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Reportaje:

El día que Bolivia fue campeona

El 'mundialito' de Lamiako se consolida como punto de encuentro de los inmigrantes

Lamiako, seis de la tarde del sábado 7 de julio. Mientras la Copa América que se está disputando en Venezuela anda por los cuartos de final, el Mundialito de Vizcaya está apunto de terminar. Las selecciones de Colombia y Bolivia juegan la gran final.

Los viajeros del metro giran la cabeza hacia las ventanillas que miran a la Ría. Un campo de fútbol de patio de colegio se encuentra atestado de aficionados. Es imposible oír el ruido pero sencillo imaginarlo. Sin tiempo para que los pasajeros atrapen los detalles de lo que allí pasa, el tren se frena en los andenes. El acento de las personas que bajan de los vagones no es fácil de identificar, a veces parece colombiano, algunas argentino y otras boliviano.

El corredor que conduce de la estación del metro al campo de este barrio de Leioa tiene el piso igual que el terreno de juego, de gravilla. Se trata del jardín de recreo de las comunidades latinoamericas de vizcaya desde hace un lustro. Los inmigrantes colombianos presumen de ser los colonizadores de este campito de barrio pegado a la Ría y enfrentado a lo que fue Altos Hornos. "Nostros fuimos los primeros en jugar aquí hace ya siete años".

Al avanzar hacia el campo, el color comienza a inundar las orillas del camino y el ruido de las aficiones aumenta. Festival de fútbol, parrilladas y mucha cerveza. La hinchada se agrupa por secciones. Los bolivianos ganan en ruido y entusiasmo, ocupan casi una banda. El fondo norte es para los colombianos, que dominan la parcela de los churrascos, mientras mezclan las brasas con el merengue.

Este campeonato mundial comenzó el 24 de junio. De forma paralela al torneo masculino, se ha jugado también uno femenino. Ganaron las chicas del Huracán. "En total se han jugado 62 partidos", dice el boliviano Lutxo Pizarro, coordinador de ASMUL (Asociación Multicultural Lamiako) y uno de los promotores de este evento. "En esta tercera edición del mundialito hemos tenido combinaciones muy curiosas. Además de las selecciones nacionales, ha habido equipos en los que se mezclaban latinoamericanos, africanos, europeos y vascos". Pizarro, licenciado en Ciencias del Deporte, no es novato en esto del fútbol. Trabajó a los órdenes del entrenador argentino chileno Vicente Cantatore en el Valladolid de finales de los ochenta.

No es el único con un pasado futbolístico ilustre. En ambos conjuntos hay un buen número de jugadores que han militado en equipos de primera división de sus países. El caso más exótico es el del colombiano Juan Carlos Canchimbo. Lleva el número ocho, juega de interior y compartió vestuario con Julio Salinas en el Yokohama japonés. El partido anda por el minuto 30 y Bolivia ya gana por dos a cero. Pizarro lo tiene claro: "Bolivia y Colombia eran las favoritas para llegar a la final". En el banquillo colombiano caras largas y muchos discursos que resuelven la remontada, pero en el campo muy poca efectividad. Los bolivianos dominan el juego y la grada. Comienza la segunda parte y se produce un conato de gresca. Un aficionado colombiano acaba de recorrer la banda andina con su bandera bien agarrada. En el trayecto de ida y vuelta le lanzan latas de cerveza. Ni un sólo impacto.

Koldo Aguirre, jugador en los sesenta del Atlethic de Bilbao y de la selección española, mira de reojo al campo desde una posición apartada. Comparte tertulia con el chileno Rigoberto Jara, presidente de honor de la Coordinadora de ONG de inmigrantes de Euskadi, y con la coordinadora de la Fundación BBK Solidaridad, patrocinadores del evento, Arantxa Gandariasbeitia. Aguirre no se llevaría de momento a ninguno de los finalistas a Lezama, pero augura que los inmigrantes formarán parte de la cantera bilbaína en breve: "Ya tenemos a dos chicos de origen africano. Está claro: las segundas y terceras generaciones de inmigrantes serán parte del Athletic".

El partido agota sus últimos minutos y la fiesta boliviana crece en ruido y alegría. En el banquillo colombiano llora Esteban, un niño de diez años. Su padre, Carlos, acaba de ser sustituido. "Esteban, no llores, cuando no se puede no se puede", le consuela.

Los jugadores colombianos se resignan a la evidencia, han perdido la final. El entrenador rival está exultante: "Varios de los chicos jugarán este año en segunda y tercera división, están arreglando el tema económico". El árbitro pita el final y la afición invade la cancha. Aquí no hay cordones de seguridad, pero sí un campeón, Bolivia.

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