Ganó el Alinghi, Valencia debe ganar
El autor sostiene que el futuro de Valencia pasa por reconsiderar la propuesta de ampliación de su puerto y realizarla,
La Copa del América nos ha dejado la nada sorprendente certidumbre sobre la capacidad sobradamente demostrada de la sociedad española para la organización de eventos de elevado rango, incluso, como es el caso de esta competición, cuando vienen referidos a actividades deportivas que no tienen (o tenían) arraigo popular. También, la solvencia del aparato de servicios valenciano para responder a demandas de la mayor enjundia cualitativa y cuantitativa; y también, la efusiva respuesta del público, plenamente implicado en la competición a partir de la buena travesía del Desafío Español.
Pasemos por alto, por meramente anecdótico, el lamentable y lamentoso proceder del segmento moratorio, firme y unánimemente alineado con los neozelandeses, continuando con la tradicional postulación reaccionaria española de "cuanto peor, mejor", tan cara a la actual izquierda valenciana y que tan escaso rédito electoral y político obtiene. En esta reticencia al triunfo del Alinghi, aunque por razones diferentes, se ha terminado asimilando al jurásico empresarial valenciano, en un maridaje que recuerda que "la política hace extraños compañeros de cama", una adaptación, popularizada en España por Fraga, de la tempestuosa proclama shakespeariana.
La costa es un activo fundamental ligado a la tecnología, el turismo y la inteligencia logística
No obstante, las dos consecuencias de mayor calado -y que justifican sobradamente el evento náutico- son, por una parte, la definitiva apropiación popular de los espacios portuarios abiertos a su presencia, que vuelca aceleradamente a Valencia y a su ciudadanía a su condición litoral; por otra, y por parte de los inversores forasteros, el descubrimiento de esta ciudad como un espacio de extraordinario potencial de futuro. Estas consecuencias están, por cierto, indisolublemente ligadas.
La combinación de ambos factores explica sobradamente la firme decisión de Bertarelli de imponer, como condición inexcusable para continuar en Valencia, que no se desarrollen las obras de ampliación del Puerto. Atender esta exigencia implica dos decisiones políticas del mayor calado: por una parte, aprovechar que las infraestructuras necesarias para la competición están ya hechas, de forma que la posibilidad de que ésta escape a otros lugares (Cerdeña, por ejemplo) sería estúpidamente catastrófica, pues la relación coste-beneficio sería en la nueva edición mucho más favorable para Valencia. Por otra, la reconsideración sobre la utilidad y conveniencia de ampliar el puerto en Valencia. Siendo tan obvia la primera de las decisiones a tomar, debemos centrarnos en el tema portuario.
Hasta ahora la ampliación del Puerto ha sido un tema al que todas las autoridades y muchas élites empresariales han querido conferir un perfil bajo (presentándolo, además, como indiscutible e inevitable), intentando eludir un debate ciudadano que se presumía espinoso. Lo es, sin duda, pues la alternativa saguntina nos parece a muchos claramente más razonable, y así queda implícitamente asumido por el ingeniero portuario Manuel Guerra, cuando afirma que el desarrollo del puerto de Sagunto será deseable e inevitable ¡a partir de 2035! Siendo así, ¿por qué no adelantarlo ya a 2007 y evitar el sacrificio definitivo del litoral capitalino, mucho más apto para usos socialmente más prestigiantes, económicamente más rentables, medioambientalmente más atractivos y que proponen una mejor distribución de los beneficios generados y un futuro más sólido?
La costa es un activo fundamental para el porvenir de esta ciudad. En el programa de usos de Valencia Litoral señalé, y las cosas no han cambiado desde entonces, que el destino del frente costero debería estar ligado a tres actividades fundamentales: la economía del conocimiento (alta tecnología), el turismo y la inteligencia logística. Los atributos territoriales sobre los que habría que edificar la oferta programática son, además de la extraordinaria calidad del medio ambiente y del clima (físico y social), la excelente oferta de playas, la proximidad de la Universidad, la existencia de un barrio con elevada personalidad urbanística (Cabanyal) y la propia operación de Valencia Litoral, todas ellas condiciones de base que permiten atraer capital humano y financiero. Este diagnóstico, que emana de los postulados territoriales que constituyen la base teórica de la nonata Ruta Azul, en la que colaboré con Alfonso Vegara, reciente Premio Jaime I de Urbanismo, coincide plenamente con el que han percibido los empresarios que han conocido Valencia con ocasión de la Copa del América.
