que obtuvo en 2004, dada la intensa movilización electoral de aquellos trágicos idus de marzo. Pero es muy posible que el PP logre retener a sus votantes en mayor medida que sus heterogéneos adversarios, cuyas bases respectivas están hoy bastante desmovilizadas. Supongamos que el PP sólo pierda medio millón de votos respecto a 2004, y que el otro bando pierda dos millones, como es de temer hoy por hoy. Pues bien, en tal caso, a pesar de su desprestigio, Rajoy ganaría las elecciones.

De modo que la verdadera batalla electoral se decidirá en el campo de la movilización: aquel que mejor sepa impedir la desmovilización de sus bases será el vencedor. Esto lo saben los estrategas de FAES, que le han escrito a Rajoy un guión pensado para espolear a los votantes del PP, evitando que ninguno les falle. De ahí su histerismo neocon, que aborda la campaña como si fuera una cruzada contra el eje del mal rojo-separatista. Y enfrente ¿qué hacen las fuerzas anti-PP para movilizar a sus bases electorales? Nada en realidad, fuera de negociar el reparto de un botín electoral que, como se ha visto con la piel del oso navarro, no están sabiendo merecer ni por tanto conquistar.

El incurable optimismo de Zapatero puede llevarle a creer que ya tiene la victoria asegurada. Pero no hay tal. Si no moviliza durante el próximo curso político a ese millón largo de votantes que le sacó al PP el 14-M, perderá irremisiblemente las elecciones. De ahí la urgencia con que debe afrontar la tarea de diseñar un auténtico programa de movilización electoral, que no se limite a presumir de sus tibias realizaciones en materia de derechos civiles, sino que se atenga a las verdaderas necesidades vitales de sus bases sociales. Y para eso no basta con gestos vacíos de cara a la galería, como el espurio cheque natal, sino que hace falta algo más, abriéndose aquí dos opciones posibles.

La primera alternativa pasaría por acentuar el radicalismo de la oferta socialista, con propuestas que incluyeran llevar hasta el final la Ley de la Memoria Histórica, lo que elevaría el clima de crispación provocando la reacción extremista de un PP que alardea de estar sitiado resistiendo en su nueva Numancia. Es verdad que esto movilizaría al abstencionismo izquierdista, que se volcaría en las urnas para impedir el retorno de los hombres de Aznar. Pero también implicaría seguir el juego de la retórica del miedo que sólo favorece al PP, interesado en cultivar la polarización identitaria entre las dos Españas. Y frente a eso hacen falta propuestas de centro izquierda pero transversales, que puedan interesar y movilizar al electorado moderado. Como por ejemplo, un verdadero programa de emancipación juvenil (y femenina), basado en el acceso a viviendas en alquiler de bajo coste; un verdadero desarrollo de la Ley de Dependencia, creador de medio millón de empleos en servicios sociales (incluyendo guarderías en lugar de cheques familiares); y un verdadero programa de lucha contra la corrupción inmobiliaria, el peor cáncer que corroe a nuestra democracia.

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