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Columna
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Lapso

"HAY DOS CASAS" -así comienza el cuento que da título a la recopilación de relatos breves de la escritora japonesa Higuchi Ichiyo (1872-1986), disponible ahora en castellano gracias a la selección de Amalia Sato: Cerezos en tinieblas (editorial Kaicron)-. "El perfume del ciruelo que crece bajo el alero de una les anuncia a ambas con su floración la llegada de la primavera". En realidad, la flor del ciruelo se adelanta a la primavera y debe soportar las inclemencias de un tiempo todavía frío y cambiante, y brota, además, sin hojas, con lo que se asocia simbólicamente con la renovación de la naturaleza por ser primeriza y por su pujante resistencia, como los destellos de la primera juventud o adolescencia. La espectacular floración del cerezo es, sin embargo, más tardía, pero su arrebatadora belleza resulta más frágil e instantánea, con lo que su contemplación deja un poso melancólico. Ambas calaron de manera honda en el imaginario poético chino y japonés, como lo ha comentado en un hermoso y erudito ensayo Teresa Herrero, De la flor del ciruelo a la flor del cerezo (Hiperión).

Las dos casas, en cuya divisoria se expandía el aroma del ciruelo, según el cuento citado de Higuchi Ichiyo, eran habitadas por dos familias amigas, las de los Sonoda y los Nakamura, cada una de las cuales tenía sendos herederos: el apuesto Ryonosuke y la delicada Chiyo, los cuales habían crecido juntos, en perfecta hermandad, hasta que, inesperadamente, entre ellos se cernió la sombra de una misteriosa inquietud emocional, que los atraía y los alejaba a la vez. La delicada Chiyo descubrió, cierto día atemorizada, que eso debía ser el amor, pero no se atrevía a abrir su corazón al apuesto Ryonosuke, que daba la impresión de no enterarse. Éste, más discreto, aunque también enamorado, no se percató del estrago sentimental que la incertidumbre causaba en su infeliz amada hasta verla postrada y consumida en su lecho, al borde de la muerte. Demasiado tarde. "No hay viento" -concluye la triste historia de Higuchi Ichiyo-, "pero los pétalos de cerezo se cuelan dentro de las sombras del alero. Y en el cielo crepuscular resuena la campana del templo".

Con apenas unos pocos retazos de esta ingenua historia erótica entre adolescentes, nos encontramos con toda la esencia del agridulce perfume de la existencia, contenida en el breve, pero decisivo, intervalo, que separa la floración del ciruelo de la del cerezo, la expectativa y el recuerdo, la ilusión y la melancolía. Brote moderno de la maravillosa literatura femenina japonesa, con nombres inolvidables, como los de Sei Shonagon y Murasaki, la propia Higuchi Ichiyo no vivió más que veinticuatro años, con lo que su obra fluyó entre la adolescencia y la primera juventud, durante ese corto lapso en que se sucede la floración del ciruelo y la del cerezo, justo el del paso de la renovación y el estadillo de la vida. El gran arte cuida muy pocos instantes esenciales y extrae de ellos sólo su aroma; también, si se quiere, su efímero resplandor, como el de esos frágiles pétalos del cerezo, a los que un ligero viento dispersa por entre la sombra de un alero.

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