Es obvio que, de aceptarse, como debe, la tesis de que la ciudad debe encaminarse hacia una transformación de su estructura productiva, la pretensión de ampliar el Puerto colisiona frontalmente con el necesario proceso de terciarización, con el que resulta del todo incompatible. Sin entrar a valorar los estrictos intereses particulares que pueda haber en el posicionamiento industrialista del sector portuario, por decisivos que hayan resultado, presumo que lo que realmente constituye el argumento de debate es un problema de índole cultural. Lamento tener que decir, porque lo pienso, que el segmento jurásico del empresariado local (por cierto, una porción no tan significativa del sector) descansa sobre un imaginario territorial basado en una economía de tangibles que tiene efectos muy discutibles: la consideración del territorio y del medio ambiente como mero soporte, la proliferación de empleo de baja cualificación y escasa exigencia académica, el desequilibrado reparto de las rentas y la sumisión de las expectativas urbanas a los dicterios de la actividad secundaria. En suma, actividad industrial al precio que sea y por encima de cualquier otra alternativa.
Por el contrario, la economía terciaria avanzada se basa en la economía de intangibles, para la que hay requisitos irrenunciables: el respeto al territorio y la construcción de un modelo medioambientalmente sostenible, la calidad del medio urbano, la variedad y complejidad de la oferta de servicios, el reparto equilibrado de las rentas y la exigencia de empleos cualificados con elevada formación. Y la apertura al mundo global, para competir entre los mejores.
Si se procede a la ampliación pretendida, el necesario viraje del sistema productivo hacia el terciario avanzado será imposible. Lo cual resulta del todo estúpido si, como el ingeniero Guerra señala, el futuro real de la instalación portuaria pasa inevitablemente por la activación total de Sagunto. No parece admisible que, por un lapso de unos 25/30 años (una minucia en la historia de una ciudad), Valencia sacrifique su espacio más valioso para una actividad que repele a las de mejor futuro. Especialmente cuando puede compatibilizar todas las funciones económicas (secundario y terciario) si procede a especializar el uso del territorio litoral metropolitano con sentido común. Esto es lo que los empresarios e inversores extranjeros perciben, y por ello, y en virtud de los extraordinarios atributos que Valencia posee, es por lo que vislumbran un futuro tan prometedor para la ciudad: una de las cinco capitales de mayor potencial de crecimiento de Europa, según algunos de ellos. La ciudad más dinámica del Mediterráneo, según todos. Y es en esta perspectiva desde donde adquiere pleno sentido la exigencia de Bertarelli.
Estas contradicciones no deben resolverse desde el ámbito portuario, ni siquiera desde el institucional. Exigen un debate abierto donde la sociedad valenciana disponga de la información necesaria, que compare los escenarios a que nos conduce cada alternativa y que evalúe los irreversibles efectos que algunas de ellas podrían producir en nuestro medio ambiente y en nuestras expectativas de futuro. También, que explique por qué resulta tan necesaria una ampliación de estricto coyuntural que pone en definitivo peligro nuestros atributos más decisivos.
Como Puerto del Estado, el de Valencia se debe a un hinterland territorial que rebasa claramente su territorio municipal y metropolitano. Pero es en nuestro territorio donde la instalación se enclava, y los ciudadanos deberíamos tener derecho a debatir el emplazamiento donde debe ser ampliado. Con la vista en nuestro futuro como ciudad, es preciso reconsiderar la ampliación del Puerto y realizarla, como ya se ha previsto, en Sagunto. Sólo así habrá ganado realmente Valencia la Copa del América, que es de lo que se trata.
José Miguel Iribas es sociólogo.
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