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Análisis:Puro teatro | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El sueño continúa (notas sobre 'Cymbeline')

Marcos Ordóñez

EL CLICHÉ dice que Cymbeline es una obra menor, excesiva y desballestada y que por eso se representa tan poco. El doctor Johnson la calificó de "unresisting imbecility". Los más amables dicen que es una pieza de transición hacia Cuento de invierno y La tempestad. Y que en parte la escribió Fletcher. Eso no me lo creo ni de coña: es Shakespeare puro en estado de dislocación, una de sus comedias más extrañas y más bellamente escritas: bastaría citar el monólogo de Ioachimo en la escena del arcón, el conmovedor responso de Fear No More, o el momento en el que Póstumo recupera la sensatez. O casi todos los parlamentos de Imogen. ¿Cómo pudo Johnson quedarse mirando el dedo narrativo sin ver que señalaba a la otra cara de la luna y ser tan sordo a su fulgor poético? A primera vista, Cymbeline parece un bric-à-brac de chatarra isabelina. Una madrastra malísima, un amor traicionado, hijos perdidos, fantasmas, engaños, chica vestida de chico, sombras de incesto, batallas... O un refrito de éxitos anteriores de Shakespeare. Tiene la desmesura de Tito Andrónico, el travestismo de Como gustéis, los celos de Otelo, el juego de los venenos de Romeo y Julieta, el carcelero de Medida por medida, el carrusel de revelaciones finales de La comedia de los errores, pero todo en un tono a caballo entre la comedia ligera y el cuento alucinado. El rey que le da título no pinta un pimiento; la reina ni siquiera tiene nombre: puros mcguffins para que la trama eche a andar. Se diría que, como Hitchcock en Vértigo, Shakespeare se pasa por el forro la verosimilitud del relato y procura dejar bien claro desde el principio el desdén que le inspira su maquinaria. Póstumo se exilia a una obvia Roma renacentista, donde tienen lugar escenas inspiradas en el Decamerón, y en el acto siguiente estamos, por la cara, en la Roma Imperial, donde César declara la guerra a una Britania céltica. Bloom tiene razón cuando dice que Cymbeline es un poema dramático más que un texto teatral, aunque lo cierto es que, como acaba de demostrar Cheek by Jowl en el Barbican, escénicamente funciona de perlas. Shakespeare consigue, por alegría inventiva y pura audacia de estilo, que te tragues todas sus ruedas de molino. Y Declan Donnellan, que la emoción brote en los pasajes más turulatos: el despertar de Imogen junto al cuerpo decapitado del idiota Cloten, al que toma por su amado Póstumo. Ya conocen la manera de Donnellan a la hora de abordar al Bardo. Estética: cortes austrohúngaras con uniformes eduardianos, espacios desolados, luces bajas y sombras largas (gentileza de sus eternos cofrades Nick Ormerod & Judith Greenwood). Poética: extrema claridad expositiva, fluidez prestímana. Escenas encapsuladas: cada una empieza cuando está acabando la anterior. Enormes actores, por supuesto. Y una dirección minuciosísima y transparente, es decir, de las que no se notan. Entre un sofá Imperio, cuatro sillas y dos veladores, los miembros de la corte, puro daguerrotipo en sepia, tejen una telaraña a ritmo de minué en torno a la inmaculada Imogen, que la estupenda Jodie McNee interpreta como una quintaesencial rubia hitchcockiana enfundada en seda granate. Imogen es uno de los grandes personajes femeninos de Shakespeare: íntegra, valiente, todo corazón, rebosante de fe y fidelidad a su hombre. El problema es que su hombre es un idiota peligrosísimo. Y no es el único: está rodeada de imbéciles. Tras jurarse amor eterno, Póstumo se traga en un pispás que ella le ha traicionado y la manda matar. A mitad de la obra, ambos creen que el otro ha muerto. Hasta que resucitan, literalmente. De eso va Cymbeline: resurrecciones, renacimientos espirituales. En ese sentido, sí anticipa Cuento de invierno, pero lo verdaderamente interesante de la obra es su tratamiento de la realidad. Shakespeare amplía la noción barroca de la vida como sueño y representación dando un paso más allá (nunca mejor dicho) para establecer el concepto de sueños en paralelo: tanto Póstumo como Imogen despiertan creyendo dejar atrás una pesadilla para comprobar que se encuentran en una realidad terroríficamente onírica en la que nada parece encajar. O sea, la realidad pura y dura. A Póstumo le visitan sus padres muertos y le dejan una tablilla como prueba de su existencia. "El sueño continúa", dice Imogen junto al cadáver sin cabeza de Cloten. "Ya desperté, mas dentro y fuera de mí aún lo siento. No imaginado, bien palpable". No sólo lo real es incongruente: ellos mismos se sienten irreales, sorprendidos por las decisiones que han tomado. Subrayar sutilmente este onirismo duplicado sin perder la claridad es la gran baza de Donnellan, que enmarca la corte con entretelones de "teatro sobre el viento armado" y unifica el anverso y reverso de los idiotas haciendo que un grandísimo actor (Tom Hiddleston, al que ya vimos el año pasado como el celoso y psicópata Alsemero de The Changeling, y que aquí se lleva la función) interprete tanto a Cloten como a Póstumo en un desdoblamiento prodigioso, o que el rey Cimbelino (David Collings) permanezca en escena, con los ojos entrecerrados, como si todo lo que sucede fuera una alucinación de su testa senil. Hay puntos débiles en el montaje: las brillantísimas escenas de guerra quedan un tanto empañadas por el dibujo montaraz de los príncipes secuestrados, Guiderius y Arviragus (John Macmillan, Daniel Percival), aquí más brutos que Manolico el Corto. Y una general sensación de frialdad, de que la función no acaba de "bajar", en las antípodas del hirviente Changeling. Es cierto que las dimensiones del Barbican (para no hablar de su pésima acústica) jugaron en contra del estreno londinense, donde a ratos tenías la sensación de estar contemplando una partida de ajedrez con fichas humanas movidas por tiralíneas. La inquietante escena del arcón, por ejemplo, que Donnellan "filma" (de nuevo) muy hitchcockianamente, dándole el tempo preciso para establecer atmósfera y suspense, es posible que se vea mucho mejor en el Español o en Almagro, próximas paradas de Cymbeline.

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