El beso y el helicóptero
En las 53 sesiones del juicio, los dos hermanos se han hablado por gestos, se han sonreído, han comentado a base de muecas las declaraciones de los demás. Ayer, por fin, se tocaron. Antonio Toro, acusado de colaborar con los terroristas, y su hermana, Carmen, también imputada aunque en libertad condicional con la obligación de asistir a la vista, pudieron besarse en la mejilla.
Antonio ha seguido las sesiones desde la habitación de cristal blindado. Desde allí, cada vez que había algo que les afectaba, intercambiaba gestos con Carmen, que asiste desde el centro de la sala, escoltada por policías.
Así, cuando un testigo implicaba a Antonio, éste miraba a Carmen y se echaba la mano a la mejilla a fin de proclamar la caradura del que hablaba. Y si algún testimonio le convenía, señalaba a su hermana y asentía. Cuando la sesión se interrumpía, aprovechaban los minutos que la policía tardaba en desalojar la pecera para hablarse, casi a gritos moviendo mucho los labios, abriendo la boca.
José Emilio Suárez Trashorras, ex marido de Carmen y ex amigo de Antonio, el hombre sobre el que pende una condena de 40.000 años, ha contemplado todas estas escenas de los hermanos desde su esquina de la pecera. Siempre encorvado hacia delante, como un púgil derrotado al que le aguardan aún unos cuantos asaltos inútiles más.
Una esquina, por cierto, opuesta siempre a la que ocupa Toro. En teoría, Suárez Trashorras está enemistado con los dos hermanos. No se sabe si de verdad o por táctica de defensa: si se hunde José Emilio, que no nos arrastre.
El caso es que no se hablan. José Emilio les observa en silencio: a pesar de todo es el tercer vértice de este triángulo que resume parte del 11-M.
Ayer, el abogado defensor de Toro hizo su alegato final. Esto permitió que Antonio saliera del habitáculo blindado y se colocara en primera fila. Justo delante de su hermana. Antes de que el abogado empezara, Antonio se volvió y besó a su hermana en la mejilla.
Suárez Trashorras miraba desde su esquina.
El abogado comenzó justo cuando un helicóptero que sobrevolaba la sala se convertía, cada vez que pasaba cerca, en la nota discordante. Era difícil sustraerse a él.
El alegato se empleó, en parte, en convencer al tribunal de la nula relación entre Toro y Trashorras antes del atentado: se trata de no hundirse. Trashorras escuchaba. A pesar de que no hacía ruido, era difícil también sustraerse a él, olvidarse de la nota discordante del triángulo.
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