Luis María Delgado
Diego Galán, prestigioso crítico, dedica una necrológica a mi padre, Luis María Delgado, el domingo día 15. En ella lo califica de "hombre en la sombra", a propósito de su película maldita, Diferente (1962). Resulta algo paradójico, puesto que aparece en los títulos de crédito como director y guionista de esta obra. A pesar de ello, en Argentina, patria del protagonista, figuró en la publicidad "un filme de Alfredo Alaria" -tal como entonces imponía el interés comercial- pese a que Alaria, ni antes ni después de Diferente, jamás dirigió ni codirigió película alguna.
Respecto a Manicomio, nadie en su sano juicio puede dudar de la valía de Fernando Fernán-Gómez, tanto en el aspecto profesional como personal. Él se encargó de la dirección de actores de esta primera cinta en la que figura como codirector, mientras Delgado, que ya había dirigido dos películas y participado como ayudante de dirección en otras ocho, aportó su saber técnico. Ambos invirtieron y perdieron sus ahorros para producirla.
Aunque la necrológica no lo recuerda, mi padre recorrió las distintas especialidades y escalafones de la profesión casi en su totalidad: técnico de laboratorio, ayudante de cámara, ayudante de montaje, script, director de producción, director de estudios de doblaje, guionista, ayudante de dirección, director de segunda unidad, director adjunto y realizador. Tal como explicaba la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas en 1997, "en pocas ocasiones, si hubo alguna, pudo concentrarse tanta y tan diversa experiencia en un solo hombre".
EL PAÍS ha desperdiciado una magnífica ocasión de homenajear en él a varias generaciones de todoterrenos del cine, representativas de una época tan difícil y poco reconocida. Ningún director de entonces pudo escapar del cine comercial o alimenticio, como lo denominaba Buñuel. Cuantos conocieron a mi padre pueden testificar que, además de un espléndido profesional, fue sobre todo un hombre bueno. En los últimos años acudió generosamente a todos los homenajes a sus compañeros, a pesar de que su enfermedad hacía que cada paso que daba le supusiese una tortura.
A Luis María Delgado se le califica, despectivamente, de autor prolífico. Sin embargo, sus 64 años de profesión y casi cien películas no le han hecho merecedor, siquiera, de la medalla al mérito del trabajo que se solicitó a los tres últimos gobiernos. Realmente tampoco importa. Él siempre explicaba que tenía tal pasión por el cine que hubiera hecho el mismo trabajo sin cobrar una perra.
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