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Columna
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Tacones y tambores

La cantante Marta Sánchez pretendió el jueves dar el pregón oficial de los festejos de Madrid como Capital 2007 del Orgullo Gay europeo. Algo tan digno y vistoso comenzó con un acto petardo y cutre. Muchos se desternillaron al verlo repetidas veces en las televisiones de media Europa. La cosa fue para bramar de risa o de sonrojo. Los colectivos homosexuales debieran revisar su variopinto santoral y jubilar a unos cuantos. Hay iconos erráticos que dan imagen esperpéntica de algo muy serio y muy justo que está costando demasiados siglos conseguir. Tacones y petardeo no son símbolos adecuados para la sagrada y dificultosa libertad sexual de las personas a lo largo de la historia humana. Lo contrario es una aberración estética y filosófica, un mediocre sainete posmoderno.

Para quienes no tengan noticia del pregón de marras, aquí va un escueto resumen del bochorno. Plaza de Chueca. Sale al escenario Marta Sánchez, mona y desenvuelta, pero como equivocada de onda. Rodean a la artista cuatro o cinco personas que circulan por el escenario como perro por su casa, dando órdenes a los técnicos de sonido o a quien sea, colocando micrófonos o, simplemente, mirando. Una organizadora se acerca sin cesar a la cantante y le dice cosas al oído. Por fin, la pregonera saluda en castellano e intenta, la desventurada, dirigirse a los presentes en inglés. El público, compuesto por ciudadanos de toda edad y condición, impide inmediatamente a la oradora seguir con su insensatez. Es obsequiada con una ejemplar ovación de pitidos, exabruptos, cachondeo y vergüenza ajena. El escenario vuelve a alborotarse. La asesora de Marta impreca al público, otros no pueden contener la risa y la perplejidad. En medio de todo ese guirigay, se oye a la cantante: "Estos maricones me van a estropear el pregón".

Para olvidar la horterada, muchos huyen en busca de los Rolling o de Maná que actúan por aquí ese jueves. Otros se dejan caer por la sala Caracol, donde hay concierto hispano-uruguayo-brasileño de batucada, reggae y candombe. La mágica sinfonía de los tambores lejanos merodea por Madrid casi en secreto. Casi todo lo bello es lejano. Que aprendan Marta Sánchez y los responsables del acto.

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