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Crónica:BARCELONA MUSEO SECRETO
Crónica
Texto informativo con interpretación

¡Línea!

Es una forma de encantamiento, de dirigirse al corazón del mundo, invocar el nombre de un ser querido seguido de un cariño, guapa, cielo, tesoro. Me gustaría calibrar y medir lo que pasa, más allá y por detrás de las palabras que pronuncian los patriotas cuando cantan el himno. Y lo que se condensa alrededor de las oraciones repetidas miles de veces a lo largo de la vida por los fieles de tal o cual religión y por los clérigos que afirman que ésas no son palabras de los hombres, sino "palabra de Dios". Y la devoción que suscitan los versos de algún poeta también es como si los aficionados a sus versos creyesen que literalmente a través de ellos habla una fuerza superior. Todo son fórmulas mágicas. De ahí que Cernuda, en un poema célebre que empieza "En soledad, no se siente / el mundo, que un muro sella..." y en el que lamenta su angustia, su falta de amor y su hastío vital, atribuya tanta desolación a la imposibilidad de escribir unas palabras, y haga este balance en los versos finales: "...mi juventud nula, en pena / de un blanco papel vacío". Como en diálogo con Cernuda, con la misma fe pero ánimo inverso, Vinyoli, en un poema no menos célebre, oye "una gran crida que a benhaurança convida per un camí no fressat", y describe el paisaje fabuloso donde "tot el que miro m'exalta, i parlo com un orat"; un paisaje de salvación. ¿Y qué fuerza, qué magia, qué ser todopoderoso le ha llevado a tan remotas orillas más allá del miedo?: "Assegut devant la taula de la meva soledat, m'hi ha portat la paraula".

A veces, sin embargo, cuando se te caen los libros de las manos, piensas que hay, a disposición del ciudadano, versos más perfectos, series de palabras que más claramente remiten a un orden superior, y ésas son las series de números que recita la locutora del Bingo Billares cada noche. Su voz anónima, y las de todas sus compañeras de profesión que, pausadamente y a un ritmo invariable, van pronunciando números, la describe con precisión Esther Tusquets en su estupenda novela ¡Bingo!, como una voz "gangosa y femenina, exacta mezcla de bobería y sensualidad... tonillo entre cómplice y provocador".

-El 6... el 36... el 48... el 12...

En su orden implacable esa voz va recitando los números que, al cabo de un instante, aparecen en las pantallas de televisión, y es vano preguntarse por qué esos números y no otros, por qué ahora y no después, a pesar de todos los rituales y supersticiones de los clientes numerólogos que comparan estadísticas y tratan de penetrar el secreto de los números, de prever el futuro.

Luego, es de suponer, en el mundo exterior, en el mundo paralelo al de las grandes salas enmoquetadas de rojo, con su luz uniforme, con sus remates de metal dorado, sus mesas redondas, entre las que circulan las camareras de uniforme repartiendo cartones, sirviendo cenas o copas, o sea, en el mundo real, los cálculos inevitablemente equivocados tienen sus consecuencias, a veces amargas.

Hay quien no se resigna y sale al vestíbulo para sacar más dinero del cajero automático, ardiendo en rabia e indignación, para irlo poquito a poco perdiendo e ir sintiendo el vértigo de la autolesión, y preguntarse qué le ha hecho al cielo uno, por qué la vida, la suerte, se ensañan con él, y en cambio favorecen a otro moscón de bingo, uno que además parece idiota y repelente, pero obtiene premios con insultante frecuencia.

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En esas salas de bingo, que alivian las soledades y devuelven a señoras y señores la excitación del deseo y el sabor de la esperanza, se deciden vidas y arruinan economías familiares, y se pierden dignidades según me cuenta Fede el taxista, que cubre la salida de una sala y más de una vez ha recogido a alguna binguera de madrugada, modesta ama de casa que a mitad del trayecto confiesa llorosa que ha perdido hasta el último céntimo, está sin blanca, pero ha de regresar a casa como sea, y le propone pagar la carrera con el uso de su cuerpo.

-¿De acuerdo? ¿De acuerdo?

-Señora... por favor...

Así que, después de todo esa señora, encontrando a Fede, un poquito de suerte ha tenido. Pienso que hay que ser comprensivo con esta ludopatía más bien vulgar, algo hortera, pues el binguero cegado por su vicio busca -en las series de los números, en la ligera excitación expectante que siente mientras la voz gangosa y femenina, velada por distancias siderales, indiferente a su buena o mala suerte, declina la letanía- conexión con las potencias superiores, formar parte de la armonía universal de una maldita vez, no dinero sino redención.

-El 25... el 4... el 74...

Algunas de esas voces se van apagando como potencias desenchufadas del gran ordenador Hal en 2001, una odisea del espacio, a medida que cierran las salas pequeñas y medianas. Van quedando sobre todo las grandes salas, Bintra en Travessera de Gràcia, Don Pelayo en Urgell, Billares en la Gran Via. Se llenan a las 20.00, las 22.30 y la 1.00, cuando se celebran los Toc, que rifan las apuestas de todas las salas de Cataluña. El bote en esos juegos puede alcanzar los 30.000 euros, si uno llena el cartón antes de que la Sibila haya anunciado 40 números.

Entonces la palabra que hay que cantar no es ¡Bingo!, sino ¡Toc!, y la línea no se premia. Pero siempre hay algún despistado, y su error -esa ¡línea! destemplada, nerviosa, sorprendida, de los jugadores novatos- lo celebran los bingueros bregados en mil noches de apuestas, riendo condescendientes hacia el infeliz que creía que tan barata va la redención.

museosecreto@hotmail.com

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