El 'caso Bear Stearn', otro toque de atención
LA ECONOMÍA DE ESTE principio de siglo es tan dinámica que a cada momento se transforma.
Aparecen elementos nuevos, distintos actores, sin que lo antiguo desaparezca. Todo se combina y se complementa. Un día, el capital riesgo, que es un sector opaco por naturaleza, decide salir a Bolsa y hace un desnudo integral frente a las autoridades supervisoras, aunque una parte de su labor siga siendo adquirir empresas cotizadas, sacarlas de los mercados de valores y alzar una cortina que impida las miradas críticas, mientras las descargan de los activos más ineficientes. Otro día cambia la valoración del concepto de eficacia: ¿consiste ésta en la generación de valor a corto plazo (la cotización por encima de todo) o en beneficios a largo plazo asegurando la calidad de lo que se hace?; y un ex presidente del organismo regulador de las bolsas en EE UU, William Donaldson, crea una asociación para estudiar ese asunto.
La fortaleza de los nuevos actore de la economía global, el capital de riesgo y los fondos de cobertura, soporta una reacción todavía incipiente. Con dos iniciativas paralelas: que paguen más impuestos y que sean regulados
Hoy se discute sobre la profundidad de la crisis inmobiliaria en EE UU (y en España). Hace unos meses, la crisis de las hipotecas de alto riesgo hizo quebrar a New Century, la tercera entidad financiera del mundo en ese segmento de préstamos, y, como contagio, decenas de entidades especializadas tuvieron que cerrar o fueron adquiridas por otras de la competencia. Ahora se produce el segundo toque de atención a causa de las dificultades de uno de los bancos de inversión norteamericanos más importantes, Bear Stearn. Dos de sus fondos de alto riesgo (hedge funds)están al borde del colapso por la crisis del mercado hipotecario, ya que invertían en deuda ligada a las hipotecas de alto riesgo, y habrán de ser rescatados de la quiebra. Entre las entidades pilladaspor la aventura de estos fondos están algunos de los nombres de la aristocracia financiera mundial: Merrill Lynch, JP Morgan, Goldman Sachs, Citigroup, etcétera.
El caso Bear Stearn puso nerviosos los mercados y elevó la prima de riesgo de la deuda. ¿Fue ésta una causa más —además de la tendencia al alza de los tipos de interés, que afecta sobre todo a quienes se endeudan mucho para comprar— de que la salida a Bolsa de Blackstone, la segunda empresa de capital riesgo (private equity)del mundo, pasados los dos primeros días, no haya sido precisamente un éxito? La de Blackstone era la mayor salida a los mercados de valores en los últimos cinco años y su volumen de contratación era grande, y, sin embargo, ha pasado en pocos días de la euforia a la decepción.
Sobre las empresas de capital riesgo y los hedge funds penden ahora dos decisiones políticas: la de si han de pagar más impuestos y la de si han de estar más reguladas para evitar sustos imprevistos. El Senado americano se ha unido a los análisis británicos para iniciar una reforma fiscal en forma de ley para que estos nuevos actores de la economía global paguen los mismos impuestos que el resto de las compañías. Un senador (republicano) declaró: "Algunas empresas están cruzando la línea que separa lo que es tratar de rebajar razonablemente sus impuestos para pasar a pretender ser algo que no son y evitar pagar la mayoría, si no todos los impuestos".
De la reunión del G-8 en Alemania, hace unos días, se esperaba —además de las declaraciones sobre el cambio climático y las ayudas a África— la voluntad política de estudiar una regulación del capital riesgo y los hedge funds.
No se dijo nada de ello. Pero el asunto no ha desaparecido de la agenda pública. El Grupo Socialista del Parlamento Europeo acaba de hacer público un estudio en el que demanda la supervisión común de estos actores financieros no bancarios, asumida por un único organismo regulador: por ejemplo, una sección específica del Banco Central Europeo.
Algunos analistas (Martin Wolf) indican que los gestores de este tipo de capital se han hecho demasiado grandes para ocultarse y que deben presentar su causa ante la opinión pública. Ya que si no lo hacen, "les cortarán las alas. Es el precio de la democracia".
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