Alma y ritmo ante el Palau
En un género como el soul, tan dado a la desesperada búsqueda de nuevas divas, reconforta toparse con la inmarchitable presencia de viejas damas como Bettye LaVette. Su porte y carisma son de aquellos que no se gestan ni en campañas de mercadotecnia ni se maceran al calor de grandes pabellones deportivos. Son de los que o se llevan en la sangre, o simplemente no se tienen, y en su caso le vienen de casta, como digna superviviente de una generación, la aupada a finales de los 50, de sublimes intérpretes vocales ya en vías extinción. El bosque de palmeras de los Jardines del Palau de la Música fue testigo mudo del imponente derroche vocal de la norteamericana, ante una concurrencia formada por jóvenes, jubilados, familias enteras y curiosos de todo pelaje, deseosos de disfrutar de una fresca noche de julio, con el bochorno bien arrinconado. La de Detroit, presente dentro del programa gratuito de Jazz al Palau, es de esas divas que se pueden permitir el lujo de parecer pagadas de sí mismas: sacó pecho al hablar de sus 45 años de carrera (y 61 de vida), rememoró su único single para la Motown (ese Right in the middle de 1982), despachó algún baladón con más aroma sureño que del norte y se despidió con aquella doliente reinterpretación a capella del I do not want what I haven't got de Sinéad O'Connor, ya presente en su aclamado I've got my own hell to raise. Concisa y de un poderío concluyente. Le tomó el relevo el pianista de origen puertorriqueño Eddie Palmieri y sus Afrocaribbean Jazz Allstars, y con ellos llegó el ritmo. Su acercamiento tangencial al jazz prendió, de forma tímida, la mecha del baile, y mostró su mayor poderío en los duelos de viento entre la trompeta de Bryan Lynch y el saxo de Yosvanny Terry. A más de una pareja, entrada la medianoche, les sirvió para improvisar unos pasos.
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