"La cabeza venció la batalla"
Ballesteros anuncia su retirada definitiva del golf en el campo de Carnoustie, donde jugó su primer Open Británico hace 32 años
Hacía mucho tiempo que Severiano Ballesteros, 50 años cumplidos en abril, respondía siempre "dejaré el golf cuando deje de divertirme", y aunque visto desde fuera los últimos años el fenomenal golfista cántabro más parecía sufrir que pasarlo bien en un torneo, Ballesteros se negaba siempre a dar su brazo a torcer. Hasta ayer. "He mantenido durante mucho tiempo una dura lucha en mi interior", dijo el jugador que transformó el golf mundial en los años 80. "Una lucha entre la cabeza, que me decía que me retirara, y el corazón, que me exigía seguir. Al final ha ganado la cabeza". Lo dijo Ballesteros en la sala de prensa de Carnoustie, el brutal campo escocés que acoge esta semana el Open Británico, el mismo campo en el que en 1975, un jovencito de 18 años, un jugador salvaje, sanguíneo, mercurial, nacido en la arena de la playa de Pedreña (Cantabria), llegó como un terremoto al escenario más importante del golf europeo. Tardó poco, cuatro años, en ganar su primer British. Le seguirían dos más, en 1984 y 1988, y dos chaquetas verdes de Augusta en 1980 y 1983.
Surgido de la nada en la miseria deportiva franquista, ha sido quizás el mejor deportista español
Lo dijo, según los testigos, con voz triste, con voz entrecortada, la cara cansada, el cuerpo delgado, fibroso. "La decisión la tomé hace dos meses, cuando volví de mi primera y única participación en un torneo del circuito sénior de Estados Unidos, en Alabama", dijo. "Pero he esperado a anunciarlo a este momento porque quería hacerlo aquí, en Carnoustie, y porque quería, así, agradecer todo su apoyo al pueblo y a la prensa británicos. Me he sentido muy querido, superprotegido, por el público británico. Muchas gracias, pero ahora he comprendido que tengo otras prioridades en la vida, mis amigos, mis tres hijos, mi vida privada, mis negocios [su empresa Amen Corner, como los tres hoyos más famosos de Augusta, dedicada a la organización de torneos y a la construcción de campos]. Quiero disfrutar de la infancia y la juventud que no he tenido".
Su carrera, corta para un golfista, alcanzó su cénit cuando ganó en St. Andrews, la cuna del golf, el British de 1984 y fue una marcha triunfal hasta 1995, su última victoria, el Open de España. Desde entonces los problemas de salud, una espalda machacada -síndrome de todos los jugadores naturales, de todos los que como Ballesteros aprendieron a manejar los palos lejos de la escuela, se construyeron su swing dejando al cuerpo buscar por instinto la manera más eficiente de darle a la bola-, la saturación de objetivos, acabaron desquiciando su juego, descoyuntando su swing. Los últimos años su figura se ha debatido entre el amor de sus incondicionales, millones, y la tristeza de aquellos que no podían soportar viéndolo en las últimas posiciones de los torneos.
Ballesteros, surgido de la nada, nacido de sí mismo, de la miseria deportiva de la España franquista, es, evidentemente, uno de los mejores deportistas españoles de la historia, quizás el mejor, y aunque su queja sonara a repetida, uno de los menos valorados hasta los últimos años. Quizás porque el golf era, y es aún, un deporte minoritario en España, una cosa de ricos. Y después de Ballesteros, sólo otro jugador español, José María Olazábal, ha sido capaz de ganar un grande, dos Masters. Por eso, en muchas ocasiones, ha dado la impresión de que a Seve le habría gustado haber nacido en Escocia, donde los campos de golf son tan naturales como en Cantabria los prados. Todavía, a los niños ingleses, a los aficionados al golf, la pregunta inevitable en las Islas Británicas es: ¿Ballesteros o Faldo? Como Loroño o Bahamontes, Joselito o Belmonte.
Y eso no fue sólo por un amor loco, sino por todo lo que significó su figura para el golf europeo, y también británico, frente al coloso americano. Fue el primer europeo, y el segundo no norteamericano tras el surafricano Gary Player, que ganó el Masters. Y el más joven hasta que llegó Tiger Woods. Y el más joven ganador del British -hasta Woods-, y el primer europeo continental desde 1907. Y más allá de sus cinco grandes, de sus 54 torneos del circuito europeo, de sus 87 victorias en todo el mundo, de su forma única, inventiva, imaginativa, the Seve's way, que dicen los ingleses, de enfrentarse a los 18 hoyos, Ballesteros fue grande porque reinventó la Ryder Cup. Convirtió una competición moribunda, en la que tradicionalmente Estados Unidos derrotaba por goleada al equipo que, hasta 1983, sólo representaba al Reino Unido e Irlanda, en uno de los momentos cumbres del calendario deportivo mundial. "Y, sin embargo", reconoció ayer, "al principio ni prestaba atención a la Ryder. La descubrí y me hice un incondicional. Mi mejor recuerdo: el privilegio de jugar junto a José María Olazábal".
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