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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La 'flama' de Sant Joan

Nunca me había ocupado de la flama del Canigó. El ambiente de Òmnium Cultural, la verdad, me era ajeno. Servidor, como tantos otros, militaba en el frente de Terenci Moix ("no em toqueu el voraviu, senyor Clausells!"), Edicions 62 y el efímero semanario El Món, en el que ejercíamos de moscas cojoneras de un catalanismo que nos parecía enmohecido y que seguía inventándose tradiciones medievalizantes que no compartíamos. La "tradición" de la flama de la llengua, o de Sant Joan, data de 1955, cuando el excursionista y apasionado lector del poema Canigó de Verdaguer Francesc Pujade, camargués de Arlés, mezcló todos esos ímpetus con la magia del solsticio de verano y de su propio aniversario (había nacido un 23 de junio) y encendió una hoguera en la cima de la montaña pirenaica a la que progresivamente fueron respondiendo otros fuegos de la llanura del Rosselló, en recuerdo de las sublevaciones de los viticultores de 1907, que en principio de catalanistas no tenían nada. A partir de 1966 se unieron a esa fiesta entidades excursionistas de la Cataluña cispirenaica y Òmnium ligó el todo con la defensa de la lengua que se extiende de Salses y Guardamar y, ya puestos, con la fiesta nacional de unos Països Catalans supuestamente unitarios, por más que las sucesivas mayorías políticas de la democracia lo hayan desmentido con tozudez.

En cualquier caso, el Parlament sigue acogiendo cada 23 de junio la flama del Canigó. El sábado, a las 11.15 horas, el presidente de la cámara, Ernest Benach, y el secretario cuarto de la Mesa, Rafael Luna, recibían en el despacho de Presidencia el humilde resplandor de un candil de aceite llevado por jóvenes de Corbera, organizados por la sección de Tradicions i Costums de Òmnium. Hubo discursos del presidente de la asociación, Jordi Porta, y de Benach, que apeló a la unidad política en referencia al Estatuto. Posteriormente, ante la puerta principal de la Ciutadella, el presidente prendió varios candiles con los que simbólicamente los jóvenes encenderían por todos los Països Catalans las hogueras... ¡o los pebeteros de gas! Resulta que en Corbera el alcalde ha prohibido alumbrar la pira por temor a los incendios forestales y en su lugar ha colocado un controlado pebetero. Tengamos la fiesta en paz.

Lo que más me gustó del acto fue la lectura que realizó una chica con camiseta de Òmnium, pantalones hippyosos y abarcas, del poema Els focs de Sant Joan, escrito en junio de 1907, hace ahora 100 años, por Joan Maragall. Ese poema acaba así: "I el crit d'una sola llengua/ s'alci dels llocs més distants/ omplint els aires encesos/ d'un clamor de Llibertat!".

En realidad, los propietarios, braceros y demás trabajadores del sector del vino del Midi francés no reclamaban la unidad de la lengua, ni siquiera escindirse del Gobierno francés, pues eran profundamente republicanos, sino defender sus intereses frente a la abusiva importación de caldos argelinos e italianos que habían hundido el mercado. Casualmente, hace un par de semanas, compré en la papelería de Capestang -un pueblecito a 15 kilómetros de Béziers- el libro 1907. Les mutins de la République. La révolte du Midi viticole, de Rémy Pech y Jules Maurin (Éditions Privat, 2007). Los historiadores centran su atención en el amotinamiento del 17º Regimiento de Infantería de Agde y Béziers que tuvo lugar la mañana del 21 de junio en la rambla de Pierre-Paul Riquet -el constructor del Canal del Midi- de Béziers, de la cual es posible que Maragall tuviera noticia pero en todo caso después de haber escrito su poema. Los enfants de la milicia se negaron aquel día a disparar contra sus padres, que protestaban por los precios de la uva, y protagonizaron un sitting-in pacifista en toda regla, con sus fusiles Lebel puestos en pabellón sobre el paseo. Hacía meses que los viticultores hacían oír sus quejas. El 24 de marzo, 300 manifestantes habían irrumpido en Salèlles d'Aude; el 31 de marzo, 1.000 en Ouveillan; 5.000 en Coursan (14 de abirl), y así hasta mayo en Montpellier, Narbona, Béziers, Perpiñán -donde se quema la prefectura de policía-, Carcasona y Nimes, ciudades en que los manifestantes se cuentan por centeneares de miles. El amotinamiento del regimiento de Béziers pasó a tener de inmediato un valor cívico tan intenso fue tan rápidamente identificado como un pronunciamiento a favor de los derechos republicanos del hombre, que el castigo infringido a los soldados por su insubordinación no pasó de 10 meses en un acuartelamiento de Túnez, al parecer sin especiales medidas punitivas. El primer ministro Clemenceau, que había calificado a los amotinados de "soldatesque déchaînée" -¡la "racaille" de Sarkozy!-, reconoció ante la Cámara que "no eran desertores, puesto que habían querido volver a los cuarteles por su propio pie". Esas gentes hablaban en casa en occitano y catalán y en su mayoría dejaron de hacerlo después de 1918, como señal de respeto por sus enfants caídos por la República en la Gran Guerra. De modo que la historia es siempre un gran lío de sentimientos. Esas sublevaciones no defendían ninguna identidad política, sino el derecho a no morirse de hambre. Pero la historiografía tardorromántica de la renaixença construyó una epopeya nacional y así hasta hoy. Sea como sea, la metáfora de una lengua que se extiende por el territorio como un gran incendio hay que reconocer que es sugestiva. Ojalá esa llama purificadora nos ampare de hacer el ridículo. Por ejemplo, en Francfort.

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