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Columna
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El silencio de los escaños

Agosto está al caer y con él llegan las vacaciones para un alto porcentaje del común, porque es en agosto cuando se concentran la siesta y la vagancia, la lectura y la playa, y ese oficio de virtuosos que consiste en no hacer nada: una experiencia plena, enriquecedora, edificante, de profundo significado espiritual. También podemos decir que han llegado las vacaciones al Parlamento vasco, aunque en este caso no es una noticia fresca. Gracias a su página web (hay que agradecer la exhaustiva información que proporciona) se constata la ausencia de actividad parlamentaria durante el mes de julio. En cuanto a las previsiones de trabajo para el mes de septiembre, la web resulta también muy elocuente (si bien no parece difamatoria). A pesar de todo, el prolongado descanso de la asamblea política no parece azorar al personal. Es más, algún lector podría preguntarse a qué viene todo este cuento, ya que nadie había imaginado lo contrario. Vivir sin parlamento, ¿eso es grave? Con parlamento o sin él, la vida no parece distinta.

Uno de los males de la democracia moderna es el carácter formal, prácticamente simbólico, de las asambleas representativas. Los parlamentos funcionan como una proyección proporcional de los apoyos sociales con que cuentan los partidos. De ese modo, los comicios parecen más una encuesta de opinión que la elección por la ciudadanía de representantes con nombre y apellidos. A lo largo de una legislatura, son contadas las veces en que la vida parlamentaria suscita el interés comunitario. Y varias razones explican este desinterés, tan peligrosamente cercano al descrédito. Está el carácter rígido del reglamento interno, diseñado para impedir la espontaneidad dialéctica, la esgrima ideológica o verbal. Luego está el riguroso control de los partidos políticos, que convierte a los parlamentarios en sujetos sin margen de maniobra. Se considera, dentro de los partidos, que exteriorizar cualquier disenso es una muestra de debilidad, cuando no un arma para el adversario, de modo que prefieren foros estáticos y previsibles, donde los parlamentarios operen con ademanes clónicos y mentalidad de fotocopia.

A todo ello se une otra circunstancia que colabora en la invisibilidad de la institución: el sistema de reclutamiento. Todo militante que recala en una plancha electoral sabe que su suerte se decide en las entrañas del partido, en modo alguno ante la ciudadanía. La consecuencia práctica es que no hay forma de notoriedad o distinción, ni intelectual, ni empresarial, ni profesional, ni deportiva, ni de otro orden, que opere de forma apreciable a la hora de configurar una plancha electoral. Por ello el ascenso en los escalafones internos es rigurosamente burocrático: se premia la invisibilidad, la discreción y el silencio, frente a la diferenciación, el coraje y la firmeza. En contadas ocasiones, un partido se atreve a fichar alguna personalidad independiente, cuyo prestigio viene dado por su anterior quehacer profesional. Pero estas excepciones no son tales: los independientes acaban sumidos en una narcótica discreción y pasan la legislatura maniatados, subordinados a la disciplina de grupo y sin aportar las valiosas aptitudes de que hicieron gala en el pasado.

Todo esto desencadena un efecto paradójico: en la vida pública, la ciudadanía presta su favor a deportistas, cantantes o actores que descuellan; la sociedad reconoce a empresarios innovadores, a personajes populares, a profesionales brillantes en alguna vertiente de la fecunda realidad. Pero a la hora de realizar algo tan importante como elegir parlamentarios prevalece lo uniforme, lo plano, lo indistinguible. Apostamos por las siglas, pero elegimos a personas casi anónimas. Más que estatutario, nuestro parlamento es estatuario. En una verdadera democracia, la asamblea elegida debería ser el espacio público por antonomasia, el volcánico epicentro del debate político y social. Por desgracia, no es así. Qué aprieto si tuvieras que citar, ahora mismo, el nombre de media docena de miembros del Parlamento vasco; o peor aún: qué aprieto si tuvieras que buscarlos sólo entre aquellos a los que diste tu voto.

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