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Columna
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Fútbol metafísico

La necesidad de un elemento que sirviese para la identificación de Bilbao fue anterior a la fundación del Athletic. En 1894 no existía el equipo y apenas se conocía el fútbol. Pero había ya explosiones de euforia colectiva, concentraciones de masas para celebrar el orgullo bilbaíno. Los deportes modernos estaban en pañales y todavía no congregaban a las multitudes. Pues bien, por sorprendente que resulte, entonces la representación de la villa era el Orfeón Bilbaíno. Sus éxitos se entendían como los de todo Bilbao. Desde 1891 lo dirigía Aureliano Valle y saldaba con grandes éxitos sus actuaciones. Ganó concursos en Santander y San Sebastián (1891), San Juan de Luz (1892) y Biarritz (1893). Pero su gran triunfo fue el de julio de 1894, en los sanfermines de Pamplona. Ganó las tres especialidades en que se competía (lectura a primera vista, ejecución y concurso de honor). El recibimiento al Orfeón en la estación de Atxuri, con petardos y cohetes, fue apoteósico, la primera vez que tenemos noticia se organizase un acto de este tipo. Acudieron varios miles de personas (el tren se había detenido en Eibar, Durango y Amorebieta, para recibir sucesivos homenajes). Se organizó un desfile, de composición acorde con la trascendencia del triunfo bilbaíno: cinco jóvenes con boina roja a caballo, los tamborileros de la Villa, chicos con hachas de viento, los tamborileros de Erandio, coches con el orfeón infantil, la orquesta de Garellano tocando el Gernikako Arbola, un landó con el presidente del Orfeón y Aureliano Valle, dos grandes farolas, los miembros del Orfeón... Se desplegó por primera vez la parafernalia con la que Bilbao celebraría sus triunfos.

Se teme de que al que gane le corresponda la hazaña histórica de bajar al equipo a segunda
Antes era 'la cantera', ahora la cualidad de ser vasco, concepto que se alarga o acorta

Para bien o para mal la música dio paso al deporte y en las décadas siguientes el fútbol concitaría las pasiones. El Athletic se convertiría en la representación simbólica de la ciudad. Sigue siéndolo, pese a que hace casi un cuarto de siglo que no provoca exaltaciones colectivas como las que se iniciaran con el entusiasmo por el Orfeón.

En la identificación deportiva Bilbao no resulta singular, pero sí en sus concepciones del equipo de fútbol. Puede apreciarse estos días en el desarrollo que tienen las elecciones a la presidencia del Athletic, que sigue la ciudad sin mucho entusiasmo y con bastante aprensión, por el temor de que al que gane de los tres candidatos le corresponda la hazaña histórica de bajar el equipo a segunda. En las crónicas electorales, los blogs, las presentaciones de candidaturas, hay un término que se repite una y otra vez, "la filosofía del Athletic", concepto que a primera vista casa mal con el fútbol, pero que resulta de uso común entre nosotros. Quizás sería más propio hablar de "metafísica del Athletic", pues la filosofía en cuestión es etérea y poco aprensible. Todo el mundo sabe en qué consiste, pero nadie la ha definido y precisado. Se sostiene como una convención no explícita y justifica por la tradición, aunque haya cambiado con el tiempo. Antes era "la cantera", ahora la cualidad de ser vasco, concepto que se alarga o acorta según intérpretes y circunstancias, llegando a Navarra o La Rioja según los casos. Lo cual, en este País esencialmente volcado en las esencias e identidades, crea desazones e incertidumbres. Se toman las decisiones invocando filosofías inmutables y leyes no escritas, de modo que el futuro consiste en la defensa de un pasado imaginario.

De ahí la rara fisonomía que adoptan las elecciones en el Athletic, al margen del insólito despliegue publicitario, un dineral. Nadie discute lo esencial, la mentada filosofía metafísica, por la sospecha de que sería un suicidio electoral y hasta compiten por enunciar la definición más cerrada. Se diría que debería ser la cuestión clave, pero se omite. Así, parece elegirse al encargado de administrar las esencias y las identidades bilbaínas, el Sumo Sacerdote que vigilará las definiciones ancestrales. Excluido lo problemático, que no se debate, los contendientes fijan objetivos loables: quedar para siempre entre los tres primeros, no volver a sufrir... Resulta un despliegue de voluntarismo, pues no parecen justificar tales esperanzas con meditadas medidas que puedan cambiar el curso de los acontecimientos, que desde hace dos décadas marcan una tendencia inexorable hacia la caída. Todos, aseguran, harán una gran gestión, y alguno hasta sugiere que se transformará el Athletic con el drástico procedimiento de que la oficina del presidente se traslade a Lezama. Todos coinciden, como siempre que hay elecciones, en que hay que transformar Lezama, de donde se esperan todos los bienes. En Bilbao se tiende a ver a Lezama como una especie de panacea de la que caerá el maná.

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Las tradiciones cambian, nada permanece, aunque se justifiquen por su inmutabilidad. Del paso del tiempo da una idea el contraste entre los dos últimos himnos del Athletic. El de 1950 hablaba de la pasión de Bilbao por el Athletic, rey del fútbol español y con una bella historia y tradición. El actual, de comienzos de los ochenta, apenas menciona a Bilbao (menos aún a España, faltaría más) y sí a Euskal Herria, como si no fuese el equipo de una ciudad y aspirase a serlo de la patria. Está en euskera, pese a su exiguo uso en la villa, y sugiere vinculaciones con tradiciones vascas no urbanas: irrintzi, viejo roble del que nace nueva hoja, rojo y blanco sobre verde campo. Y termina en apoteosis: "Euskaldun zintzoak aurrera!" (¡Nobles vascos, adelante!, lo traducen en Internet. Es otro mundo, en el que el imaginario colectivo no es la ciudad que se celebra a sí misma, sino una suerte de espíritu nacional.

Lo peor del caso es que, si se consumara la catástrofe -el descenso- cuesta imaginar que nos refugiáramos en los éxitos del Orfeón. Nos quedaríamos filosofando sobre la metafísica urbana, pero ésta no suele ser materia que propicie concentraciones de masas ni entusiasmos colectivos.

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