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Columna
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Tranquilos, supongo

Creo que por fin podemos estar tranquilos. Yo, al menos, respiro aliviado desde hace un par de semanas. Desde las remotas fechas en las que el entonces conselleiro de Agricultura José Manuel Romay alertó sobre la existencia de tramas incendiarias, he de reconocer que, cuando mi parte imaginativa se imponía a la racional, fantaseaba con una organización secreta entregada a calcinar montes. Incluso en contadas ocasiones, desnortado ante la falta de objetivos, deliraba con que, al igual que en El hombre que fue Jueves, de G.K. Chesterton, la misma persona dirigía la organización terrorista y la policial que pretendía acabar con ella, justificando así la existencia de ambas. Afortunadamente, el informe de las fuerzas de seguridad encargado y difundido por la fiscalía del Tribunal Superior de Xustiza de Galicia ha desarticulado el temor de que los incendios forestales están dirigidos y coordinados.

Es de agradecer que, por fin, las instancias encargadas de prevenir y castigar los delitos se hayan tomado el tema en serio, y no con la misma pachorra que si se tratase del pedrisco o cualquier otra manifestación natural, molesta pero inevitable. Pero son de lamentar tres cuestiones. Una, que el principal argumento para desestimar las tramas inverosímiles sea que no se han detectado muestras de su existencia, ni ahora ni en todos los años anteriores. Eso no quita, señaló con criterio tan acertado como poco difundido el fiscal jefe Carlos Varela a la hora de presentar el informe, que en el futuro no aparezcan pruebas que sustenten lo que ahora se descarta.

De hecho, hasta la operación Malaya y sus secuelas, la gestión urbanística municipal en toda España, Marbella incluida, era oficialmente impoluta y plenamente legal. Otra, que hay motivaciones, pero tantas y tan diversas que no constituyen motivo. En una relación no exhaustiva, por orden decreciente y sin contar a los descuidados ni a los pirómanos, están: facilitar la caza, venganzas, ahuyentar animales, el vandalismo, el rechazo a los espacios naturales, lograr una modificación en el uso del suelo, disensiones en cuanto a la titularidad de los montes, contra los cotos de caza, bajar el precio de la madera, ritos satánicos y conseguir un sueldo trabajando en la extinción.

Y la tercera, que el perfil del incendiario (varón, de entre 35 y 50 años, vecino del lugar del incendio o de zonas próximas, grado cultural bajo, ocasionalmente con cierto trastorno psicológico, leve atraso y/o adicción, generalmente al alcohol) corresponde más bien al perfil del incendiario que se ha conseguido detener.

Si los leones hiciesen un informe sobre el sector de la gacela, llegarían a la acertada conclusión de que estaba compuesto fundamentalmente por animales viejos o débiles, o que tenían menos prestaciones a la carrera que otros similares que no se dejan atrapar. Y lo que es peor, según reza el informe del que soy ávido lector, "las actitudes de controversia política, sobre todo en los momentos álgidos de la crisis, que inevitablemente van a ser recogidas con notoriedad en los medios de comunicación y que pueden provocar situaciones de crispación social, generan el mínimo impulso requerido por individuos predispuestos a aprovechar las situaciones de alarma o caos, en nada o poco favorecen las campañas de disuasión o prevención y perjudican de manera notoria el trabajo policial". Trabajo policial en el que, por cierto y pese a la ausencia de tramas, "sería aconsejable la utilización de los procedimientos, medios, técnicas y sistemas de obtención de información como los que se utilizan contra la delincuencia grave organizada".

En resumen, que hemos descubierto el delito sin móvil y, lo que es más increíble, que no aprovecha a nadie. El panorama aterrador del mal por el mal, concretado en miles de crímenes cada verano, perpetrados por desequilibrados a los que estimula la crónica política. "Puedo creer lo imposible, pero no lo improbable", razonaba Chesterton ante los hechos misteriosos. Escogí un mal momento para darme por tranquilizado. sihomesi@hotmail.com

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