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Los políticos, los valores y los demás

Se dice que entre los políticos predomina la mediocridad. Sin embargo, surgen de la misma comunidad que los empresarios, los periodistas, los jueces y todos los demás. En consecuencia, parecería que los valores de los políticos no han de ser muy diferentes de los que predominan entre sus conciudadanos. Tanto los políticos como los demás participamos en un juego de rol. Vivimos en un mundo diseñado para evitar confrontarnos con nosotros mismos, temerosos de no gustarnos. Hacer teatro es más fácil que vivir de acuerdo con nuestros valores más profundos, pero no es lo mismo actuar en el Liceo que en un teatro de barrio. Los políticos -y los famosos en general-, se sienten observados permanentemente por cámaras escudriñadoras y micrófonos inquisitoriales. Eso les aleja del ser humano que llevan dentro. Sus poses, sus gestos, la forma de hablar y lo que dicen; tienen más que ver con los actores de la serie Polònia, que con personas volcadas al servicio de los demás. Incluso los empresarios menos mediáticos, si asistieran cada día a grandes eventos económicos -ese tipo de reuniones en las que parece que si no estás no eres nadie-, codeándose con famosos; podrían acabar teniendo dificultades para controlar la expansión de sus egos y no sucumbir a la vanidad. Y es que el reality show se impone y a tenor de las audiencias parece gustarnos bastante a todos. No, definitivamente no somos tan distintos los unos de los otros y entre todos creamos la realidad y somos responsables de ella. También de la abstención electoral, sin que eso evite una sensación molesta de dejación de responsabilidad cuando oímos a la mayoría de políticos tratar esa cuestión. Nadie queda fuera del Gran Teatro del Mundo, pero la obra que representan los políticos es más exigente que la que interpretamos la mayoría. Se programa en sesión continua. Está presente constantemente en nuestras vidas a través de los medios. Pero lo político tiene además algunas características propias -no exclusivas-, que fomentan percepciones, como la de predominio de la mediocridad. Lo cierto es que se da la paradoja de que los partidos, instrumento esencial para el Gobierno democrático, operan bajo esquemas dirigistas cuando no autoritarios y la participación o incluso la opinión, pueden verse supeditadas a la consigna del aparato y/o del líder. A la larga las personas activas en los partidos, además de tener vocación, son las que se adaptan a las reglas del juego prevalentes, lo que genera un círculo vicioso. Los liderazgos basados en valores escasean y surgen líderes prefabricados que aportan un tono grisáceo, cerrándose así el círculo. Si a todos nos cuesta mantener una cierta coherencia entre lo que pensamos o sentimos, lo que decimos y lo que hacemos; hacerlo bajo los focos, resulta aún más difícil y se incrementa el descrédito. La mediocridad así entendida atañe más al ámbito de las capacidades y del hacer que al de los valores y al del ser. Sthepen Covey sugiere: "muchas personas con 'grandeza secundaria' -es decir, con reconocimiento social de sus talentos- carecen de 'grandeza primaria' o bondad en su carácter". Muchos líderes y dirigentes de distintos ámbitos, políticos incluidos, son capaces, como señala Covey, de usar con eficacia estrategias de influencia y tácticas para conseguir que los otros hagan lo que se espera de ellos, que trabajen mejor, que se sientan más motivados. Pero cuando la sinceridad, la convicción honesta, el sentimiento de aportar algo a la colectividad no sustentan estas actuaciones, se acaba generando desconfianza y cualquier cosa que se haga (incluso la aplicación de buenas técnicas de "relaciones humanas") se acaba percibiendo como una manipulación. No importa que la retórica o las intenciones sean buenas; si no hay confianza o hay muy poca, faltarán elementos básicos para que el éxito sea perdurable. He tenido la suerte de trabajar y convivir con políticos capaces y mejores personas. La reciente campaña de Xavier Trias me ha parecido sugerente. Su grandeza es sin duda primaria, auténtica. La desafección por lo político habrá llevado a la mayoría a ignorar los contenidos de dicha campaña. En ella el político daba valor al compromiso, a la capacidad de hacer autocrítica y de responsabilizarse "asumiendo las dificultades e incluso los fracasos". Ante los resultados, el candidato reconoció la victoria de su oponente, le felicitó y dio las gracias a su equipo por el trabajo realizado. Quienes no le conozcan tal vez opinen que soy ingenuo. Puedo dar fe de haberle visto actuar durante años con fidelidad a estos valores. Lo mismo puedo decir de políticos de prácticamente todos los partidos y mencionaré a Montserrat Tura y al admirado Manuel Pimentel (aunque no ejerza) como ejemplos. Algún día espero poder votar a personas y no a listas elaboradas por los aparatos de los partidos. Steve Jobs, líder de Apple recordaba una frase que le sorprendió y cuya práctica puede alejar de la mediocridad y aproximar a la grandeza primaria. Decía: vive todos los días como si fuera el último y un día será cierto. Y añadía, desde entonces procuro hacerlo y cuando durante demasiados días seguidos me doy cuenta de que no lo logro, pienso que algo anda mal y trato de cambiar. Pensando en un mundo mejor y en las generaciones futuras, ésa puede ser una buena fórmula.

Vivimos en un mundo diseñado para evitar confrontarnos con nosotros mismos por temor a no gustarnos

1997 y 1999.

Josep Maria Via i Redons fue secretario del Gobierno de la Generalitat entre

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