La paciencia del amor

Tiene aspecto de reportaje televisivo. De buen reportaje. Pero lo que convierte a Septiembres en un documental, en un correcto documental cinematográfico, es la paciencia. El tiempo. Carles Bosch, su director, aplica esa gran virtud a su trabajo y el resultado es algo casi impensable en un formato televisivo, que siempre andará con la fecha límite de entrega encima de la chepa: Bosch y su equipo han seguido durante todo un año a los reclusos participantes en el Festival de la Canción de Soto del Real, celebrado cada mes de septiembre en la cárcel madrileña.

Quizá para alejarse de algún programa televisivo reciente (El coro de la cárcel), Bosch apenas se ocupa del elemento musical de la película, que le sirve como simple excusa argumental. De modo que es el elemento humano, sobre todo el afectivo, el que consagra el devenir de Septiembres, conglomerado de historias de atractivo, digamos, irregular. Así, la película carece de grandes personajes, de esos capaces de agarrar al espectador desde el primer minuto gracias a una imparable fascinación. Rémora que se acrecienta por el tratamiento un tanto condescendiente del autor con sus criaturas, que nunca llegan a reflexionar sobre los motivos de sus desdichas legales. Puede que no se trate tanto de hurgar en la herida como de mirar al futuro partiendo del pasado, y la audiencia quizá necesite tal información para implicarse del todo en esas vidas contadas.

Sin embargo, y a pesar de todo lo anterior, Bosch sabe sacar partido a ese elemento paciente que puede transformar un relato superficial en algo, por momentos, cercano a lo apasionante. Como ya hiciese en la excelente Balseros (candidata al Oscar al mejor documental en 2004), a veces no basta con una ampulosa declaración a cámara acerca de sentimientos más o menos inexplorados. Hace falta que estos se confirmen a través del tiempo, y eso es justo lo que convierte un momento aislado en una historia de (des)amor.