Juegos fatuos
Como sucede con casi todos los libros, hay dos o tres maneras de leer Roma S.A., aunque en este caso ninguna sea particularmente instructiva. Se puede tomar el libro como un repertorio serio de consejos para directivos de empresa, en cuyo caso habrá que leer con devoción especial las jaculatorias que aparecen marcadas con bolos en el texto a modo de moralejas de la historia imperial que se van contando. También se pueden recorrer las páginas como si fueran una historia ligera del imperio romano, una versión humorística parecida a la que intentó en su día Indro Montanelli. Quien intente juntar ambas versiones se arriesga a la decepción, porque la una y la otra casan tan aleatoriamente como si entra las páginas de cualquier best seller de Dan Brown se hubiesen intercalado las conclusiones de un congreso mundial de auditores.
Roma, S.A. El auge y la caída de la primera multinacional de la historia
Stanley Bing
Gestión 2000
ISBN 94-96612-57-0
Bing se esfuerza por dar un tono desenfadado a la historia imperial, pero el resultado arroja dos graves carencias. La primera es que el desenfado es previsible. Ni una sola vez rebasa el nivel de la gracia desvaída o el chascarrillo fácil. Por ejemplo, cuando sugiere que en Roma se comía "ensalada César" o identifica las proezas eróticas de Marco Antonio con las de Jack Kennedy. La segunda carencia es que ni en serio ni en broma, ni como resumen para párvulos del imperio romano ni como versión management del imperio romano, el libro tiene interés añadido, es decir, desvela algún punto de vista original; ni siquiera una idea bien desarrollada. Da la impresión de que Bing se lo ha pasado bastante mejor trasteando entre resúmenes de Suetonio, Tito Livio o Tácito que lo que se lo pasa el lector avanzando entre las forzadas identificaciones de los emperadores con los altos cargos de una empresa de hoy y que en esa diversión agota sus pretensiones.
Lo que descoyunta el libro es esa identificación forzada y banal entre Roma y una multinacional. Para Bing, la fundación de la ciudad es la imprescindible inauguración de "una oficina corporativa central", el rapto de las sabinas una "adquisición hostil", los césares una especie de directores generales y las conquistas territoriales se conceptúan como "adquisiciones corporativas". Semejantes comparaciones sólo aportan un pálido humorismo; no bastan para sustentar una idea medular para un libro de consejos para ejecutivos, sencillamente porque esa conexión o traslación es imposible, salvo si se acepta como chiste irrelevante. De tanto frivolizar se olvida que hay una distinción clara entre el mito, construido para dotar de carácter sagrado un acto fundacional -es el caso de Rómulo y Remo en la creación de Roma- y la historia real; que los romanos, como los griegos, conocían esa diferencia, a pesar de lo cual valoraban la construcción mítica como una pieza de reafirmación; y que las naciones y las economías de hoy erigen sus propios mitos, a los que se entregan con una adoración más sumisa que la de los romanos.
Fácilmente se comprende que el apartado de gestión del libro, obligado a colgar de una historia que no le corresponde, es muy débil. Tanto que produce cierta pereza mantener la atención en sus propuestas. A veces, como tributo a la época presuntamente salvaje que utiliza como forillo, el autor incluye algún exceso llamativo. ¿Debe incluirse entre las características de un directivo la "ira convulsiva incontrolable"? ¿Qué significa "ética, pero amoral"? Quizá aluda Bing a la distinción entre las conductas que responden a reglas de juego estrictas -el tópico prescindible de la dureza de corazón de los grandes directivos, business are business- frente a la conducta general que reconoce y valora los buenos sentimientos, pero nada de eso se fundamenta.
Pero es que la ferocidad de los negocios, presente en el paralelismo chistoso entre las conquistas de las ciudades y la apertura de sucursales, queda desmentida por la falacia que asoma de vez en cuando de que los buenos gestores son los que favorecen el buen rollo en las empresas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.