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Lo primero, honrar a los muertos

Desde el pasado domingo, festividad de San Juan, muchos -yo, desde luego- sentimos, primero, una sacudida dolorosa y, luego, una continua y dolorida tristeza. Ese día supimos que seis soldados de nuestras Fuerzas Armadas habían muerto en acto de servicio en el Líbano, donde cumplían la noble misión de velar por la paz, de acuerdo con la resolución 1701 de la Naciones Unidas.

Es cierto que en toda misión de paz -en el Líbano, Kosovo, el Congo, Haití o cualquier otro lugar- en el que estén fuerzas militares en misiones de interposición entre combatientes que estuvieron luchando a muerte hasta poco antes de que la intervención se produjera, existe un riesgo latente y permanente de bajas y muertos entre aquellos que van en defensa de la paz, sabiendo siempre que corren ese riesgo.

Porque los combatientes que estuvieron en esos mismos lugares no sólo dejaron sembrado su odio, también dejaron ingenios bélicos, armas letales, para seguir produciendo muerte o mutilación entre inocentes que no participaron en la lucha: niños, mujeres, seres humanos. Que lo digan si no aquellos de nuestros soldados que llevan desactivadas en la zona en la que están en el Líbano más de dos mil minas que allí quedaron sembradas por unos y por otros. Esos riesgos, en el caso de las Fuerzas Armadas Españolas, fueron evaluados previamente por el mando, por el Estado Mayor, de acuerdo con las amenazas a las que había que hacer frente y de las que se tenía información, contrastada -estoy seguro- con la de las fuerzas armadas de otros países que intervienen en esta misma misión de paz.

Pero el día siguiente de la muerte de seis soldados nuestros -tres colombianos, tres españoles, todos ellos muertos con la bandera de España cosida como distintivo en su uniforme y unidos para siempre en el mismo acto de servicio, de cumplimiento del deber y de muerte, y para siempre separados de los suyos- no es momento para hablar de los riesgos o amenazas evaluadas y, mucho menos, el momento de utilizar esta triste noticia para atacar al presidente Zapatero y a su Gobierno. No es el momento de estas cosas cuando se están identificando cadáveres, cuando los familiares de los muertos lloran y rezan por ellos. Unos muertos a los que sus compañeros de armas estarán rindiendo el honor que se merecen mientras escribo estas líneas y por los que, en tantos lugares y, desde luego, en el Ministerio de Defensa y en los acuartelamientos de las Fuerzas Armadas, ondea, en señal de luto y dolor, la bandera española a media asta.

No es el momento para que un periódico local-el primero que compré en Astorga cuando venía hacia Madrid-, al lado de la noticia de la muerte de seis soldados nuestros, lo que publique en negrilla sea: "Defensa no confirma si los BMR atacados tenían inhibidores de potencia". O, en un apartado de Análisis, afirme: "Misión de Paz que no lo parece". O que, sin citar la encuesta en la que se basa, también haga este titular: "La mayoría de los españoles apoyaría la retirada de las tropas del Líbano" (en la última encuesta del CIS, del pasado mayo, la mayoría de los españoles se muestra partidaria de las misiones de paz en las que nuestras tropas, con riesgos iguales o mayores, están ahora).

Tampoco era el momento -y siento de verdad decirlo- para que el líder de la oposición, Mariano Rajoy, dijera por la radio, pocas horas después de esas muertes, que si el presidente del Gobierno no dice el "verdadero carácter" de la misión de nuestras tropas en el Líbano lo dirá él. Cómo si él pudiera cambiar el carácter con el que están allí nuestros soldados, que definió no el Gobierno español sino el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Y todo para insinuar que las tropas de todos los países presentes en el Líbano no están en una misión -insisto, pedida y aprobada por la ONU- de interposición entre fuerzas que han estado combatiendo en ese país y, por tanto, de paz, sino en una misión que, puesto que se muere como en la guerra, es de guerra.

Por desgracia, tuve que presidir muchos entierros, actos religiosos y honras fúnebres de jefes, oficiales y soldados de las Fuerzas Armadas. Podían surgir voces contrarias de extremistas de uno u otro signo entre el público, pero jamás en las horas inmediatas a los atentados ningún miembro de los partidos políticos de la oposición democrática (ni después tampoco) exigió responsabilidades al presidente del Gobierno o los ministros de su Gobierno. Sí criticaban los antidemócratas, los fanáticos de cualquier pelaje, desde sus periódicos o en la calle. Hacíamos frente a actos terroristas, en mi caso siempre de ETA.

Parece, hoy por hoy, que lo más probable es que éste del Líbano sea también un acto terrorista, dentro del mundo de Al Queda. Los atentados terroristas, lo sabe la oposición, no son lo que llamamos guerra.

Pero aquellos eran otros tiempos, ya no de los del tan traído y llevado consenso, del que tantos hablan sin saber lo que fue, pero sí en los que, en casos como éste, solía predominar el sentido del Estado sobre la lucha política entre los partidos democráticos.

La libertad de prensa y el que haya una oposición política al Gobierno es esencial para el buen funcionamiento de la democracia. Pero el día siguiente de la muerte de seis soldados nuestros en el Líbano es el día para estar todos los españoles unidos en torno a nuestras Fuerzas Armadas; unidos al dolor de sus compañeros y de sus familias y participando con el nuestro en el de ellos. Después, cuando hayan pasado los oficios religiosos y se haya rezado por su eterno descanso, cuando los familiares se hagan cargo de sus muertos y todos los representantes del Estado, con los del Gobierno de España, de las Comunidades que asistan, de las naciones extranjeras afectadas y de los partidos políticos, les rindan los honores a los que se han hecho acreedores, sí será el momento de que prensa y medios de comunicación emitan opiniones y críticas como quieran en uso de su derecho fundamental de libertad de información y de opinión. También será el tiempo de que los partidos políticos hagan las preguntas que crean necesarias, que pidan aclaraciones y, si lo estiman oportuno, responsabilidades políticas.

Pero por el respeto que todos los ciudadanos merecen, incluidos periodistas y políticos de la oposición, que no desvirtúen por qué han muerto seis soldados nuestros en el Líbano. Han muerto en una noble misión de paz, no de guerra.

Prefiero no tener que creer que lo hagan para tapar errores del pasado. Porque digan lo que digan los líderes de la oposición y los medios que le son afines, nuestra presencia en Líbano no fue, no es, ni será equiparable a enviar tropas a Irak en una invasión decidida en contra del Consejo de Seguridad de la ONU y la opinión de la inmensa mayoría de los españoles, alegando la existencia de unas inexistentes armas de destrucción masiva y unas falsas connivencias con Bin Laden y Al Qaeda.

Por cierto, ¿alguno de los que tan a destiempo han empezado a ocuparse del asunto ha preguntado si los BMR que fueron a Irak estaban equipados con inhibidores? Decir lo que están diciendo, cómo lo están diciendo y cuándo lo están diciendo es faltar al respeto y al honor que los muertos y sus familiares merecen; y al respeto que todos nosotros, que todos los ciudadanos españoles merecemos.

Alberto Oliart es ex ministro de Defensa.

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