El heredero de Virenque
Rasmussen es maniático, para qué negarlo, tiene sus particularidades. Más que maniático, podemos decir que es meticuloso. Con la dieta, con el entrenamiento, con el descanso o con el material, sobretodo con esto último. Se sabe de memoria, por ejemplo, la composición de todos los botes que tenemos en el equipo para el desayuno. Si uno le pregunta si la mermelada de melocotón tiene más calorías que la de naranja, seguro que tiene respuesta. O qué cereales tienen más hidratos, o qué crema de chocolate es la más saludable. Y ya no digo nada en lo que respecta a la bicicleta y sus pesos. Es capaz de marear a todos los mecánicos por conseguir 20 gramos menos en todo el conjunto. Claro que luego, ya se ve que saca rendimiento a toda esa minuciosidad.
Lo que no me consta, y creo que le conozco bastante bien, es que crea en espíritus, reencarnaciones y el más allá. Si creyese en estas cosas, sin duda se creería la reencarnación de Virenque. O, dado que Virenque aún sigue dando guerra en otros menesteres, más bien el heredero de su espíritu. Ese espíritu libre que quería volar sobre las montañas. Bueno... que quería y que podía.
Pero no, Michael es quien es, y no es Virenque, aunque a la hora de disputar el Tour haya aprendido mucho del escalador galo. Por ejemplo, Michael, como Richard, está tan identificado con la clasificación de la montaña del Tour que cualquiera se lo imagina más con el maillot blanco con lunares rojos que con el oficial del Rabobank. Incluso para nosotros, sus compañeros. De hecho, en el equipo hay unas barritas energéticas con esa decoración, y les llamamos "las barritas de Rasmussen", como si fuese él el fabricante.
Michael, también como Richard, ha instaurado una festividad en el Tour, que es el día Rasmussen. Y, de momento, no hay año en el que falte esa festividad. Ese día él ataca muy lejos de meta, en un puerto duro y en un momento en el que a ningún favorito se le ocurriría meterse en la guerra. Acelera, gana minutos con facilidad. En esta fase suele ir recogiendo restos de escapadas anteriores que tratan inútilmente de seguir su estela. Y así -qué fácil parece, ¿no?- se presenta en solitario en la última ascensión, en la que sólo le queda administrar esa ventaja para alcanzar la meta como vencedor. Doble objetivo cumplido, la victoria de etapa y una buena colección de puntos para el maillot de la montaña. ¿Doble? No, ayer fue triple, porque el día Rasmussen tuvo un maravilloso premio extra. Michael no pudo levantar los brazos porque tuvo que esprintar hasta la misma línea de meta buscando el maillot amarillo. Porque él, minucioso que es, sabía que hasta las centésimas contaban. Enhorabuena Michael, y ahora que dure.
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