"Tengo la mala costumbre de hacer las cosas bien"
César Antonio Molina se levantó poeta, a las seis de la mañana, leyó algunos versos, escribió otros, revisó las galeradas de un libro nuevo, y a las ocho de la mañana se puso el traje de director del Instituto Cervantes, hasta que a eso de las nueve y media no pudo disimular más. Le habían nombrado ministro, ya salía en los teletipos, y a un tiro de piedra de la plaza del Rey, donde tiene su despacho, empezó a recibir parabienes telefónicos. Sabía desde hacía algunos días que le iba a nombrar José Luis Rodríguez Zapatero (con quien comparte pasión poética, Antonio Gamoneda), y la noche anterior, antes de terminar una de las jornadas maratonianas a las que acostumbra desde que fue director del Círculo de Bellas Artes, ya había tenido una reunión con los íntimos. ¿Qué hacer?, preguntó. Le dijeron que lo mejor era que atendiera el teléfono -y luego fueron más de doscientas llamadas, de Galicia, su tierra, y de cualquier sitio del mundo-, que aceptara todos los parabienes pero que no dijera nada, "por amor de Dios", que no dijera nada hasta que tome posesión, el próximo lunes, seguramente. ¿Nada de nada? El Instituto Cervantes, que tiene una oficina de prensa activísima, pasó una nota muy escueta ("es un honor para mí"), y el regocijo fue por dentro. Equipado desde hace años para la gestión cultural (alguien que le conoce muy bien dijo ayer que será "como un ministro francés, buen gestor y capaz de explicar lo que hace"), resistió como una broma amigable, desde que el Cervantes ocupa su actual sede, cerca del Ministerio de Cultura, que estaba ahí "porque pronto estarás en el sitio que fue de Jorge Semprún", el antecesor que también fue escritor. "En Cultura", decía él, "o en Defensa", porque la ventana de su despacho (hasta hoy) da al Cuartel General del Ejército.
"En el español no se pone el sol. (...) Hablar español es un buen negocio", ha subrayado
Habituado al silencio (gallego), aunque consciente de que ahora ha de vender también con palabras su gestión, el ministro recién nombrado decidió guardar un mutismo absoluto; por la tarde, cuando arreciaron las llamadas para que dijera qué se propone hacer en el sillón que hasta ahora ha ocupado Carmen Calvo, tuvo una urgencia familiar (programada), pues su hija emprendía un viaje y tenía que llevarla al aeropuerto, con su mujer, la crítica Mercedes Montmany; pero resistió los embates de los periodistas (sus colegas: él dirigió, durante años, Culturas de Diario16) y se recluyó en casa, "a descansar, porque esto ha sido no parar".
Nadie se cree, entre los que le conocen, que César Antonio Molina se fuera a descansar, y más bien se piensa que después de cumplir ese compromiso familiar ingresó en su casa para programar lo que va a ser su vida en cuanto ya pueda decir abiertamente "soy ministro de Cultura", algo que en la propia nota escuetísima del Instituto Cervantes se dice, y bien, que le honra.
Como no quiso hablar, y muchas cosas le hemos escuchado en los años últimos, sobre todo desde que lleva las riendas del Cervantes, aquí van algunas de sus frases relacionadas en su mayor parte con su trabajo a favor de la lengua española:
- "Escribo los mensajes del móvil con todas las letras; detesto los apócopes y los diminutivos. Tengo la mala costumbre de hacer las cosas bien".
- "La era del monolingüismo se ha acabado. El Instituto Cervantes es una institución del Estado español y ha de servir activamente a todas las lenguas. Yo soy gallego, quiero esa lengua y quiero que todas las lenguas sean preocupación del Cervantes".
- "En el español no se pone el sol". "Hablar español es un buen negocio".
- "No busco respuestas en la poesía. Su misión, la misión de la poesía, es seguir preguntando".
Estadística: desde enero ha hecho, como director del Cervantes, 17 viajes. Algunos destinos: Colombia, Berlín, Londres, Tánger, Roma, Palermo, Sao Paulo... Desde que dirige el Cervantes, hace tres años, inauguró 24 centros en todo el mundo, y cuadriplicó la asignación del instituto. "El Cervantes es una empresa; como tal hay que gestionarlo". Ese criterio lo aplicó también en la dirección del Círculo de Bellas Artes: lo reflotó en ocho meses, tras su aguda crisis. Ocho meses: lo que queda de legislatura.
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