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Columna
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Oro en Fuenlabrada

Ya tengo un plan para hoy. Me voy a Fuenlabrada, y esta vez a la luz del día. Hasta ahora siempre me he acercado por allí en anochecidas tardes de invierno para asistir a las tertulias de los Cafés Literarios, en un ambiente cálido y acogedor que contrastaba con el frío de fuera, una actividad que se viene realizando desde hace muchos años y que nos da la oportunidad a los escritores de encontrarnos con unos lectores que nos gustaría llevarnos a casa. Es un lujo hablar con quienes no sólo leen, sino que se reúnen para discutir sobre lo que leen sin que nadie les pague ni les ponga una medalla por ello, sin que sus reflexiones tengan más fin que generar más reflexiones. De verdad que a veces me he encontrado con unos comentarios tan lúcidos que merecerían haber pasado a la posteridad.

Hoy voy a otra cosa, a la exposición Y las obras se hicieron tesoros de arte precolombino de la que me han hablado mucho, un conjunto de piezas procedentes de una colección privada, en el Centro de Arte Tomás y Valiente, que regularmente viene acogiendo muestras muy atractivas. Fue por ejemplo memorable, hace un año, la de Geisha y Samurái. Amor y guerra en el antiguo Japón, a través de cuyos hermosos grabados se podía recorrer la vida cotidiana de estos dos pilares de la cultura japonesa. Hace poco también se ha podido asistir a una magnífica muestra de Calder. Es muy buen síntoma que los centros de interés no se apiñen en el centro de Madrid y que obliguen a la gente a salir de su cascarón y a moverse por la comunidad para asistir a festivales (como el Intercultural celebrado esta semana en Leganés), conciertos o exposiciones, y no solamente para ir y venir del trabajo.

En cualquier caso, de mis impresiones sobre Fuenlabrada hablaré otro día. Ahora es el momento de admirar este despliegue de arte en madera, piedra, telas conservadas en magnífico estado, collares de nácar, una caracola tallada de una manera asombrosa. Simbología, religión, magia y vida cotidiana que se nos ha legado en forma de cerámica, orfebrería o arte plumario. No se pierdan el colorido de las plumas con que se tejían tapices y mantos, cuya estética era de las más valoradas, quizá tanto como el oro. El oro, por cierto, está sabiamente reunido en un habitáculo oscuro para que este metal precioso nos deslumbre y quizá apreciemos el carácter divino y poderoso que se le atribuía. Hay desde un collar con piezas de oro en forma de cacahuetes o unos caracoles hasta una reproducción humana al completo de oro con cara, brazos, manos, dedos, uñas, y también la de un animal.

Y aunque ahora el oro haya perdido su carácter divino, para algunos sigue estando revestido del factor suerte, y desde luego con él se siguen apuntalando las economías del mundo. La nuestra está en lingotes en el Banco de España. Puede que su magia consista en que es raro y escaso, y en que se puede comparar con el sol. Ha sido el delirio de los alquimistas, y en la naturaleza se encuentra en forma de pepitas, en vetas y en la grifería de muchos cuartos de baño de Marbella. En este sentido, en el sentido de la extravagancia, el caso más llamativo de los últimos años fue la boda del príncipe heredero del Sultanato de Brunei.

La tengo grabada en la retina. Corona de oro, ramo de la novia en oro macizo con diamantes, vestido de la novia con incrustaciones de oro y diamantes. En los tronos lo que no era de oro era de color oro. Los asientos de los invitados estaban adornados con oro, y, si no recuerdo mal, el coche nupcial también era de oro. Digamos que puestos a ser ostentosos, ¿para qué conformarse con menos? Como advertencia, siempre tendremos el relato del rey Midas, ese hombre tan ambicioso que le pidió a un dios que todo lo que tocara se convirtiese en oro. El dios le preguntó si estaba seguro de lo que pedía y él contestó que sí. El problema surgió cuando no podía comer porque los alimentos al tocarlos se convertían en el preciado metal.

Tanto aquellos precolombinos como nosotros, estamos unidos por el culto al oro que no es ni más ni menos que el gusto por la fantasía con mayor o menor acierto estético. Personalmente me quedo con los precolombinos.

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