Tres mensajes de futuro
El primer mensaje de Jesús lo recibí una mañana de febrero de 1992, en la Universidad Autónoma de Madrid, pero sólo muchos años después, cuando almorcé por primera vez a solas con él, comprendí hasta qué punto su vida había pivotado sobre esa idea, sencilla, terca, pero tan eficaz como necesaria para la democracia y las libertades en la España que comenzó a nacer en 1975.
Era el primer discurso que yo le escuchaba, y la primera vez que le veía. La información, dijo, es un derecho de los ciudadanos y no una prerrogativa propia de los periodistas; la prensa es más un límite social a la arbitrariedad y al abuso de poder que un poder en sí misma. Y concluyó con un consejo: si como jóvenes periodistas que nos disponíamos a ser queríamos influir en la sociedad, una cosa había de quedar clara: los datos son más tercos que las opiniones y, a la larga, más eficaces.
No era poca cosa. En ese momento comenzaba a cristalizar en España una preocupante indefensión de los ciudadanos ante los abusos y la corrupción de algunos medios, que continúan hasta hoy empeñados en quebrar al mismo tiempo, y sin excepción alguna, todas las normas de la deontología profesional y todas las pautas de convivencia democrática entre los españoles. Las palabras de Jesús resultaron proféticas, aunque sólo hoy, 15 años después, comencemos a atisbar de qué son capaces.
El segundo mensaje, decisivo en mi relación con Jesús, me llegó durante un almuerzo en su casa. Yo llevaba unas semanas en la dirección de EL PAÍS cuando me llamó para invitarme a compartir mesa, cambiar impresiones y preguntarme por mis planes al frente del periódico. Tuve en aquel momento la sensación, de una forma u otra, de que le importaba ratificar el pacto que selló un día de 1976, antes del nacimiento del periódico, con Juan Luis Cebrián, su primer director, y que ha mantenido con todos los que hemos ejercido o ejercemos la máxima responsabilidad en un periódico cuya primera tarea ha sido la modernización de este país y la consolidación de la democracia, lo que le ha acarreado no pocos enemigos, que lo son a la vez de EL PAÍS y de lo que éste simboliza: una sociedad abierta, moderna y avanzada.
Para hacerles frente ha resultado siempre imprescindible el compromiso de Polanco con la independencia del periódico, su defensa intransigente ante los ataques a la redacción, sus responsables y su línea editorial, bajo la forma que éstos hayan querido adoptar: sea de gimoteo falsamente dolido en sus oídos, acostumbrados ya a distinguir con rapidez el grano de la verdad de la paja interesada; en los tribunales, como conjunción de jueces prevaricadores, periodistas corruptos y políticos traidores a su compromiso con la democracia; o también, finalmente, en forma de ataques travestidos de boicoteo mezquino, perfectamente inútiles por lo demás.
Él era consciente de todo ello. Frente a un plato de cuchara desgranó con precisión las ideas que le escuchara yo aquel día ya lejano de 1992, cuando comencé mi andadura en la Escuela de Periodismo UAM/EL PAÍS. La insistencia en la independencia del periódico ante el poder político y los gobiernos -todos los gobiernos-; la obsesión por la calidad profesional de sus redactores, yo diría incluso que por su calidad moral, una moral amplia, ciudadana, democrática, generosa; el gusto por el trabajo bien hecho; la exigencia del rigor; el destierro de la autocomplacencia: todo lo que le ha caracterizado en su vida profesional, y también personal, reapareció como por ensalmo aquel mediodía. Ésa era la clave de bóveda de una empresa de modernidad y conquista del futuro cuyo espíritu fundacional no ha cambiado desde 1976: la confianza de Jesús en los equipos profesionales que han conformado EL PAÍS desde los primeros días de su éxito temprano.
Le parecía a él que mucho de ello se resumía en el simple hecho de que me había elegido como director sin siquiera haber almorzado ni cenado nunca a solas conmigo, lo que venía a demostrar, dijo, su confianza en los profesionales de EL PAÍS y, en última instancia, su convicción de que los periódicos los han de hacer los periodistas. Socarrón, inclinándose hacia adelante, me dijo:
-Algún día habrá que contarlo. No se lo creerá nadie.
Pero así es. Creo que estaba orgulloso de ello. Y por eso lo cuento aquí. Nada de eso cambió el miércoles pasado, cuando mantuve la última conversación con él, más bien al contrario. Como con los anteriores directores del periódico, Jesús sostenía frecuentes conversaciones conmigo, y más que del contenido detallado del periódico, de su primera página o de sus editoriales, gustaba de informarse sobre cómo iban las cosas.
Pero el miércoles el dolor le quebró. Le había llamado para charlar con él a última hora de la tarde. Cuando colgó el teléfono no sonó a despedida, pero lo fue. También había un último mensaje: lo que Jesús ha encarnado para la democracia y las libertades en este país no muere con él. El espíritu de un empresario independiente o de una familia que, en última instancia, garantiza que los valores periodísticos permanezcan en el corazón del negocio pervive en sus hijos. El compromiso de esta redacción es, desde hoy, continuar la tarea que él lideró durante 30 años, probablemente los más fecundos de la historia reciente de España.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.