El sillón del jefe
El hijo de un notario de Nador ejerce un control indudable en el interior de la habitación blindada
En el juicio manda Gómez Bermúdez, pero, ¿quién manda dentro de la habitación de cristal blindado?
Como un paracaidista experto, el presidente del tribunal se lanzó al vacío hace más de cuatro meses y señaló un círculo pequeño y lejano -la primera semana de julio- donde aterrizar. La travesía ha conocido tormentas imprevistas y vientos racheados -el numerito de Díaz de Mera, el conato de huelga de hambre, la metamorfosis de la AVT-, pero el próximo lunes, día 2 de julio, Gómez Bermúdez pondrá pie en tierra y su "visto para sentencia" sonará como un "ya os lo dije". Durante todo este tiempo, casi siempre bajo radar, un personaje enigmático ha ejercido su poder en el interior de la habitación de cristal blindado. Se llama Fouad El Morabit, tiene 31 años, se defiende en seis idiomas y su padre es notario en Nador. En vez de ojos usa sendos Black & Decker.
-A mi cliente se le pueden aplicar aquellas palabras de Antonio Machado. Iván Granados es, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Son las doce del mediodía. Cada vez que un abogado defensor se pasa de frenada halagando a su cliente, sus palabras rechinan en la sala. Y sin embargo ayer, cuando el letrado García Pajuelo dijo tal cosa de Iván Granados, nadie se extrañó. De lo visto y oído en la sala ya nadie duda de que Suárez Trashorras se sirvió de un grupo de pobres diablos de Avilés para que viajaran hacia Madrid en autobuses de línea cargados de unas mochilas azules que pesaban un quintal y se las entregaran a El Chino sin preguntar demasiado. A Iván también se lo propuso, pero él -pese a su carácter gregario y su miedo a quedar mal- le respondió que no. Tal vez en aquella negativa tan difícil tenga mucho que ver su padre. Manuel Granados no pudo evitar que su hijo tan alto y tan grande tuviera malas compañías, pero sí fue capaz de inculcarle que hay ciertas líneas rojas que nunca se deben cruzar. El letrado se refiere a la labor del padre -sentado unos metros por detrás del hijo- en términos elogiosos y él se revuelve molesto en la silla. Manuel Granados tiene pinta de ser de esos hombres que, como el padre del escritor Manuel Rivas, le temen más a una caricia que al aliento de un lobo.
-¿Te has dado cuenta de que se ha quitado los zapatos?
Si en la habitación de cristal blindado instalaran un televisor, no hay duda de quién tendría el mando. Todos los días, cuando los acusados llegan al juicio, cada uno se sienta donde puede. Todos, menos uno. Fouad El Morabit siempre ocupa el mismo lugar, nadie osa quitarle el sillón al jefe. En el extremo más alejado de Gómez Bermúdez, siempre serio, siempre pendiente del mínimo detalle, armado de un lápiz del tamaño de su dedo meñique, el hijo del notario ejerce su poder. A horcajadas sobre el banco, dándole la espalda al público, pasa consulta, escucha confidencias, escribe instancias con su letra de colegio caro. Ha viajado por toda Europa, ha estudiado ingeniería. Tuvo una novia española -periodista para más señas- que de pronto desapareció de las redacciones para dedicarse a la misma causa que a él le llevó a prisión. Hay un dato fundamental que maneja a la perfección. Contra él hay pocas pruebas y por consiguiente la petición de la fiscal no va más allá de los 14 años de cárcel. Así que, mientras El Egipcio sigue fingiendo su papel de menesteroso vendedor de pañuelos, Fouad ni puede ni tiene que actuar. Es el jefe de la habitación de cristal blindado. Llega, ocupa su sillón, se quita los zapatos y empieza a recibir. Zougam casi siempre, El Egipcio a veces, todos buscan su protección.
Hay tipos que anuncian su peligro mirando largo y sin pestañear. El hijo del notario no necesita anunciarse.
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