Jeff Beck, la leyenda se mantiene
Llenazo de lujo el pasado martes en la sala Bikini de Barcelona para recibir a una auténtica leyenda del rock: Jeff Beck, uno de los guitarristas más influyentes de los últimos 40 años. Beck llegaba a Barcelona fuera de los circuitos festivaleros, llegaba casi a escondidas pero su público se enteró, la noticia se extendió como una mancha de aceite y las entradas se agotaron. Valió la pena, su concierto fue un apabulle de principio a final.
Jeff Beck, a pesar de que varias generaciones de guitarristas le rinden pleitesía, nunca ha sido un nombre de los que llenan polideportivos. Es una suerte porque, pese a la relativa incomodidad de una sala abarrotada, el rock más poderoso y contundente, teñido de improvisación jazzística y de auténticas ganas de vivir, pudo disfrutarse en la cercanía, sintiendo la humedad de las gotas de sudor del guitarrista, notando el roce de sus rápidos dedos desplazándose por las seis cuerdas de su Fender Stratocaster blanca, siempre ladeada. Nada hubiera sido igual en un espacio más grande. Beck congregó a un público heterogéneo. Desde viejos seguidores de su quinta o casi (el guitarrista británico ha cumplido ya los 63 años) recordando el paso del guitarrista por los míticos Yardbirds a mediados de los sesenta, hasta jóvenes que poco sabían ya de los Yardbirds, pero vivían su guitarreo en presente.
El Jeff Beck del siglo XXI es un guitarrista al que le sobra técnica y, tal vez por ello, no la emplea a manos llenas. Sus largos y enrevesados solos llegan cargados, eso sí, de virtuosismo pero nunca son exhibicionistas, cada nota está en función de su entorno y es esa sabiduría la que confiere a su música una fuerza desusada. La del que nada tiene que demostrar y, en cambio, demuestra a cada paso el porqué los demás le consideramos una leyenda.
El de Bikini fue un concierto rotundo, sin fisuras, de los que le devuelven a uno la fe en el rock con mayúsculas, en el rock sin palabras (la guitarra se basta y se sobra) y huye de los fuegos de artificio o los mastodónticos escenarios. En Bikini no había nada. A un lado un par de bafles Marshall apilados, en el otro los teclados también apilados de Jason Rebello y en el centro la espectacular batería del genial Vinnie Colaiutta.
Comenzó el concierto con gran contundencia, dejando claro de dónde venía el rock duro, haciendo saltar chispas de su guitarra (utilizó la misma durante todo el concierto) y marcando ya las pautas de un constante diálogo tanto con Rebello como con Colaiutta. Los temas de sus últimos discos se fueron alternando con melodías conocidas pero interpretadas con una frescura vitalista. Baladas sobrecogedoras en las que la guitarra cantaba con puro quejío junto a ritmos imparables y para acabar una versión de los Beatles.
Jason Rebello brilló por su imaginación, pero el otro pilar de la noche fue el gran Vinnie Colaiutta. El batería hizo también honor a su fama con un toque seguro, contundente y cargado de destellos de colores. El cuarteto se completó con una bajista discreta pero que mantuvo el tipo entre tanto gigante sin inmutarse. Un cuarteto soberbio, un concierto soberbio.
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