Aviñón 'in' y Aviñón 'off'
La comparación de las cifras de ocupación de las dos secciones del festival teatral, 90% y 33% respectivamente, invita al debate
"Sólo el 0,03% del presupuesto de la Unión Europea (UE) se dedica a cultura", constató en Aviñón la socialista Catherine Lalumière, antigua vicepresidenta del Parlamento comunitario. "Parecería que la UE sólo se interesa por cuestiones materiales". Quizás haya sido así, pero, en la misma reunión, el actual comisario responsable de la cuestión, el eslovaco Jan Figel, afirmó que "la cultura ya no es marginal en la UE", y expuso las líneas maestras de su "primera estrategia comunitaria" de ayuda a la cultura, fundada en dos grandes principios: "Diversidad cultural y movilidad de los artistas y sus obras".
El contexto de Aviñón es favorable a ese tipo de debates. Vincent Baudriller y Hortense Archambault, los directores del festival, lo saben y esperan que en julio de 2008, cuando Francia acceda a la presidencia de la UE, Aviñón acoja la presentación de grandes iniciativas de política cultural. Es algo que ya han dado a entender a través del Financial Times. La actual ministra francesa de Cultura, Christine Albanel, ha de jugar a favor de la operación, entre otras razones porque ella misma es autora de varias piezas dramáticas y sensible, pues, a potenciar el protagonismo del mundo del teatro. Además, el volumen de negocio que mueve la industria cultural en el seno de la UE ronda los 700.000 millones de euros, el equivalente del 2,5% del producto interior bruto europeo. Y 5,8 millones de personas, el 3,1% de la población, son "trabajadores de la cultura".
En esta edición de 2007, el Festival de Aviñón, la selección oficial, el in, mueve 9.700.000 euros, de los cuales un 66% procede de subvenciones -un 35% del Estado, un 17% de la ciudad, un 6% de la provincia, un 5% de la región y un 3% de la UE- y el índice de ocupación de las salas supera el 90%.
Son cifras que hay que comparar con las del off, el "festival comercial", que reúne durante las tres semanas de Aviñón nada menos que a 658 compañías que presentan 866 espectáculos ante más de 300.000 espectadores que se reparten las 70.000 plazas disponibles cada día en los 110 lugares habilitados para servir como teatro. Ahí el porcentaje de ocupación de las butacas -a veces sillas, otras simples banquetas- es otro: un modesto 33%.
Más de 150 de las compañías inscritas en el festival off regresarán a su ciudad con los bolsillos vacíos o, mejor dicho, llenos de deudas. Ni han logrado atraer el público a su sala -por ejemplo, una de 90 plazas se alquila a 5.000 euros las tres semanas y teniendo que entregar al propietario la mitad de la recaudación- ni a alguno de los 1.200 programadores que compran espectáculos y les garantizan giras.
Entre la utopía y la melancolía
Hay espectáculos que parecen pensados para Aviñón, para continuar con su tradición a favor de un teatro cívico, adulto, que participa de los grandes debates contemporáneos. Es el caso de Le silence des communistes, un montaje de Jean-Pierre Vincent que se inspira en el que hizo, un año antes, Luca Ronconi a partir de un intercambio epistolar provocado por el sindicalista Vittorio Foa y que se convirtió en libro.
Foa les pedía a dos de sus antiguos camaradas, viejos militantes del PCI, si alguna vez habían creído en la Revolución, cuál había sido su relación con la URSS, si la política de redistribución de la riqueza aún hoy les parecía válida y, sobre todo, les preguntaba por el papel del trabajo en una sociedad en la que el ideal colectivista había cedido el paso al individualismo.
Vincent consigue que sus actores digan el texto como si estuviesen reflexionando en voz alta. Pero es una reflexión colectiva, que rompe con el silencio de los comunistas tras el hundimiento del muro de Berlín. Un hombre solo siempre está en mala compañía, piensan Foa, Ronconi y Vincent.
La conversación epistolar revela melancolía pero también una gran vitalidad. Las antiguas luchas no se cuentan para llorar el pasado desaparecido. El deseo no se ha extinguido en el alma de los personajes. La utopía toma otra forma. El trabajo no es el único horizonte vital de los protagonistas que, con mucha pertinencia, se interrogan: "¿Por qué a una sociedad cuyo conjunto de actividades está organizado por la religión la llamamos una teocracia, otra que tiene como único norte la política la definimos como totalitaria pero en cambio cuando es el dinero el que todo lo domina la estimamos una sociedad libre?".
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